Material de Lectura

Nota introductoria*

 

 

Alberto Savinio —pseudónimo de Andrea de Chirico—, nació en Atenas en 1891. Hijo de un siciliano trabajador, taciturno, y de una genovesa obstinada, mundana y ambiciosa, con pretensiones intelectuales, desde muy joven se dedicó al estudio de las letras clásicas, a la música y a la pintura, disciplinas que cultivaría durante toda su vida y que hallamos entrelazadas en su obra literaria. Después de estudiar en los conservatorios de Múnich y de Atenas, Savinio estableció su residencia en París, donde, a partir de 1910, estrechó relaciones amistosas con los más notables artistas de vanguardia: Apollinaire, Tzara, Max Jacob y, naturalmente, su hermano Giorgio de Chirico. Savinio colaboró con frecuencia en la Soirée de París, que dirigía Guillaume Apollinaire, y se sumó al movimiento que, algunos años después, se conocería como surrealismo. Al volver a Italia, colaboró con entusiasmo en las revistas de vanguardia de esos tiempos: La Voce, Lacerta y La Ronda.

La escasa popularidad de su obra literaria en Italia se debió en gran parte a la miopía de la crítica de cuño fascista, aquejada de provincianismo triunfalista, que no supo o no quiso ver en la obra narrativa y ensayística de Savinio la inquieta y totalizadora moralidad del “monstruo de genialidad intelectual” (Giacomo Debenedetti). El triunfalismo demagógico que malogró la mayor parte de las actividades culturales de ese periodo, las que podían contar con los medios adecuados para su difusión, malogró también muchos saludables fermentos de la cultura italiana de esos años, hundiéndolos en el silencio. La obra literaria de Savinio no corrió con mejor suerte durante los primeros años de la posguerra, dominados por el neorrealismo y las vanguardias. Con una obra reconocida por unos cuantos pero importantes lectores, víctima de la conspiración del silencio con que la crítica arrumbó su obra durante decenios, Alberto Savinio murió en Roma en 1952.

Stefano Lanuzza —uno de los más destacados y devotos savinianos, a quien debemos en gran parte la reedición y publicación de algunos libros inéditos de Savinio, analizados a fondo en su extenso e iluminador ensayo Alberto Savinio— resume en unas cuantas palabras la personalidad y la importancia de este creador, literalmente excéntrico:

Al igual que Luciano de Samosata, Verga, Pirandello o Svevo, o de los más próximos, Gadda, Pizzuto, Landolfi y D’Arrigo, también Savinio, con su gorra vasca de clochard y su aire triste en un polvoriento museo de cera, ajeno al mundo estandarizado de sus contemporáneos, pertenece a “la especie de los llamados inteligentes, a la categoría de los disgregadores de masonerías”; es decir, una especie que, según los demás escritores, no debería existir.

 

 


Guillermo Fernández



* Los cuentos que aquí aparecen fueron seleccionados del libro Tutta la vita, Ed. Bompiani, Milán, 1945, 3a. ed.