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Hanako, 1910
Ôgai intercala, textualmente traducidos, fragmentos de las conferencias de Rilke sobre Rodin, y da nuevo título al ensayo de Baudelaire Morale du joujou, a fin de ilustrar con su relato la posibilidad de un escrito “físico”. La figura de pie sobre una sola pierna, comparada con un árbol y sus raíces, se repetirá como “carácter estructural obsesivo” (en términos de Charles Mauron) en su ensayo de 1912 (Teiken Sensei) Maestro Teiken, utilizada en éste como símbolo del intelectual aferrado a una sola y firme tradición cultural. Amalia Satô
Auguste Rodin entra a su taller.
El sol de la mañana invade el amplio salón. El Hotel Biron, un edificio lujoso construido por un millonario, fue hasta hace poco convento de hermanas. Tal vez en esta sala las monjas del Sacré-Coeur reunían a las muchachas y niños del Faubourg Saint-Germain y les hacían entonar himnos. Quizás paradas en fila las jovencitas cantaban abriendo sus labios rosa, como los pollitos cuando desde el nido ven venir a su madre. Esas voces alegres ya no se oyen. Pero otra alegría ocupa ahora este espacio. Una vida distinta colma el salón. Una vida muda. No hay voces, pero qué potente y dinámica es esta otra existencia. Sobre unas mesas hay trozos de arcilla. Sobre otra un fragmento de mármol áspero. Así, simultáneamente, acostumbra empezar sus trabajos, tal como florecen las distintas plantas bajo el sol, pasando de uno a otro según su deseo. Así se atrasan o avanzan las obras, creciendo de un modo natural bajo sus manos. Este hombre posee una memoria exacta. Incluso cuando sus manos no trabajan, sus obras se desarrollan. Este hombre tiene un implacable dominio de la voluntad. Ni bien inicia su tarea, ya su actitud es la de quien está trabajando desde hace horas. Rodin con expresión alegre, pasea su mirada por las obras todavía inacabadas. La frente es amplia. La nariz, irregular, saliente en su parte media. Tupida barba blanca cubre su cara. Llaman a la puerta. —Entrez. Contenida pero potente, su voz que no parece la de un anciano, hace vibrar el aire de la habitación. El que entra es un hombre delgado que aparenta entre 30 y 40 años, de cabello castaño oscuro como de judío. Dice que ha venido según lo prometido con Mademoiselle Hanako. Ni al verlo entrar ni al escuchar sus palabras modifica Rodin la expresión de su cara. Cuando hace un tiempo vino a París el jefe de Kambodscha, trajo a una bailarina. El maestro la vio y apreció entonces su elegancia que cautivaba al público con el movimiento de las manos y piernas finas, largas y flexibles. Aún conserva los dessins que muy de prisa tomó en esa ocasión. En toda raza hay algo bello. Rodin, un convencido de que cierta parte de la belleza depende de los ojos de quien observa, se ha enterado de que en estos días está actuando en varíeté una japonesa llamada Hanako. Deja encargado al hombre que la maneja la lleve ante él y se la presente pues quiere conocerla. El que ha llegado es este agente de espectáculos, el impresario. —Hágala pasar aquí —dice Rodin. Ni le ofrece asiento y no porque tenga tanta urgencia. —Hay un intérprete con nosotros —anuncia el otro tratando de adivinar su humor. —¿Quién? ¿Un francés? —No, un japonés. Un estudiante que trabaja en el Institut Pasteur, que enterado de esta cita en su taller, maestro, acudió deseoso de oficiar como intérprete. —Bien. Que entre también. Asintiendo sale el agente. En seguida entran un japonés y una japonesa. Ambos se ven extremadamente pequeños. Tras ellos ingresa el agente que cierra la puerta. No es un hombre corpulento pero los dos japoneses no le llegan ni hasta las orejas. Cuando Rodin mira las cosas con atención, arrugas profundas se marcan en las comisuras de sus ojos. En este instante esas arrugas aparecen. Su mirada pasa del estudiante a Hanako y se detiene en ella por un momento. El estudiante toma la mano derecha de marcados tendones que le ofrece Rodin. Aprieta la mano creadora de La Danaide, Le Baiser, Le Penseur, saca una tarjeta que reza Doctor Fulano Kubota y se la entrega. Rodin apenas si la mira, le pregunta: “¿Trabaja en el Instituto Pasteur?” —Sí. —¿Desde hace mucho? —Ya hace tres meses. —Avez-vous bien travaillé? El estudiante se sobresalta. Escucha ahora esa sencilla palabra que según le han contado, es habitual en Rodin. —Oui, beaucoup Monsieur. Con esta respuesta, Kubota siente que está jurando ante Dios a esforzarse por toda la vida. Presenta a Hanako. El escultor le lanza una mirada que abarca su pequeño y sólido cuerpo, desde la culminación del peinado estilo Takashimada atado desaliñadamente, hasta las puntas de los pies cubiertos con medias blancas que calzan ojotas tipo Chiyoda. Toma su mano pequeña y fuerte. Kubota no puede evitar sentir algo de vergüenza. Le parece que Rodin merece que le presenten a una japonesa un poco más linda. Tiene razón en pensar así. Hanako no es una belleza. Aparece de pronto un día en una ciudad de Europa diciendo que es actriz. Ninguno de sus compatriotas sabe si lo ha sido o no en Japón y por supuesto también lo ignora Kubota. Para colmo no es hermosa. Si hubiera dicho que era criada, sería una infeliz. Se nota que no ha realizado trabajos especialmente rudos, y por eso ni sus manos ni sus pies están arruinados. Pero a pesar de hallarse en la primavera de sus diecisiete años, incluso para sirvienta su aspecto resulta poco favorable. En suma, que apenas si podría tomársela en cuenta como niñera. Lo sorprendente es que la cara de Rodin revela satisfacción. Los músculos de la muchacha, que es sana y que no ha disfrutado de una vida ociosa, agradan al maestro. Bien formados por el trabajo moderado, tensos bajo la piel fina, sin nada de grasa, se mueven en su cara corta aplastada entre frente y mentón, en su cuello desnudo y en sus manos y brazos sin guantes. Ya bastante acostumbrada a Europa, la joven recibe la mano que le tiende Rodin con una sonrisa simpática dibujada en su rostro. Éste señala a ambos unas sillas. Luego dice al agente: “Espere un rato en la sala de recibo”. Una vez que sale, toman asiento. Mientras invita al japonés a servirse de una caja de cigarros, Rodin pregunta a la muchacha “En la provincia de Mademoiselle, ¿hay montañas, hay mar?” Siempre que la interrogan, Hanako cuenta una historia en extremo estereotipada, tal su femenina manera de conducirse en el mundo. Exactamente como en el cuento Lourdes de Zola la muchachita que habla de una inspiración que cura su pie durante su viaje en tren. Como con tanta frecuencia repite su historia, ya la tiene ejercitada y es como la frase que un novelista tuviera como routine escribir. La imprevista pregunta del maestro rompe afortunadamente este hábito. —Las montañas están lejos. El mar está muy cerca. Su respuesta complace a Rodin. —¿Solía viajar en barco? —Sí. —¿Remaba usted misma? —Como era pequeña todavía, no remaba yo. Lo hacía mi padre. En la fantasía del artista surgen imágenes. Y permanece callado. Suele quedarse silencioso. Sin ninguna transición se dirige a Kubota: “Supongo que Mademoiselle conoce mi trabajo. ¿Se desnudaría?” El estudiante permanece pensativo por un instante. Lógicamente no le interesa mediar para que una compatriota se desvista para un extranjero. Sin embargo tratándose de Rodin no le parece mal. Ni hay que pensarlo. Únicamente duda sobre lo que contestará la joven. —Preguntémosle. —Por favor. Entonces Kubota le dice: “El maestro quiere hacerte una consulta. Sabrás que es un escultor que modela el cuerpo de las personas como no lo hace otro en el mundo. Pues tiene algo que pedirte. Quiere saber si puedes desnudarte un momento y dejarle ver tu cuerpo. ¿Qué te parece? Como ves, es un anciano. Pronto va a cumplir 70 años. Además es un hombre serio. ¿Qué piensas?” Dicho esto, observa la cara de Hanako. Se pregunta si será tímida, afectada o si se ofenderá. —Lo haré —responde franca y jovial. —Está de acuerdo —informa a Rodin. La cara de éste brilla de alegría. Se levanta de su asiento, saca papeles y pasteles y, mientras los deja sobre la mesa, pregunta al estudiante: ¿Va a quedarse? —Por mi profesión también me encuentro en la misma situación, pero sería desagradable para Mademoiselle. —Bien. En 15 ó 20 minutos termino, así que vaya y permanezca en esa biblioteca. Puede fumar un cigarro si lo desea. Le señala una puerta. —Terminará en 15 ó 20 minutos— avisa Kubota a Hanako. Prende un cigarro y desaparece por la puerta que se le ha indicado. * * *
La pequeña habitación a la que entra Kubota tiene dos puertas enfrentadas y una sola ventana. Bajo ésta hay una sencilla mesa. Apoyada en la pared contraria se ve una caja de madera. Se queda de pie un rato leyendo los lomos de los libros que están en la caja. Hay una collection que parece reunida más por casualidad que formada intencionalmente. Rodin es un lector nato. Padeció miseria de niño y según cuentan, ya en sus vagabundeos por la ciudad de Bruxelles iba siempre con un libro en la mano. Entre estos viejos y sucios libros, probablemente varios le traigan recuerdos y deben de estar aquí a propósito. Como está por caérsele la ceniza, Kubota se acerca a la mesa para usar un cenicero. Hay sobre ella un libro que, curioso, toma entre sus manos y mira. Es un viejo ejemplar con bordes de oro que abre creyéndolo una Biblia pero es la Divina Comedia en édition de poche. Al sacar otro colocado oblicuamente más hacia su lado, ve que es un volumen de las obras completas de Baudelaire. Lo toma y echa una ojeada sin mayor entusiasmo a la página en que se ha abierto. Es un ensayo titulado “Metafísica de los juguetes”. Intrigado por saber de qué se trata, inadvertidamente comienza a leer. Cuando Baudelaire era pequeño, lo llevaron a la casa de una niña. El escrito comienza recordando que ésta, que tenía muchos juguetes en su habitación, ofreció darle aquél que más le gustara. Los niños juegan con sus juguetes, pero después de un tiempo querrán romperlos para conocerlos. Se preguntan por lo que hay detrás. Si fueran juguetes mecánicos, querrán averiguar el origen de su movimiento. Se inclinan más por la Métaphysique que por la Physique. Les interesa más la Metafísica que la Física. Es un texto de sólo 4 ó 5 páginas, así que seducido por el tema termina leyéndolo completo. En este momento tocan a la puerta. Ésta se abre y Rodin asoma su cabeza canosa. —Discúlpeme. Se habrá aburrido. —No, estuve leyendo a Baudelaire —diciendo esto, Kubota sale hacia el taller. Hanako ya está preparada. Sobre la mesa hay dos esquisses terminados. —¿Qué leyó de Baudelaire? —La Metafísica de los juguetes. —El cuerpo de las personas no es interesante por su forma, sino como espejo del alma. Lo fascinante es la llama interior que se revela transparente sobre la forma. Mientras Kubota lanza una mirada tímida a los esquisses. Rodin dice: —Todavía incomprensibles. Apenas son apuntes. Un rato después vuelve a hablar: “Por cierto que Mademoiselle tiene un lindo cuerpo. Sin nada de grasa. Cada uno de sus músculos se delinea perfectamente. Parecen los músculos de los foxterriers. Sus tendones están tan desarrollados que las articulaciones tienen un grosor igual al de las extremidades mismas. Tan fuerte es, que puede quedarse parada sobre un solo pie todo el tiempo que sea, manteniendo la otra pierna perpendicular. Exactamente como un árbol que hundiera profundamente sus raíces. Es distinta del type mediterráneo de hombros anchos y gran cintura. Y se diferencia asimismo del tipo del norte de Europa que tiene solamente grande la cintura y angostos los hombros. Su belleza es la belleza de la fuerza”. Traducción de Yuka Shibata
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