Regaño del viejo
...Science avec patience, Le suplice est sur. Rimbaud
Till human voices wake us, and we drown. T. S. Eliot
Conmigo a mi lado y sentirme solo. Tan fiel compañía que me fui yo, Pílades. Pájaros de muchachas con la cabeza a pájaros, el vuelo puro, por volar, y el canto sin número, ni sones, ni palabras. Cántaros de lecheras sonámbulas. Narciso sin espejo y ya flor en el estanque. Tréboles de seis hojas que siguen siendo tréboles. Amor que es tan amor que, frío, sigue siéndolo, como el sudor helado de este lecho palúdico. (A veces, Ruth, a veces, sin tu fluvial tersura aquí, a mi lado, mis nervios gritan y se rompen en esdrújulas.) Zirahuén le rodeaba de redes y de sol. En su luna aprendió la O por la cuadrada, porque en la tarde la escribía con C. A sangre y fuego, a filo de corazón, entraba a las auroras descotadas y húmedas que volvían del vicio después de amanecer; sordos y ciegos, íbamos, seductores de nubes, y él se uncía a mi rueda alegremente cuando nos tocaba perder. Y éramos uña y carne en el dedo divino, pero lo he sobrevivido tanto que su nombre ya no lo sé. Rosa de Lima, seda que me asfixias aún, en el recuerdo de aquel ópalo que ponía tu clave en mi meñique. Las horas te mudaban doce rostros, pero te veo la última, que tuvo más minutos que ninguna. Ojos de asombro, y boca en oh de eterno asombro y duro y blanco el susto de los senos al caerte sin fin de tu gozo a mi pozo. Las manos sabias saltan en su jaula sonora y el perseguir la ruta de peces incoloros por tu cuello, me roba tu garganta. Y no escucho. Y no sé si has llorado, pero todo, todo cabe en mi piedra del meñique y todo llega al llanto de su fondo. Por vivirte me olvido de mi vida, Rosa de Lima que me amaste otro. Qué me escribe ese vuelo de palomas en su pizarra borrascosa —quién lo guía, roto el pulso, por mi viento—, —por qué esta y no otra noche hubo de hablar. El amor cabizbajo, la sed sórdida, la enconada memoria del nacer indeclinable y terco a tantas vidas —y esta tarde, y no aquella del morir. No aquella, submarina, con guirnaldas de abrasadores brazos, y de pies lánguidos para el viaje entre corales, y con luz de burbujas en la voz. No aquella atardecida tarde rosa del ademán recóndito al partir. No aquella en que yo hubiera descifrado su vuelo, y el regaño de mi faz. Blando y amargo en hiel me desintegro, o, peor, en miel de égloga me humillo. (La niña juega con su corderillo: un candor solo contra el cielo negro; en los cuatro ojos brilla el mismo brillo y en balido y en risa el mismo allegro. —La niña juega con su corderillo y llora que se lo he contado negro.) En hiel, por los que beben de las lácteas Susanas entrevistas en la fuente, bajo los viejos árboles fisgones que estiran sarmentosas lenguas a acariciarlas. Por Filemón, que huye de su tilo y en su lascivia vegetal rejuvenece y pasa con dos jóvenes encinas en los brazos. Y la hiel en mis piernas, que estrangulan a Sinbad con recuerdos y ciencia e impaciencia. Que es hora de Orestea y de mi víbora.
|