Inmortalidad
Sin apetitos, sin deseos, sin dudas, sin esperanzas, sin amor y sin odio, tirado a un lado del camino, mira pasar, eternamente, las horas vacías. Regalaba, generosamente, las ideas ajenas. Hubiese dado cualquier cosa por una creencia elemental, por un pequeño refugio, animal y seguro. Era tan blando, tan blando, que para no ver en el cielo las nubes de la Discordia ponía en su ventana flores de papel, recortes de periódico y absurdos optimismos. Cuidadosamente rodeado de ideas prudentes, inaccesible a los excesos, escudado por la dura barrera de las teorías mediocres, dicta, burocráticamente, opiniones definitivas. Hizo muchos planes. No cumplió ninguno. Cada día era un nuevo fracaso, pero cada día era también una nueva aurora y un fuego imperecedero encendía cada día en él el deseo de las cosas perfectas que no se realizan. Un soplo eterno reanimaba, diariamente, la potencia intacta y estéril. Murieron tristes y austeros, dejando tras de sí hijos felices y frívolos.
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