Carne y cielo
Oh, amor materno, doliente, por los oros de cuerpos invadidos del secreto de regazos. Amados movimientos inconscientes del perfume impúdico que ríe en los miembros inocentes. Pesados fulgores de cabellos… crueles negligencias de miradas… atenciones infieles… Enervado por llantos tan suaves vuelvo a casa con las carnes ardientes de espléndidas sonrisas. Y enloquezco en el corazón nocturno de un día de trabajo después de mil otras noches con este impuro ardor.
De El ruiseñor de la iglesia católica
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