Nota introductoria*
Alberto Savinio —pseudónimo de Andrea de Chirico—, nació en Atenas en 1891. Hijo de un siciliano trabajador, taciturno, y de una genovesa obstinada, mundana y ambiciosa, con pretensiones intelectuales, desde muy joven se dedicó al estudio de las letras clásicas, a la música y a la pintura, disciplinas que cultivaría durante toda su vida y que hallamos entrelazadas en su obra literaria. Después de estudiar en los conservatorios de Múnich y de Atenas, Savinio estableció su residencia en París, donde, a partir de 1910, estrechó relaciones amistosas con los más notables artistas de vanguardia: Apollinaire, Tzara, Max Jacob y, naturalmente, su hermano Giorgio de Chirico. Savinio colaboró con frecuencia en la Soirée de París, que dirigía Guillaume Apollinaire, y se sumó al movimiento que, algunos años después, se conocería como surrealismo. Al volver a Italia, colaboró con entusiasmo en las revistas de vanguardia de esos tiempos: La Voce, Lacerta y La Ronda. Al igual que Luciano de Samosata, Verga, Pirandello o Svevo, o de los más próximos, Gadda, Pizzuto, Landolfi y D’Arrigo, también Savinio, con su gorra vasca de clochard y su aire triste en un polvoriento museo de cera, ajeno al mundo estandarizado de sus contemporáneos, pertenece a “la especie de los llamados inteligentes, a la categoría de los disgregadores de masonerías”; es decir, una especie que, según los demás escritores, no debería existir.
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