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Nota introductoria
La perspectiva que se observa desde el Quai des Grands Augustins en París nos habla con elocuencia de la síntesis armoniosa de los estilos que han modelado la gran ciudad. Sobre los techos de la arquitectura civil aún dominan las torres góticas de las iglesias, una maravillosa concentración de casas de la fe en lo que es el núcleo original de la urbe: Auxrre, Saint Eustache, Saint Julian le pauvre, Saint Merry, y entre todas ellas la más antigua y la más famosa: Notre Dame. Centro de peregrinación, la iglesia de Nuestra Señora fue el sitio donde un joven de 18 años encontró la fe. Este adolescente había crecido en el seno de una familia que veía con indiferencia los asuntos religiosos. Comenzó a escribir mientras se aplicaba a los estudios de derecho. La lectura de Rimbaud: Las iluminaciones y después Una temporada en el infierno le provocaron una “viva y casi física impresión de lo sobrenatural”. En la Navidad de 1886 el joven Paul Claudel asistió a las Vísperas; estuvo de pie durante el servicio “entre la multitud, muy cerca de la segunda columna a la entrada del coro, a la derecha del lado de la sacristía. Fue entonces (durante el canto del Magnificat) que se produjo el suceso que ha dominado toda mi vida. En un instante mi corazón fue tocado y creí”.
A partir de esa fecha, Paul Claudel da comienzo a una copiosa y sólida obra literaria que abarcó el ensayo, el teatro y la poesía. “Cada hombre —escribió Claudel— ha sido creado para ser el testigo y el actor de un cierto espectáculo, para determinar su sentido.” Ese espectáculo fue siempre visto con los ojos de la cristiandad. Al poeta le preocupó conocer y describir un mundo que ante sus ojos era reciente y que se hallaba marcado por el misterio de la creación. La fe cristiana fue el punto de apoyo de la tarea literaria de Claudel, la liturgia le inspiró sus obras más vastas y vigorosas. Claudel como su amigo y, en ciertos aspectos su discípulo, Saint-John Perse, dedicó gran parte de su vida a la diplomacia, y gustaba de mencionar que nunca el poeta le había robado horas al funcionario. Cada mañana, después de asistir a misa y de cumplir con el fervor de su cristianismo, dedicaba una hora a realizar su vocación literaria; esa vocación que había logrado definirse con la lectura de los clásicos y de Rimbaud (a quien llamó un místico en estado salvaje), y con el trato de la persona y obra de Mallarmé. Los clásicos como Virgilio y Horacio, leídos en su lengua original, contribuyeron a la maestría en el oficio literario; y la lectura continua de la Biblia, después de su conversión, fue el alimento de un estilo y la fuente inagotable de inspiración. Claudel ve la creación de Dios como espectáculo donde toca al poeta describir sus correspondencias. En las páginas de su libro LʻArt poétique el poeta dejó escritas las ideas que rigen su obra literaria. Para Claudel todo ser o cosa viva existe sólo en relación con otros seres y cosas vivas; la interdependencia universal es flagrante, la simultaneidad evidente; para el ser vivo conocer equivale a un renacer, proporcionarse un medio de renacimiento, es hacer que nazcan por sí mismos, consigo mismo, todos los objetos de los que tiene conocimiento. La toma de conciencia de estar en un mundo regido por un orden divino que sólo adquiere sentido en la medida que realizamos en nosotros el camino de la perfección cristiana, será la tarea poética más importante en Claudel. De la necesidad de encontrar sentido al espectáculo de la creación nacen las Cinco grandes odas que, en palabras de Perse, significan una voluntad firme de insertarse en la esencia de las cosas por el más profundo de los accesos: el del poema, en el que decir, celebrar, cantar son manifestaciones de estados interiores que no se someten a los objetos sino para alcanzar mejor al sujeto; ya sea que se siga el motivo general de las diversas posiciones y proporciones, que se entre en los dramas y en los comentarios de los textos sagrados, siempre aparece, cada vez más urgente, esa búsqueda del ser total que responde al llamado del universo al colocar primero su conciencia, a la que sirve y de la que se sirve. La lectura de las Odas no es una operación sencilla. Claudel exige del lector la participación activa en su concepción del mundo; sin embargo, antes que doctrina o propagación de fe, Claudel sabía que su creación era un objeto poético. El poema se ciñe a sus propias leyes para comunicar una experiencia. Claudel que abrevó en las aguas del simbolismo adquirió de esta corriente literaria la conciencia de la autonomía de la imagen. Así las Odas en las grandes líneas de su construcción son el resultado de un gran poeta que elaboró un medio propio para decir su verdad. Podemos o no compartir la ideología de Claudel pero en el ámbito de la poesía las Grandes odas tienen el aliento de la auténtica creación. Aunque Claudel dominó la forma del soneto y supo como pocos componer de acuerdo con las leyes de la versificación, para lo que tenía que decir prefirió el versículo. El antecedente de Baudelaire y Rimbaud y su frecuentación de la Biblia lo familiarizaron con una forma que es la adecuada para expresar la épica del conocimiento siempre desde la perspectiva cristiana. Para Claudel los ritmos del cuerpo dictaban la cadencia del verso. De los latidos del corazón y la respiración surge el versículo. Miguel Ángel Flores
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