Las genealogías V
No te bañes nunca en el mismo río o no dejes que el agua te llegue a los aparejos o cuando el agua suena agua trae, podrían ser proverbios que casen con algunas formas de baño. El abuelo de mi padre Mótl der gueler, “Manuel, el amarillo”, digo yo, “no, corrige mamá, el pelirrojo”, llegó de Vítebsk, cerca de Polonia, a una aldea cerca de Odesa, Novo Vítebsk, fundada por un decreto del Zar Alejandro II “un zar bueno” que más tarde fue asesinado por los terroristas, entre los que contaba aquella Vera Figner, que fabricaba bombas a pesar de provenir de una familia de la alta clase media, y quien, como más tarde mi madre, quería estudiar medicina en Rusia en una época antediluviana, 1872, y sólo pudo hacerlo en el extranjero, en Suiza. Mótl el pelirrojo tuvo siete hijos, uno de ellos mi abuelo Osher, y otro, el tío Kalmen, asesinado en un pogrom. —La colonia agrícola estaba dividida en dos partes, por en medio pasaba el río y a la mera orilla estaba el baño público. —¿No había baños en las casas? —No, los hombres iban los viernes a bañarse. —Y ¿las mujeres? —Las mujeres tenían la mikveh, es que cuando la mujer tenía su tiempo, cuando terminaba su tiempo, iba a la mikveh y quedaba kosher para su marido. La escuela de mi padre, el jeider, estaba al lado de los baños públicos. De día los niños ayudaban en el campo y de noche estudiaban y a eso de las 9 salían rumbo a sus casas y pasaban junto a los baños públicos, habitados, según la leyenda, por los sheidem, demonios (los que no son buenos). Mi padre pasaba agarrado de la mano del rebe y una noche, al atravesar el puente divisorio, advirtió una cosa blanca en la oscuridad. Yánkele empezó a llorar aterrado. Y no quiso moverse de su sitio, el rabino lo empujó y lo obligó a acercarse al bulto: un hermoso caballo blanco de larga crin y modales humanos. Estas imágenes permanecen, persisten, repetitivas, y su blancura se inserta en las inmigraciones. En las casas había baños, mejor palanganas, pero para bañarse como debía de ser, para las fiestas, para el sabbath, había baños públicos. El cuidador del baño de hombres no era judío, era goi, la cuidadora de la mikveh, piscina ritual para mujeres, era, naturalmente, judía. El mujik atendía el baño de los hombres y les daba masaje, además solía azotarlos con deleite y con escobillas. Era una especie de baño turco con ribetes de baños sauna. Los judíos no podían dedicarse a cuidar los baños. Parece reminiscencia de esa prohibición talmúdica que impedía a los judíos dedicarse a la barbería, prohibición que perdió a Sansón, puesto en manos de Dalila. Es más, según el Talmud, ser barbero era profesión indigna y ningún padre podía enseñarla a sus hijos. De acuerdo a los Midrashim, comentarios talmúdicos, el villano Hamán, aquel que tiranizó a los judíos y fue castigado gracias a la reina Ester (dando origen a la fiesta de Purim), ejerció la profesión de barbero durante veinte años. Yo sí me enorgullezco de mi pelo porque al lado de mi padre hubo pelirrojos y el rey David tuvo fama de serlo. Mi madre no demostraba estar muy orgullosa del color de los cabellos de mi familia porque cuando nació mi hermana Lilly, la mayor de esta dinastía mexica, lo primero que preguntó no fue si era niño o niña, preguntó: —¿No es pelirrojo? —No, es una niña güera (Habrá contestado la partera). La bañadora de las mujeres sí era judía, les cortaba las uñas y las hacía entrar siete veces a una tina y luego a una pileta muy grande, bastante profunda, con varios escalones para que pudieran sumergirse hasta lo hondo. La pileta se llamaba purgatorio y la cuidadora decidía cuándo la señora estaba ya purificada, kosher. —La mikveh, como un pozo, siempre con agua fresca. Los dos padres hablan y hablan y las siete veces en que la mujer se oculta, se sumerge, cubre su cabeza para purgar su sangre derramada, se convierten en cuarenta y nueve. —¿Qué hacen las mujeres judías para bañarse en México? —Hay algunas que van a la mikveh y otras no. —Tu hermana Lilly fue antes de casarse. Experiencia que yo no he compartido con ella porque contraje matrimonio(s) fuera de la especie. Los judíos se diferenciaban de los pueblos vecinos durante los tiempos bíblicos, entre otras cosas, por la forma cómo se bañaban y por la forma cómo se cortaban los cabellos. Las mujeres tenían que ocultarlos. Quizá el excesivo libertinaje de las costumbres actuales se deba a que los cabellos se exhiben al aire y a que los baños públicos de purificación han pasado de moda.
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