Pequeños poemas (1945-1964)
A Rafael Landívar
Llamo y nadie responde. Pregunto a la piedra y a los árboles. Canta un pájaro y me doy cuenta de que las casas no tienen ventanas: demasiado débiles para tumbas, demasiado fuertes para moradas. Beso al leproso y a la niña con caspa. Y a ti, violento geranio; y a ti, crepúsculo. ¡Se diría que va a llover sangre de cómo se afanan las hormigas! Volcán, ¡si supieras cómo te quiero niño mío! ¡cómo suspiré al verte! ¡Qué ella también te hubiese visto con ojos de mi niñez! ¡Por la que muero de no soñar juntos sobre la misma almohada! ¿Dónde mis amigos? ¿Qué se fizieron? Otra vez en tu reino, soledad. Ya las estrellas enciendo y las espigas. Perenne horror de caída sin término y pirámide trunca y vena abierta. Mi alma, leal, en ti se acendra y fortifica, soledad. Despierto y muero al recuperar mi cuerpo. Así te imaginaba, con ruinas y volcanes y una lluvia invisible en los cristales. Desperté, y yo, Deseo, ya no estaba. Había partido de nuevo en sueños. Tú me reconociste por el anillo de mi dedo. Sí, soy el legítimo. Y no encontré la felicidad. ¡Diabólica es toda belleza! ¡Líbrame de la peor de las fiebres! Ahora te sueño tan fuertemente que le saco los ojos a la noche. Ansias de ciegos pozos olvidados encuentran con mi arado los luceros. Sí, pero tu silencio de nocturna piedra. Sí, pero tu voz de tan pura nunca oída. Sí, pero tu sangre que deflagra mi voz vencida, tu luz asunta: mi vida. Partí por la puerta de atrás y torné por la puerta señorial: le di la vuelta al mundo y a mí mismo. Llegué tarde para charlar con los hermanos. Sordos estaban y hablaban ya otra lengua. Desplomóse el roble. Nacieron tumbas y el becerro cebado tuvo nietos. Abracé fantasmas. Y los presentes estaban más lejanos que los muertos. Río de sueños siguió mis pasos y borró mis huellas, padre Adán. ¿Cómo llegar si nunca me he marchado? ¿Qué hacer para quedarme si no he vuelto? Desperté, y yo, Deseo, ya no estaba. "Duerme y no reposa", díjome el Hijo Pródigo. "Deja lo que no tienes ni tendrás. No hay casa, ni patria, ni mundo. Somos de otra parte. ¡Al carajo!" La voz del Hijo Pródigo era hermosa como el Deseo. Vi el anillo de mi dedo. Soy el legítimo. ¡Oh, mi voz antigua, ígnea y vaticinante! Yo quiero algo más que acciones y virtudes. Y me marché por el portón trasero para volver jamás.
Antigua Guatemala, 19 de febrero, 1945
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