Miguel |
Miguel Hernández: don, amor, voluntad y lucha |
Diéronle muerte y cárcel las Españas Francisco de Quevedo Tenía Miguel Hernández 32 años en el momento de su muerte —28 de marzo de 1942—. Apenas. Sucedió en el Reformatorio de Adultos de la ciudad de Alicante, enfermos de muros sus pulmones. Pero muere con los ojos abiertos, sin que quienes le vieran morir pudieran lograr cerrárselos. Sus últimas palabras son para su esposa: "¡Josefina, hija, qué desgraciada eres!" I. Había nacido en el pueblo de Orihuela, provincia de Alicante (Sureste Español), el 30 de octubre de 1910. Su padre era pastor, y Miguel también lo fue desde muy corta edad. Aprendió a leer a los diez años, y aunque sus profesores descubrieron ciertas dotes y afición a la lectura, e intentaron convencer a su familia para que siguiera estudiando, su padre decidió, por razones puramente económicas, que trabajara, y así fue que continuó como pastor y en ocasiones como repartidor de leche a domicilio. La adolescencia de Miguel Hernández es, pues, una adolescencia aparentemente alejada de la poesía, y digo aparentemente, porque creo que sin embargo, son los años en los que se descubre y devora lecturas, y ya siente necesidad de exteriorizar sus sentimientos. Pero es en 1925 cuando encuentra en su pueblo a un grupo de muchachos que, como él, también se aficionaban a los versos. En ese grupo destaca la figura de Ramón Sijé, sacerdote posteriormente; éste le prestó libros, fue la persona que ordenó sus lecturas y Miguel Hernández conoció a los poetas clásicos y modernos, leyó novelas, y desde luego comenzó a escribir de manera torrencial. En otro lugar he escrito que "imaginamos como resultado", es decir, que la imaginación es el fruto de una buena observación y aprehensión de lo que nos llega del exterior; esto se cumple también en Miguel Hernández, ya que, a raíz de sus lecturas, se va conformando un paisaje poético personal y, a través de su amistad con Sijé, un paisaje ideológico. En el caso de su amistad con Sijé, me ha llamado anecdóticamente la atención el pensar que el apellido de este cura significa en griego alma; y resulta curioso que fuera Ramón Sijé el impulsor y descubridor de nuestro poeta. (En realidad "Ramón Sijé" es un seudónimo: el nombre verdadero de este personaje es José Marín Gutiérrez, pero éste es un dato poco conocido). Sijé fue la persona que más influyó, en un principio, en Miguel Hernández. El carácter temperamental, espontáneo y agradecido del poeta le llevó a cuajar unos versos de hondo sentimiento religioso (Silbos), de los que sin embargo Miguel se arrepentiría más tarde. Llegó a escribir un Auto-Sacramental —Quién te ha visto y quién te ve, y sombra de lo que eras—: y fue este Auto el que le proporcionó su definitiva entrada en Madrid, ya que José Bergamín, de pensamiento católico, lo publicó en su excelente revista Cruz y Raya, en los números 16-18 de julio y septiembre de 1934. Es entonces cuando conoce en Madrid a los principales poetas que reunió ese tiempo fecundo de la República Española —Juan Ramón, Machado, García Lorca, Alberti, Cernuda, Aleixandre, León Felipe, Neruda, etcétera. Pero trabó especial amistad con dos de ellos, Aleixandre y Neruda, quienes en gran medida sustituyeron a Sijé en el "alma" del poeta. Y esto fue así hasta tal punto que, de la misma manera que Sijé le influyó ideológica y formalmente, el conocimiento de Pablo Neruda le hizo "convertirse" al comunismo y cambiar la materia de su canto. En el caso de Vicente Aleixandre, le influyó su libro La destrucción o el amor. II. Ya había viajado a Madrid una primera vez en 1931, pero en aquel momento ni logró hallar trabajo ni conectar con los poetas que ya comenzaba a conocer en libros. Fue éste, a pesar de ello, un viaje enriquecedor: los poetas de la Generación del 27 festejaron el Centenario de Góngora con abundantes versos, y esto supuso para Miguel Hernández un desafío; un desafío que dio su fruto en un libro de versos, el primero, Perito en lunas, publicado en Murcia en 1933. El libro ha sido menospreciado por la crítica, acusándolo de "deshumanizado conceptismo y huera retórica, vacío de toda emoción y sentimiento", pero tal como apunta Concha Zardoya en su artículo sobre "el mundo poético de Miguel Hernández", se trata de "un asombroso comienzo poético y un prodigio de autosuperación juvenil", porque "cuando Miguel escribía este libro, estaba superando la tragedia del hombre sin cultura que aspira a ella y a las más elevadas formas del arte y del pensamiento". Es un libro repleto de metáforas y de neogongorismos de gran maestría; maneja todas las figuras retóricas con artificio, aunque de vez en vez se le escapen versos "en un lenguaje natural y de expresividad directa". Su segundo libro de poemas, El rayo que no cesa, ve la luz en Madrid en 1936; se trata del libro que "consagra" definitivamente al poeta como el primero entre los de su generación. Los elogios se suceden, y sólo son acallados por el estallido de la Guerra Civil Española. Algunos de los poemas incluidos en este libro ya fueron ensalzados con anterioridad por varios críticos y poetas, entre ellos Juan Ramón Jiménez, que queda asombrado por la "Elegía a la muerte de Ramón Sijé" y "Seis sonetos desconcertantes", tal como Juan Ramón mismo escribe. Amor, dolor y muerte son los temas que se reúnen en El rayo que no cesa. Y amor, dolor y muerte son el rayo que no cesa, sinónimos y contrapuestos. A partir del momento en que da comienzo en España la Guerra Civil, Miguel se une activamente al Frente Popular, y actúa como comisario en varios lugares. Escribe cantidad de poemas-arenga, poemas-grito, poemas-lucha, poemas-épicos, en fin: y en 1937 aparece su Viento del pueblo, que reúne esos versos motivados por la guerra y sus consecuencias primeras. Se convierte de este modo en un poeta que sigue la tradición de cantar a España como problema, pero también abunda su calidad humana y tierna. Veo en estos poemas una humanidad y una rabia a borbotones, entremezclados; veo incontrolados sentimientos escritos, pero sin duda sentimientos. (El tiempo de guerra es propicio para el teatro, y entre 1936 y 1938 escribe la mayor parte de su producción teatral: El labrador de más aire, Teatro en la guerra y Pastor de la muerte, que junto con el Auto ya citado y las obras Los hijos de la piedra y El torero más valiente componen toda su obra dramática, de la que aquí sólo podemos dar referencia.) También en plena guerra, entre 1937 y 1939, escribe un poemario más: El hombre acecha. Nos ofrece en él una poesía en la línea que ya conocíamos en Viento del pueblo, pero aquí un tono mucho más triste recorre los versos, con ciertos destellos de esperanza que, a pesar de su taciturnidad íntima, siempre había luchado por aparecer en su poesía; así sucede por ejemplo, en los poemas "Carta" y "El herido", "Llamo a los poetas", "Madre España" y sobre todo en "Canción última"; en cada uno de estos poemas basta considerar los últimos versos para confirmar lo que venimos diciendo. Finaliza la guerra en marzo de 1939, y Miguel Hernández es apresado y condenado a muerte; se logra conmutarle la pena por treinta años de prisión. Fue trasladado varias veces de cárcel, hasta terminar en la de Alicante, donde moriría. Pero hasta entonces siguió escribiendo. En las cárceles escribe un nuevo libro, al que titula Cancionero y romancero de ausencias, y que no verá la luz hasta después de su muerte. Cancionero y romancero de ausencias es un libro que debe ser insertado en la más pura tradición de la literatura española. Pero una amargura y dolor profundo pueblan todas las canciones y romances, y desaparecen las imágenes, esa retórica espontánea y rica que le había distinguido: son los poemas de este libro secos pensamientos que brotan desde el dolor, con aliento entrecortado, "por ausencias". Sus últimos poemas contienen también ese tono amargo del Cancionero, pero hay en ellos mucho de la retórica hernandiana que había sido abandonada en los poemas de aquel libro. Entre sus últimos poemas están algunos de los más conocidos del poeta, sobre todo el dedicado "a su hijo, a raíz de recibir una carta de su mujer, en la que le decía que no comía más que pan y cebolla", y que tituló "Nanas de la cebolla", la canción de cuna más patética que jamás se haya escrito. Sobresalen también los poemas "Hijo de la luz y de la sombra", "A mi hijo", "Vuelo", "Muerte nupcial", "Sepultura de la imaginación", "Ascensión de la escoba" y "Eterna sombra". III. Miguel Hernández: don, amor, voluntad y lucha. Esto quiero que reflejen estas notas de introducción a una breve antología de sus versos, no sin antes advertir que en el caso de nuestro poeta, toda antología es breve, y debe cumplir la misión de impulsar la lectura de toda su obra, extensa, fecunda y maravillosa. Es indudable que Miguel poseía don a raudales. Ya lo descubrió Francisco Martínez Corbalán en la entrevista que, por primera vez en su vida, le hizo para Estampa, de Madrid, en 1932. En ella se decía: "el joven Miguel Hernández es despierto, rima con gran facilidad; tiene lo que no se compra, le falta lo que se puede adquirir". Tuvo prisa por adquirir lo que le faltaba, se ejercitó con maestría en Perito en lunas, pero creemos que su voz principal vino después, cuando por amor, por rabia, por pasión o por lucha, consiguió hacerse popular, hacer pueblo de / con su poesía. Por ello creo que uno de los estudiosos de Miguel, Leopoldo de Luis, ha llegado a decir: "Si la poesía social tuviera que ser reducida a un solo nombre por su autenticidad, tendríamos que limitarnos a escribir: Miguel Hernández". Y en lo social no se descarta el amor, antes al contrario, es uno de sus elementos principales. El amor es aquí para el poeta motor vital y poético, desde sus primeros poemas hasta los amargos en prisión: su esposa Josefina Manresa, que hoy como siempre vive en su Orihuela natal,* es quizá una de las mujeres más bellas y también más trágicamente cantadas en lengua castellana. Y, por supuesto, por encima de todo, Miguel es el ejemplo de voluntad humana y poética de mayor leyenda en este siglo. Conocemos un poco de su vida, pero ya que se trata de un poeta, fijémonos bien en su voluntad como poeta: del barroquismo a la sencillez; comenzó culterano en octavas reales para alcanzar culta y llanamente el romance. Y a este propósito, conviene citar a Octavio Paz, quien afirma en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, en el Madrid de 1937, que "el romance es el medio de expresión por excelencia del pueblo español", pensamiento que Miguel Hernández, presente en aquella ocasión, compartió y puntualizó de la siguiente manera: "lo importante es la técnica personal del poeta. Lorca renovó, retocó, pulió el viejo romance de Góngora y el Romancero. Le impuso un sello único". Y en cuanto a su lucha, digamos que se trata de una lógica consecuencia. Con las características que venimos anotando, quién puede dudar de su natural enrolamiento en una causa que siempre creyó justa y de la que, pese a sufrimiento y muerte, nunca se arrepintió. Así fue que Miguel Hernández alcanzó su plenitud a los 32 años de edad apenas: a penas. He renunciado a citar versos del poeta en esta nota, pero me permitirán ustedes terminarla con unos de su amigo Jorge Guillén, en parte inspirados por aquel de Quevedo que nos sirvió de pórtico:
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* Josefina Manresa Marhuenda murió el 19 de febrero de 1987 en Elche, España. |
El silbo de la llaga perfecta
(de Silbos)
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I
Je m'enfonce au mépris
Valéryde tant d'azur oiseux.
(de Perito en Lunas) |
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VI |
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XIV |
(de Perito en Lunas) |
XXV |
Hay un constante estío de ceniza
(de Perito en Lunas)
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Un carnívoro cuchillo |
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Como el toro he nacido para el luto |
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Elegía |
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Sino sangriento |
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El sudor |
En el mar halla el agua su paraíso ansiado y el sudor su horizonte, su fragor, su plumaje. El sudor es un árbol desbordante y salado un voraz oleaje. Llega desde la edad del mundo más remota a ofrecer a la tierra su copa sacudida, a sustentar la sed y la sal gota a gota, a iluminar la vida. Hijo de movimiento, primo del sol, hermano de la lágrima, deja rodando por las eras, del abril al octubre, del invierno al verano, áureas enredaderas.
Cuando los campesinos van por la madrugada a favor de la esteva removiendo el reposo, se visten una blusa silenciosa y dorada de sudor silencioso. Vestidura de oro de los trabajadores, adorno de las manos como de las pupilas. Por la atmósfera esparce sus fecundos olores una lluvia de axilas. El sabor de la tierra se enriquece y madura: caen los copos del llanto laborioso y oliente, maná de los varones y de la agricultura, bebida de mi frente. Los que no habéis sudado jamás, los que andáis yertos en el ocio sin brazos, sin música, sin poros, no usaréis la corona de los poros abiertos ni el poder de los toros. Viviréis maloliendo, moriréis apagados: la encendida hermosura reside en los talones de los cuerpos que mueven sus miembros trabajados como constelaciones. Entregad al trabajo, compañeros, las fuentes: que el sudor, con su espada de sabrosos cristales, con sus lentos diluvios, os hará transparentes, venturosos, iguales. |
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Canción del esposo soldado |
He poblado tu vientre de amor y sementera, he prolongado el eco de sangre a que respondo y espero sobre el surco como el arado espera: he llegado hasta el fondo. Morena de altas torres, alta luz y altos ojos, esposa de mi piel, gran trago de mi vida, tus pechos locos crecen hasta mí dando saltos de cierva concebida. Ya me parece que eres un cristal delicado, temo que te me rompas al más leve tropiezo, y a reforzar tus venas con mi piel de soldado fuera como el cerezo. Espejo de mi carne, sustento de mis alas, te doy vida en la muerte que me dan y no tomo. Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas, ansiado por el plomo. Sobre los ataúdes feroces en acecho, sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa te quiero y te quisiera besar con todo el pecho hasta en el polvo, esposa. Cuando junto a los campos de combate te piensa mi frente que no enfría ni aplaca tu figura, te acercas hacia mí como una boca inmensa de hambrienta dentadura. Escríbeme a la lucha, siéntame en la trinchera; aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo, y defiendo tu vientre de pobre que me espera, y defiendo tu hijo. Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado envuelto en un clamor de victoria y guitarras, y dejaré a tu puerta mi vida de soldado sin colmillos ni garras. Es preciso matar para seguir viviendo. Un día iré a la sombra de tu pelo lejano, y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo cosida por tu mano. Tus piernas implacables al parto van derechas, y tu implacable boca de labios indomables, y ante mi soledad de explosiones y brechas recorres un camino de besos implacables. Para el hijo será la paz que estoy forjando. Y al fin en un océano de irremediables huesos tu corazón y el mío naufragarán, quedando una mujer y un hombre gastados por los besos. |
(de Viento del pueblo)
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Llamo a los poetas |
Entre todos vosotros, con Vicente Aleixandre
y con Pablo Neruda tomo silla en la tierra: tal vez porque he sentido su corazón cercano cerca de mí, casi rozando el mío. Con ellos me he sentido más arraigado y hondo, y además menos solo. Ya vosotros sabéis lo solo que yo soy, por qué soy yo tan solo. Andando voy, tan solos yo y mi sombra. Alberti, Altolaguirre, Cernuda, Prados, Garfias, Machado, Juan Ramón, León Felipe, Aparicio, Oliver, Plaja, hablemos de aquello a que aspiramos por lo que enloquecemos lentamente. Hablemos del trabajo, del amor sobre todo, donde la telaraña y el alacrán no habitan. Hoy quiero abandonarme tratando con vosotros de la buena semilla de la tierra. Dejemos el museo, la biblioteca, el aula sin emoción, sin tierra, glacial, para otro tiempo. Ya sé que en esos sitios tiritará mañana mi corazón helado en varios tomos. Quitémonos el pavo real y suficiente, la palabra con toga, la pantera de acechos. Vamos a hablar del día, de la emoción del día. Abandonemos la solemnidad. Así: sin esa barba postiza, ni esa cita que la insolencia pone bajo nuestra nariz, hablaremos unidos, comprendidos, sentados, de las cosas del mundo frente al hombre. Así descenderemos de nuestro pedestal, de nuestra pobre estatua. Y a cantar entraremos a una bodega, a un pecho, o al fondo de la tierra, sin el brillo del lente polvoriento. Ahí está Federico; sentémonos al pie de su herida, del chorro asesinado que quiero contener como si fuera mío y salta y no se acalla entre las fuentes. Siempre fuimos nosotros sembradores de sangre. Por eso nos sentimos semejantes al trigo. No reposamos nunca, y eso es lo que hace el sol, y la familia del enamorado. Siendo de esa familia, somos la sal del aire. Tan sensibles al clima como la misma sal, una racha de otoño nos deja moribundos sobre la huella de los sepultados. Eso sí: somos algo. Nuestros cinco sentidos en todo arraigan, piden posesión y locura. Agredimos al tiempo con la feliz cigarra, con el terrestre sueño que alentamos. Hablemos, Federico, Vicente, Pablo, Antonio, Luis, Juan Ramón, Emilio, Manolo, Rafael, Arturo, Pedro, Juan, Antonio, León Felipe. Hablemos sobre el viento y la cosecha. Si queréis, nadaremos antes en esa alberca, en ese mar que anhela transparentar los cuerpos. Veré si hablamos luego con la verdad del agua, que aclara el labio de los que han mentido. (de El hombre acecha)
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Canción última |
(de El hombre acecha)
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El cementerio está cerca |
(de Cancionero y romancero de ausencias)
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Cogedeme, cogedme |
(de Cancionero y romancero de ausencias) |
La vejez en los pueblos |
(Guerra)
La vejez en los pueblos.
(de Cancionero y romancero de ausencias) |
Antes del odio |
(de Cancionero y romancero de ausencias)
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Aunque tú no estás |
(de Cancionero y romancero de ausencias)
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A mi hijo |
Te has negado a cerrar los ojos, muerto mío, abiertos ante el cielo como dos golondrinas: su color coronado de junios, ya es rocío alejándose a ciertas regiones matutinas. Hoy, que es un día como bajo la tierra, oscuro, como bajo la tierra, lluvioso, despoblado, con la humedad sin sol de mi cuerpo futuro, como bajo la tierra quiero haberte enterrado. Desde que tú eres muerto no alientan las mañanas, al fuego arrebatas de tus ojos solares: se precipita octubre contra nuestras ventanas diste paso al otoño y anocheció los mares. Te ha devorado el sol, rival único y hondo y la remota sombra que te lanzó encendido; te empuja (un ahogo) llevándote hasta el fondo, tragándote; y es como si no hubieras nacido. Diez meses en la luz, redondeando el cielo, sol muerto, anochecido, sepultado, eclipsado. Sin (pasar) por el día que marchitó tu pelo; atardeció tu carne con el alba en un lado. El pájaro pregunta por ti, cuerpo al oriente, carne naciente al alba y al júbilo precisa, niño que sólo supo reír tan largamente que sólo ciertas flores mueren con tu sonrisa. Ausente, ausente, ausente como la golondrina ave estival que esquiva viril al pie del hielo: golondrina que a poco de abrir la pluma fina, naufraga en las tijeras enemigas del vuelo. Flor que no fue capaz de endurecer los dientes, de llegar al más leve signo de la fiereza. Vida como una hoja de labios incipientes, hoja que se desliza cuando a sonar empieza. Los consejos del mar de nada te han valido... vengo de dar a un tierno sol, una puñalada, de enterrar un pedazo de pan en el olvido, de echar sobre unos ojos un puñado de nada. Verde, rojo, moreno; verde, azul y dorado: los latentes colores de la vida, los huertos, el centro de las flores a tus pies destinado, de oscuros negros tristes, de graves blancos yertos. Mujer arrinconada: mira que ya es el día, (ay, ojos sin poniente por siempre en la alborada) pero en tu vientre, pero en tus ojos, mujer mía, la noche continúa cayendo desolada. (de Últimos poemas)
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Vuelo |
(de Últimos poemas) |
Muerte nupcial |
(de Últimos poemas) |
Sepultura de la imaginación |
Un albañil quería... No le faltaba aliento. Un albañil quería, piedra tras piedra, muro tras muro, levantar una imagen al viento desencadenador en el futuro. Quería un edificio capaz de lo más leve. No le faltaba aliento. ¡Cuánto aquel ser quería! Piedras de plumas, mares de pájaros los mueve una imaginación al mediodía. Reía. Trabajaba. Cantaba. De sus brazos, con un poder más alto que el ala de los truenos, iban brotando muros lo mismo que aletazos. Pero los aletazos duran menos. Al fin, era la piedra su agente. Y la montaña tiene valor de vuelo si es totalmente activa. Piedra por piedra es peso y hunde cuanto acompaña aunque esto sea un mundo de ansia viva. Un albañil quería... Pero la piedra cobra su torva densidad brutal en un momento. Aquel hombre labraba su cárcel. Y en su obra fueron precipitados él y el viento. |
(de Últimos poemas) |
Ascensión de la escoba |
Coronada la escoba de laurel, mirto, rosa, es el héroe entre aquellos que afrontan la basura. Para librar del polvo sin vuelo cada cosa bajó, porque era palma y azul, desde la altura. Su ardor de espada joven y alegre no reposa. Delgada de ansiedad, pureza, sol, bravura, azucena que barre sobre la misma fosa, es cada vez más alta, más cálida, más pura. ¡Nunca! La escoba nunca será crucificada. Y ante su aliento raudo se ausenta el polvo quieto, y asciende una palmera, columna hacia la aurora. |
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Nanas de la cebolla |
(Dedicadas a su hijo a raíz de |
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Eterna sombra |
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