¿Y cómo podíamos cantar nosotros con el pie extranjero sobre el corazón, entre los muertos abandonados en las plazas sobre la hierba helada, escuchando el lamento de cordero de los niños, el grito negro de la madre que corría hacia el hijo crucificado en un palo de telégrafo? A la sombra de los sauces dejamos nuestras cítaras; oscilaban leves bajo el triste viento.
Pronto la noche llega
Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra traspasado por un rayo de sol: Pronto la noche llega.
Ávidamente alargo yo mi mano
En pobreza de carne, como soy, heme aquí, Padre; polvo del camino que el viento eleva apenas y perdona. Pero si menguar no supe antaño, la primitiva voz todavía ruge, ávidamente alargo yo mi mano: dame dolor comida cotidiana.
De otro Lázaro
De lejanísimos inviernos, persevera de un gong sulfúreo el sonido sobre los valles esfumados. Y como en aquel tiempo se modulan las voces de la selva: "Ante Lucem a somno raptus, ex erba inter homines, surges". Y se desploma tu piedra en la que tiembla la imagen del mundo.
En el justo tiempo humano
Yace en el viento de profunda luz la amada del tiempo de las palomas. De mí, de agua, de hojas está formada. Sola entre los vivos, oh dilecta razón, es una noche desnuda. Su voz consuela al ardor luminoso, a la alegría. Como nos desilusiona la belleza, la memoria se limpia de las formas extrañas, nuestro espejo interior se va limpiando de afectos y fulgores. Pero de lo profundo de tu sangre, en el justo tiempo humano renaceremos sin dolor.
Nieve
Desciende la noche: todavía permanecen las queridas visiones de la tierra, árboles, animales, pobre gente encerrada bajo mantos de soldado, madres con el vientre agostado por las lágrimas. Y la nieve en los prados como una luna apenas descubierta. Oh, estos muertos. Golpead las frentes, golpead hasta el corazón. Que por lo menos uno nos grite en el silencio; en este blanco cerco de los sepulcros.
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