Las genealogías VI
—Cuando estábamos en el liceo cantábamos todas las mañanas un himno al zar y una alabanza a Dios, Modi Ani, ¿no ves que era antes de la Revolución y era un liceo judío? La miro y sonríe: está viviendo allá. Recuerda a una amiga menor que ella, estuvo en el kinder (mi mamá entró en primero), quien a su vez recuerda que salió de mariposita, Linda Trilnik. —Luego estuve en el conservatorio y tomé clases de canto, de solfeo, de armonía, de piano, ¿para qué sirvió? Mamá tocaba el piano y siempre repetía una pieza que a mí se me ha quedado también grabada para siempre, sus escalas suenan como un impromptu de Schubert, pero es algo ruso, yo le llamo Kikiriki Vrionski, mezcla erudito-infantil entre Tolstoi y lo obvio. —Sí, antes de empezar las clases cantábamos deseándole buena salud al zar y luego decíamos: “Dios lo guarde porque es el emperador más poderoso del mundo, etcétera”. Y después seguíamos: “Yo agradezco a Dios porque me dio el alma (a Dios, no al zar), agradezco a Dios porque me despertó, porque me devolvió el alma cuando desperté.” Para cuando empezó la guerra ya no cantábamos en señal de luto nacional. Yo creo que la directora del liceo aprovechaba para no hacer gastos. En el liceo, antes de la guerra, la directora viste un largo traje que ostenta una cola, la mujer es bajita, lleva un corset que le modela la cintura y la obliga a ser avispa. La misma mujer aparece de pronto en su casa, con el pelo suelto y con una matinée que cubre sus formas y no las tiraniza. Su cola de emperatriz se solivianta ante lo cotidiano y la factura tétrica de los liceos se viste de fiesta como aquel día en que la directora casa a su hija. —Se casó antes de la Revolución. Su novio era un violinista muy famoso. Aquí entra mi recuerdo, es un recuerdo falso, es de Bábel. Muchas veces tengo que acudir a ciertos autores para imaginarme lo que mis padres recuerdan. El texto menciona a un señor Zagurski, cuya peculiaridad era “poseer una fábrica de niños prodigio... una fábrica de enanos judíos con cuellos de encaje y zapatitos de charol... El alma de aquellos alfeñiques de hinchadas cabezas azules cobija una potente armonía” (Misha Ellman, Yasha Heifetz, Isaac Stern). Quizá el marido de la hija de la directora del liceo de su mamá estudiara con Zagurski. —La muchacha era guapísima. Blinder, el novio, fue un violinista famoso, luego, más tarde, se fueron juntos a California, allí él tocó en las mejores orquestas. Se casaron en la sinagoga de Odesa donde tenían coro, un gran cantor y un gran rabino. Era una sinagoga reformista como las de Kiev y Berlín. La persona que tocaba en el órgano era polaco porque no había judíos rusos que lo tocaran en Odesa, fue una ocasión muy especial, hubo un coro con muchachas, cosa muy rara porque las mujeres no podían cantar en el templo. Muy solemne, muy bello. Aún se podían hacer bodas judías en la sinagoga, era en 1918. Luego se prohibieron. La novia parecía una muñeca, era alta. Se fueron a Crimea de luna de miel; cuando regresaron ya estaba gorda. Había tres liceos judíos en Odesa. El Zhabotinski, el Kaufman Zak, y el de mamá, el Getzelt. —En el Zhabotinski, se enseñaba hebreo y ruso, en el mío sólo ruso, yidish en ninguno. Yo aprendí yidish en México, hebreo nunca. Había otros liceos para muchachas en la capital, llevaban el nombre de la zarina, Marínskaya Guimnasia, donde no se aceptaba a las judías. Sólo los judíos de la alta aristocracia del dinero eran recibidos allí, por ejemplo los que tenían minas en Siberia. —¿Minas en Siberia? ¿No había sólo deportados? —Sí, había minas de oro y plata, algunos tenían y vendían pieles, esas cosas de la alta finanza, ¿entiendes? Eran judíos privilegiados y podían entrar en cualquier liceo. Yo estaba en uno de muchachas judías porque en ese tiempo no había liceos mixtos, llegaron con la Revolución, y allí se preparaba uno durante ocho años para entrar a la universidad y costaba mucho trabajo entrar, por eso las muchachas estaban tan nerviosas, sombrías, como en vísperas del Yom kipur, día del perdón, día del ayuno. Era un jurado de diputados que siempre ponían pretextos. A mí me tocó un día, no creas que para entrar a la universidad, porque casualmente ya no sucedía lo mismo para esa época, ¿no ves que ya había pasado la Revolución? Como te digo, a mí me tocó un jurado muy pesado, un tipo que me preguntó cómo se tomaba el pulso. Le di una explicación muy complicada y nada, hasta que el maestro de la escuela, que no era judío, me señaló un reloj. Así se tomaba el pulso, con el reloj. (Hace una pausa y continúa:) —Preguntas tontas, era gente muy maldosa que ponía muchos pretextos para que no pudiésemos entrar a la universidad. Con decirte que un jurado quería impedir que un primo mío, antes del 14, se recibiera de médico. Yo estaba en su casa de visita, tenía doce años entonces, y había un grupo de pasantes muy preocupados pensando en cómo iban a pasar el examen final si no se convertían porque como judíos no los iban a recibir. —¿Qué pasó, se recibieron al fin? —En eso que estalla la Primera Guerra Mundial y mi primo fue aceptado como médico militar. En tiempos de guerra todos sirven.
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