En 1940 (Fragmento)
I Ni un salmo se oye en el entierro de una época. Pronto, ortigas y cardos decorarán la escena. Las únicas manos diligentes son las de los sepultureros: ¡rápido! ¡rápido! Y hay tanto silencio, Señor, tanto, que puedes oír pasar el tiempo. Algún día emergerá de nuevo como un cadáver en un manantial; pero ninguna madre lo reclamará, y sus nietos, enfermos del corazón, volverán la espalda. Cabezas afligidas... La luna balanceándose como un péndulo... Y ahora, sobre el París deshauciado, ese silencio cae. II A los londinenses Hoy el tiempo escribe con mano impasible la obra negra de Shakespeare, la número cuarenta y cuatro. ¿Qué podremos hacer nosotros aquí, cerca del aletargado río, los que sabemos del sabor amargo, sino reinterpretar aquellas trágicas líneas de Hamlet, César o Lear? O tal vez acompañar como escolta hasta su tumba a la niña Julieta, pobre paloma, con antorchas y canciones; o representar al fisgón en las ventanas de Macbeth, temblando más que el asesino alquilado. Únicamente esa obra, ésa y sólo ésa, es la que no tendremos valor de leer.
(1940)
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