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Nota introductoria
Mori Ôgai (1862-1922)1 perteneció a la primera promoción de intelectuales de la era Meiji (1868-1912) que tomó contacto activo con el mundo europeo. Nacido en Tsuwano (prefectura de Shimané) en el seno de una familia samurai, educado en el culto del confucianismo y el respeto de valores feudales, tuvo una privilegiada educación que le permitió el dominio de varios idiomas. A los 4 años ya estudiaba chino clásico; en 1870, holandés, lengua indispensable entonces para leer los tratados de medicina occidental; en Tokio, en la escuela privada de Nishi Amane, aprendió alemán. Y fue en esa ciudad, a los 12, aunque declarando tener 14, donde ingresó en el curso preparatorio de la Facultad de Medicina, egresando a los 19. Durante un tiempo acompañó a su padre, médico él también, y luego entró como cirujano en el ejército. En 1884, con la responsabilidad de no fracasar y actuar a su regreso en provecho del Estado, fue becado a la Alemania de Bismarck para estudiar Higiene Militar. Permaneció allí cuatro años, asistiendo a las Universidades de Leipzig, Munich y Berlín, e investigando en los laboratorios de bacteriología de Pettenkoffer y Koch. Durante esta estadía, que significó “el descubrimiento de la verdad y la belleza”, vivió una de sus relaciones amorosas más intensas; el verdadero nombre de la mujer, a causa de los recaudos adoptados por Ôgai y su familia, permaneció desconocido, pero se sabe que lo siguió a Japón y que, ante la férrea oposición de la familia y los superiores militares a la relación, regresó a Alemania. Ya de vuelta en su patria, Ôgai contrajo un primer matrimonio con la hija de un jefe de la Armada, el cual años más tarde acabaría en divorcio. En seguida se convirtió en un entusiasta difusor de la literatura europea, traduciendo y editando una antología de poesía alemana y francesa, Vestigios (Omokage, 1889), y haciendo conocer en traducciones del originar la obra de fundamentales autores europeos.2 En 1890 publicó su primera novela, imbuida de romanticismo, Maihime (La bailarina), obra que recibió buenas críticas y gozó del favor del público. Fundó, además, dos revistas científicas Nueva Higiene (Eisei Shinshi) y Nueva medicina (Iji Shinron), y una literaria Lazos (Shigarami Zoshi) que más tarde cambiaría su nombre por Despertar (Mezamashi Gusa). Defensor del idealismo alemán en que se había formado, entre 1891 y 1892 sostuvo una polémica literaria, una de las tantas que lo tendrán como protagonista, con Tsubouchi Shôyo, editor de la revista literaria Waseda Bungaku. Paralelamente, reiniciada a su llegada de Europa su carrera militar, iba cumpliendo con todos los pasos de una brillante trayectoria profesional, llegando a ocupar el cargo de Director del Colegio Médico del Ejército y Jefe de la División Imperial, al tiempo que se convertía en consejero del estadista conservador Yamagata Aritomo. En 1899 lo transfirieron por tres años a un alejado puesto en Kyûshu donde se casó por segunda vez. La experiencia en esta lejana isla pesó en él como un exilio, y fue tan fundamental como la juvenil estancia europea. Su actividad creativa declinó a tal extremo que llegó a sentenciar “El escritor Ôgai murió allí”. Es entonces, en ese clima de profunda introspección, a los 37 años, cuando comenzó a elaborar el concepto de resignación (teinen), entendida como una suerte de serenidad mental que permite enfrentar el mundo, noción que toda su obra posterior habría de desarrollar. En 1904, sirvió en el frente durante la contienda ruso-japonesa. Convertido en líder de la dirigencia literaria, cuando las jóvenes generaciones de escritores se volcaban a la adopción de tendencias europeas, sobre todo el naturalismo, se opuso junto con Natsume Sôseki3 a lo que consideraba una subordinación de la inteligencia ante el determinismo fisiológico. Alentado por Sôseki fundó su propio periódico literario Pléyades (Subaru). A partir de 1909 su obra sufrió un profundo cambio. Durante un lapso de tres años produjo una narrativa exasperada y profundamente crítica, no menos de treinta relatos y varias obras de teatro4 cuyo disconformismo condecía con el nuevo panorama de Japón: a causa de las guerras, con China (1894-1895) y con Rusia (1904-1905), había crecido la tensión entre la independencia individual y la subordinación para el sostenimiento del Estado; el distanciamiento entre los intelectuales liberales, defensores de los derechos del pueblo (tendencia minken), con inclinación a Occidente, y los nacionalistas, partidarios del Estado poderoso (ideología kokken) presagiaba tiempos conservadores digitados por un Estado absolutista. Cuando en 1909 publicó en su revista Vita sexualis, breve novela que trata sobre las inquietudes sexuales de un joven hasta sus 21 años, Ôgai padeció en carne propia la arbitrariedad de la represión, pues según la torpe censura oficial, su obra era un claro ejemplo de literatura pornográfica que obligaba al requisamiento inmediato de la edición. Otro acontecimiento con trágicas consecuencias, anuncio inequívoco de la represión que se desataría, acrecentó su desazón y la de todo el mundo intelectual: en 1910 es arrestado y posteriormente ejecutado el líder socialista Kôtoku Shûsui, acusado de tramar un atentado contra la vida del Emperador. Los escritos de 1909 a 1912 serán la respuesta de Ôgai a estos actos de avasallamiento. La claudicación de los ideales de la juventud, la libertad coartada o la desconfianza ante la modernidad serán los temas de esta crítica obra intermedia, que desde un comienzo fue objeto de controversia.5 En 1910 aparecen sucesivamente Juventud (Seinen), Juego (Asobi), Fasces (Fusuashisu), La torre del silencio (Chinmoku no To), Comedor (Shokudô), Ilusiones (Môs). Su lectura, difícil por la frecuente transcripción de nombres o citas extranjeros según la distorsionadora fonética de los silabarios japoneses, los convierte en galimatías. De modo pedante, y al mismo tiempo didáctico e irónico, Ôgai exageró su destino para una élite. Premonitorios ejercicios de una vanguardia solitaria, son experimentos textuales en los que la lógica precisa de formación científica aunada a una posición idealista da origen a un peculiar racionalismo. Su lectura ejercida desde Occidente, se vuelve más rica. Por otra parte, en este periodo de joven madurez, elabora un vocabulario personal para expresar la complejidad de sus estados mentales y emocionales: resignación (teinen), máscara (kamen), eterno descontento (eien naru fuheika), espectador o mirón (bôkansha), juego o diletantismo (asobi), y la noción de apolíneo tomada de Nietzche aplicada a la descripción de un material trabajado sobre la base del intelecto y no de la emoción.6 Pero, tras este periodo de teorización e irritada interrogación, había de sobrevenir otro alternativo y opuesto de reconciliación con sus valores de formación, “de vuelta a las raíces y lejos de ellas con vestidos prestados”. Cuando en 1912 se suicida ritualmente el general Nôgi, el día de los funerales del Emperador Meiji, Ôgai como el resto de los miembros de la inteligencia fue afectado por este simbólico fin de era. Impresionado por el sacrificio de este leal a los ritos del viejo orden, comenzó a escribir relatos históricos cuyos personajes subordinan intereses personales a causas trascendentes, y una serie de biografías de sabios confucianos de la época Tokugawa, obras muy apreciadas por la crítica tradicional. En 1916, a los 54, sufrió la pérdida de su madre, quien guardara siempre enorme influencia sobre él, y dejó su cargo en el ejército. En 1917 lo nombraron curador del Museo Imperial y Director de la Biblioteca. Un estudio sobre nombres imperiales (Teishi Kô) iniciado en 1919 se publicó en 1921, y otro sobre la nomenclatura de los reinos (Gengo Kô) quedó inconcluso. A los 60 años, en julio de 1922, murió: según el informe médico por atrofia renal, según otros por tuberculosis pulmonar. Entre todos sus camaradas del mundo literario (bundan) sólo él fue capaz de sostenerse a lo largo de toda su vida en mundos tan opuestos sin renuncias: fue escritor y funcionario en las más altas esferas del poder. Sin escapar a la tensión de esa bifronte cotidianeidad escribió su compleja y mutable obra. Amalia Satô
1 Éste es su seudónimo literario. Su nombre real es Mori Rintarô.
2 Hans Christian Andersen, Goethe, Heine, Hoffmann, Byron, Ibsen, Wilde, Shakespeare, Tolstoi, Turgueniev y Calderón de la Barca. 3 Natsume Sôseki (1867-1916). Novelista. El otro gigante intelectual de la era. 4 Purumûra, Kamen (Máscara), Shizuka (En silencio). 5 Ya en el núm. de julio de 1910 de la revista Taiyó (Sol), Miyake Setsurei, crítico de moda, la juzgaba poco valiosa; las publicaciones que hasta ahora le han dedicado espacio lo hicieron por su interés ideológico pero considerándolos “escritos pseudoliterarios” (V. Helen Hopper, Monumento Nipponica); para Nakamura Mitsuo no tienen valor artístico y son típicos productos de un escritor inmaduro; a su turno, Hasegawa Izumi los catalogó como textos ideológicos sin pulir; y algunos hasta llegaron a ver en su desarrollo rápido y brevedad la evidencia de la falta de dedicación con que habrían sido escritos, sin percatarse de la modernidad del propósito de Ôgai: experimental con los grados de atención del lector. 6 Notables las coincidencias entre su noción de apolíneo y el posterior concepto de Bertolt Brecht de una dramaturgia no aristotélica, que no apela a la identificación para provocar la emoción, así como con nociones del objetivismo francés de los años 50, o el minimalismo de la narrativa norteamericana de los 90. |