De Hoffmann
Tengo miedo a ese murciélago con las alas extendidas Que en el blanco cielo raso pone un triángulo luctuoso, Produciendo escalofríos en tus formas ateridas Y llenando nuestras almas de terror supersticioso. Tengo miedo de la noche, tengo miedo hasta del brillo De la luna y del reflejo de ese agudo rayo blanco Que desgarra el cortinaje como una hoja de cuchillo Y se entierra en la blancura transparente de tu flanco. Me acobarda ver la mata de tu pelo tumultuoso Que desata sus crespones enlutando tu belleza, Y en tus hombros se divide cual si un cuervo tenebroso Extendiera sus dos alas al posarse en tu cabeza. Todo excita mis temores: ese lívido destello Que te alumbra, y ese soplo que sacude tu cortina, Y esa angosta cinta roja que da vuelta por tu cuello Cual señal de haberte herido la sangrienta guillotina. Ya el murciélago agorero del plafón se ha deslizado Temeroso de la llama que agoniza bajo el dombo De la lámpara, y ahora representa estar bordado Con estambres funerarios en la seda de tu biombo. Cuál me espanta ver tu cuerpo que semeja el de una muerta, Cuál me asustan los rumores que perciben mis oídos, Y el enorme mastín pardo que vigila ante tu puerta Y estirándose en la alfombra lanza lúgubres aullidos. Están pálidos tus Miembros, está yerta tu sonrisa, Tu garganta con nervioso sobresalto se conmueve, Y tus senos, bajo el lino virginal de tu camisa, Están gélidos y blancos cual los copos de la nieve. Manchan dos gotas de sangre la blancura de tu pecho, Tus pies se unen cual si un clavo se tuviera en ellos fijo, Y al abrir tus finos brazos retorciéndote en tu lecho Reproduces la figura de un exangüe crucifijo. En la calle lanza el viento su gemido de amargura, Tus tapices se conmueven con extrañas sacudidas, Y en la esfera de tu vientre, profanando su blancura, Está el fúnebre murciélago con las alas extendidas.
De Hilo de Corales
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