Un carnívoro cuchillo de ala dulce y homicida sostiene un vuelo y un brillo alrededor de mi vida. Rayo de metal crispado fulgentemente caído, picotea mi costado y hace en él un triste nido. Mi sien, florido balcón de mis edades tempranas, negra está, y mi corazón, y mi corazón con canas. Tal es la mala virtud del rayo que me rodea, que voy a mi juventud como la luna a la aldea. Recojo con las pestañas sal del alma y sal del ojo y flores de telarañas de mis tristezas recojo. ¿Adonde iré que no vaya mi perdición a buscar? Tu destino es de la playa y mi vocación del mar. Descansar de esta labor de huracán, amor o infierno no es posible, y el dolor me hará a mi pesar eterno. Pero al fin podré vencerte, ave y rayo secular, corazón, que de la muerte nadie ha de hacerme dudar. Sigue, pues, sigue, cuchillo, volando, hiriendo. Algún día se pondrá el tiempo amarillo sobre mi fotografía.
(de El rayo que no cesa)
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