Poema de la tierra sola
I Pálido envuelve esta quietud en el rincón perdido, donde se abre la queja en la voz de lo oscuro, donde el remo de arena deja hincada la cárcel de la espera en mis ojos ahogados. Nadie te conoce. Ninguno te conoce. La tarde va deshabitada. El hueco despertó de la cisterna tu silencio en mis ojos. El cielo está ciego y el viento deshoja tu nombre. Tu nombre que nadie sabe. III Esta prisa sin pasos por llamarte, este dolor de arena, estas flores de lluvia donde expiran los arcos, este violín del miedo extendido en tu cauce, tras el rumor mojado en el silencio habitando la tarde. Estas gotas tan solas que me duelen congeladas al beso de los vidrios; este negro, este luto, este soñarte lejos en el siempre. Este silencio tan lento, tan antiguo, con las miradas áridas donde la voz se abraza. Este abismo, esta cintura tan sola del paisaje. Esta luna sin pétalos, sin noche, bajo espinas de arena. Estos labios tan secos de nombrarte tan rojos de tu sangre en la huida de todos los crepúsculos. Esta quietud, este lento desierto de mi frente, esta ausencia tan sola que se mece rasgándose en el brinco. Estos violines clavándose en el miedo, esta sombra que lejos, en el sueño desbarata silencios. Estos labios helados. Esta furia tan lenta de la carne. Esta vida nevada de la estrella ahogándose en la tierra, los claveles huyendo, las palabras.
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