Sciascia: la intrusión del drama pirandelliano en la novela policiaca
Leonardo Sciascia es, en la medida en que lo era Voltaire, un escritor “seco”: pertenece a esa especie de narradores y ensayistas que se proponen decir lo más con lo menos: provocar el mayor número de significados y matices con el menor número de palabras. Su estilo conciso, su propensión a la frase incisiva, plástica, a los textos y los libros breves, lo sitúan en esa trayectoria afín a las maneras de Diderot y Jorge Luis Borges. Las lecturas que recuerda de su adolescencia en Racalmuto, el pueblo de la provincia de Agrigento (en Sicilia) donde nació en 1921, incluyen Los miserables, de Víctor Hugo, La paradoja del actor cómico, de Diderot, La vida de Henri Brulard, de Stendhal, y, sobre todo, Los novios, de Alessandro Manzoni. El tema de la justicia —que le ha acarreado el calificativo de “moralista”—, la utilización de documentos históricos como ingredientes de la novela ensayo de ambiente judicial, lo hermana con Manzoni más que con cualquier otro autor italiano. “Lo que hizo Manzoni en el siglo XIX lo está haciendo Sciascia en el XX”, ha dicho el crítico Antonio Motta. Y no es inexacto: “Si se me preguntara a cuál corriente de escritores pertenezco, y debiera limitarme a un solo nombre, diría que sin duda a la de Manzini”, respondió Sciascia a Marcelle Padovani en esa larga entrevista que es La Sicilia como metáfora. Si en alguna otra parte (en su diario público Negro sobre negro) el autor de El contexto y Todo modo ha escrito que la literatura es una suerte de sistema solar, es evidente que en su universo refulgen —como astros de luz propia, de mayor o menor magnitud— los nombres de Pirandello, Gogol, Anatole France, Brancati, Federico De Roberto, Stendhal, Voltaire y los enciclopedistas franceses, Borges, Cervantes, Calderón de la Barca, Lorca, Cernuda, Pedro Salinas, Alberto Savinio… y José Ortega y Gasset. Sicilia es para Leonardo Sciascia lo que el condado de Yoknapatawpha para William Faulkner. Pero su mundo no precisa de un condado literario ni de un Macondo metafórico: la propia Sicilia es la metáfora del mundo, puesto que “Sicilia ofrece una síntesis, una representación de tantos problemas, de tantas contradicciones, no sólo italianas sino también europeas, que muy bien puede constituir la metáfora del mundo moderno.” La sicilianidad, pues, es uno de sus temas fundamentales, esa condición de lo siciliano que le ha permitido hablar de “sicilitudine” como quien amplía el vocablo italiano “solitudine” (soledad), esa idea de la propia soledad o insularidad que también se procrea en el fondo de todo corazón humano, el aislamiento de esa isla que es Sicilia y asimismo la isla interior que en lo más íntimo llevan hombres y mujeres por separado. “Entre nosotros ha habido siempre una idea muy arraigada: la creencia de que para ser completamente uno mismo hay que estar solo, que la soledad es el ámbito en el que uno se reencuentra, que los otros nos apartan, nos seccionan, nos multiplican —¡oh Pirandello!—, que con los otros no se consigue ser criatura, sino sólo un personaje”, dijo Sciascia en su conversación con Padovani. ¿Otros temas? Varios: la hispanidad, la herencia española y árabe, la Inquisición, la mafia, el conflicto entre individuo y poder, la percepción de que todo poder, siempre, es inmoral. Sobre su novela El contexto (trasladada al cine por Francesco Rosi con el título de Cadáveres ilustres) anota al final que “pretende ser una fábula sobre el poder en el mundo, un poder que progresivamente va degenerando en la inexplicable forma de una concatenación que aproximativamente podríamos llamar mafiosa”. Van y vuelven sus obsesiones temáticas: la memoria (tan trabajada por Marcel Proust, Luigi Pirandello, Harold Pinter, Jorge Luis Borges) en La sentencia memorable y El teatro de la memoria; las complicidades entre el poder legal y el extralegal en El día de la lechuza, Todo modo y Los navajeros; la disyuntiva o el rechazo moral de la ciencia en La desaparición de Majorana; la guerra civil española en Los tíos de Sicilia; la reconstrucción histórica en El archivo de Egipto, En tierra de infieles. Autos relativos a la muerte de Raymond Roussel, Las parroquias de Regalpetra, y Muerte del inquisidor. Al adoptar —y adaptar— la forma o el esquema clásico de la novela policiaca, al transferirlo a una cultura literaria en cierta manera católica, en muchos sentidos latina, Sciascia no reproduce al investigador de la novela negra norteamericana ni al de la detectivesca inglesa o francesa (excepto tal vez en el caso del inspector Rogas en El contexto) sino más bien intenta la verosimilitud de su protagonista al hacerlo pintor en Todo modo o un profesor solitario y solterón en A cada quien lo suyo que actúa llevado por una curiosidad intelectual, o mejor: literaria. Los cuentos que aquí se recogen, inmejorablemente traducidos por Guillermo Fernández, pertenecen a El mar color de vino, frase que alude al verso de Homero en La Odisea cuando Ulises se aproxima a las islas de Escila y Caribdis, en el estrecho de Messina, y que no es sino una descripción realista —nada simbólica— de la coloración violeta que en esa zona del Mediterráneo cobra el fondo del mar a ciertas horas del amanecer. En “El largo viaje” unos campesinos, gente sin trabajo, miserable, como braceros mexicanos que aspiran a traspasar la frontera del desempleo y el subdesarrollo, se ven envueltos en una farsa cruel, en una despiadada maquinación, mientras en “Juego de sociedad” nuestro autor siciliano ahonda en los mecanismos psicológicos más sutiles de esa barroquísima mentalidad o cultura de la mafia, que al no aceptarse como tal, al no querer nombrarse como mafia identificable y concreta, al menos se despliega en un inequívoco comportamiento mafioso: un saber decantado por los siglos, ancestralmente. Y en “Un caso de conciencia” la recreación es otra: la probable visión árabe y cristiana o católica de la sexualidad, el pavor a la traición sexual, la tragicomedia de la infidelidad real o imaginada, el mito tan siciliano como mexicano de “los cuernos”. Si hay un clima mental parecido entre México y Sicilia tal vez se debe a que tenemos en común, Sicilia y México, semejante pasado español, la Santa Inquisición, cierta herencia árabe que a nosotros nos llega por España y la lengua, la actitud judeocristiana ante la sexualidad, la imaginación para la venganza, y la bandera tricolor garibaldiana. En la obra de Leonardo Sciascia el interés por España se gesta antes, pero se acrecienta después de la guerra civil, como se comprueba en su cuento “El antimonio” y en sus traducciones de Federico García Lorca, Manuel Azaña y Pedro Salinas. Un libro que lo marcó, sobre todo para el ejercicio de la historia novelada, fue La realidad histórica de España, de Américo Castro, y son innumerables las citas que hace de Cernuda y Borges en El contexto, de Cervantes y Calderón en su comedia El honorable, de José Moreno Villa en La desaparición de Majorana, de Unamuno al parodiarlo:
“Me duele Italia”
Pero, naturalmente, quienes más frecuentemente resplandecen en su “sistema solar” son autores sicilianos: Vitaliano Brancati, Alberto Savinio, Federico De Roberto (el de la novela Los virreyes), Giovanni Verga, Lucio Piccolo, y muy especialmente Luigi Pirandello: si André Malraux dijo de Faulkner que había introducido la tragedia griega en la novela policiaca, “de mí”, ha dicho Sciascia, “me gustaría que se dijera que introduje el drama pirandelliano en el relato policiaco”.
¿Y un escritor, finalmente, qué es?, le preguntó Padovani. “Yo creo que un escritor es un hombre que encuentra placer en la verdad, que vive como un placer el hecho de decir la verdad. Para mí la escritura constituye un redoblamiento del placer de vivir, porque para mí escribir nunca ha sido un trabajo; al contrario, ha sido un placer, una diversión, un descanso.”
Federico Campbell
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