Epigramas
El ingenuo. El arte es llorar lágrimas dulces. En su trágica desesperación arrancaba, brutalmente, los pelos de su peluca. Lee con sabia lentitud, con exasperación dionisiaca, con alma de prosélito y con espíritu de enemigo. Lee de continuo para buscar complemento a su vida y para prolongar en ella sus lecturas. Después de haber construido, chinescamente, un agradable, plácido y optimista universo en el que todos los hombres eran buenos y sin cuerpo, y todas las mujeres bellas y sin alma, sufrió un desengaño. Su vida fue, desde entonces, una rectificación trascendental, un gemido dogmático, un lamento agresivo. Era un Hamlet sin ideas generales. La razón lo abandona cuando necesita pensar. Creyó que los actos heroicos no tenían consecuencias, que eran hechos aislados de la vida común —prejuicio literario corriente—. Un día acometió un acto heroico, cuidadosamente preparado. Pero ese acto sui generis fructificó en hechos vulgares, en situaciones grotescas, en relaciones inferiores que le uncieron a una vida repugnante e inevitable. Comenzó una vez y luego volvió a comenzar. Comenzó de nuevo, comenzó en mil ocasiones, comenzó siempre. Cuando otros llegaban él comenzaba. No llegó nunca. —Seguir no es la consecuencia de comenzar. Seguir es una obligada perspectiva humana. Se comienza dentro de sí, se sigue afuera. —Explique usted su verdad. —¿Pero usted cree que las verdades pueden explicarse? —Busca en tu acción el fin. —¿Y si surge una idea pura en mi camino? ¿Y si una teoría inútil llama a mi puerta? —Aplástalas y atranca ciegamente tu morada. Quisiera morir navegando en una bella frase. —Quisiera morir arrastrando un recuerdo bondadoso. —Quisiera morir disuelto en un paisaje. —Quisiera morir en el fulgor de una idea, momificado entre los claros términos de un silogismo. —Quisiera morir silenciosamente, sin dejar una huella, como muere una música lejana en un oído inatento. Cumple un año más. En otra época eso pudo tener importancia. Pero ahora ¿qué importa un año más en el tiempo de un muerto?
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