Santa Teresa
El misticismo de la celda: brilla En la sombra el reflejo de la lámpara, Oscilando como una moribunda Pupila que se estrecha y se dilata. Qué tristeza en la llama que agoniza, Qué blancas las paredes de la estancia, Qué implacable silencio de sepulcro En la indecisa claridad. La Santa Reposa sobre el lecho inmaculado, El lecho que se eleva como un ara En uno de los ángulos sombríos; Por su frente que han hecho mustia y pálida Tanta meditación y tanto ayuno Corre el sudor en transparentes lágrimas; Sus ojos siempre abiertos por el éxtasis Se entornan abatiendo sus pestañas; En sus labios enjutos y apacibles Perfumados con mirras de plegarias Se despiertan los besos voluptuosos, Y sus brazos, más blancos que las sábanas, Queriendo rodear algo invisible, Se retuercen, se agitan y se enlazan. Sueña: sueña que el Cristo macilento, El cuerpo exangüe y celestial que ama, Sonríe tras su mueca de amargura, Que sus frescas heridas se restañan Y sus lívidos miembros se coloran Y se cierran las bocas de sus llagas; Sueña que su mirada se ilumina Y del madero ignominioso baja Más radiante que un ángel y más bello Al lecho que se eleva como un ara, Y que mezclan y juntan sus alientos Y que sus cuerpos vírgenes se enlazan, Y que en un beso trémulo y sonoro Se confunden sus bocas invioladas.
De Cuarzos
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