Material de Lectura

Las genealogías III


Los padres de mi madre nacieron en comarca de ingenios de remolacha y de ríos poblados por carpas de agua dulce que no llegan hasta el Volga, en cambio los cosacos del Don sí tienen que ver con mis antepasados. Los padres de mi madre se casaron por decisión de la familia.

—Éramos de la Podólskaya Gubernia, como quien dice del estado de Podol, provincia de Ucrania, mi padre de Grushka y mi madre de Ustia. Los dos abuelos, abastecedores de ingenios; como en aquel tiempo se buscaba que los novios fueran de la misma procedencia, no querían que fuesen hijos de artesanos. Por eso, cuando me casé con tu papá, el mío me dijo que debía indagar si no era hijo de zapatero o de sastre y yo le dije: “Y ¿qué importa?” “Tú no sabes, me respondió, ésos tratan mal a la gente”.

Siempre hay justicia poética. Durante la revolución el hermano mayor de mamá, Ben Zion, trabajó de zapatero en un pueblito de Ucrania que desapareció del mapa.

La boda se concertó cuando ambos contrayentes tenían quince años y los casaron cuando tenían dieciocho días de conocerse. En ese pueblo nació mi madre y todos sus hermanos, eran siete, y ella, la penúltima. El menor murió muy joven, Aliosha, peleando al lado de los bolcheviques. Salieron mis abuelos del Podol cuando mi madre tenía alrededor de ocho años, hacia 1910, porque un decreto del zar prohibió que en esa región hubiese campesinos judíos. Mis abuelos emigraron a Odesa, centro judío importante, y mi abuelo Mijaíl fue durante un tiempo encargado de una fábrica de conservas de unos tíos muy ricos que luego se fueron a Moscú. Más tarde se asoció para crear una empresa de exportación e importación con un primo de mi madre, Zalman Weisser, corresponsal extranjero que sabía varias lenguas: italiano, francés, inglés, alemán...

—Y ¿español?

—No, en ese entonces se usaba poco.

—Y ¿la fábrica de los otros tíos qué conservaba?

—Sardinas, creo también que jitomates, muchas latas, Odesa era un puerto de macarelas, de todo tipo de sardinas.

Mis abuelos vivían en la Ievréskaya Utitza, 21, o calle de los hebreos (y efectivamente estaba llena de judíos) y al final tenía una gran sinagoga y junto a la casa de mis abuelos una editorial muy conocida, la del gran poeta judío Biálik y su colega Rovnitzki.

—Era una calle arbolada, llena de acacias y de seereñ(es): árbol grande con una florecita morada, parecida al huele de noche, por su olor y su forma. Bella calle perfumada. Al lado de los árboles no ponían cemento sino piedritas muy pequeñas y afiladas. Allí me caí una vez y no podía levantarme porque me sangraban las rodillas, lloré y en ese momento pasaban Biálik y Rovnitzki, me oyeron y me llevaron con mi mamá, así cargada...

—¿Quién te cargó, Biálik o Rovnitski?

—No me acuerdo; mi mamá se asustó mucho. Biálik era un hombre ya grande, bajito, muy agradable, no guapo, pero agradable, y Rovnitzki era alto, delgado, flaquito, bastante mayor y siempre llevaba un sombrero de paja, de eso me acuerdo todavía, fíjate... Biálik, Jaim Najman Biálik, el poeta nacional judío, quien escribió después del pogrom del año 5, después de la primera revolución fallida, La ciudad de la matanza. Allí imprecaba a los jóvenes judíos que permitieron a los cosacos violar muchachas y matar judíos. Claro, si no se hubiesen escondido los hubiesen matado a ellos. Su poema fue traducido al ruso y a otros idiomas. Una gran protesta. La mamá de mi cuñada Sara fue asesinada en ese progrom, estaba en la casa, sentada en su silla de ruedas porque era paralítica, y llegaron los cosacos y empezaron a saquear y todos huyeron y se escondieron porque eran jóvenes y fuertes, pero la señora no se podía mover y la mataron nomás porque sí. Los cosacos servían para la protección nacional.

—¿...?

—Les daban lo que querían para que estuvieran contentos. Sobre todo y después de una revuelta como la del 5. ¿Qué podía haber en las aldeas judías, además de un candelabro del sábado?

—No eran judíos —dice de repente mi padre—, estaban jodidos.