Interludio
I Allí, donde el silencio deja de ser silencio. Allí, donde la fresca luz de la palabra deja de traducirme o de ocultarme. Allí, donde la tierra es la herida que se abre al infinito, la rosa que reanima el horizonte, la desprendida flor que se levanta allí, otra vez, volví a tu encuentro. Todo callaba en torno tuyo. El silencio del mármol era más cristalino. Era tu propia, inexistente estatua, transparencia de olvido sobre olvido. Si tocaba tu cuerpo mis manos comprendían la tersura de un agua deshojada. Si besaba tus labios mis labios te sentían otros labios más dentro de tus labios: mar del beso caído en otros mares, beso náufrago que busca otros naufragios. Todo te consumía y te ocultaba. Lo que llamaba fuego era ceniza, una roja ceniza en movimiento pero ceniza, al fin ceniza en llamas. II Caen las hojas hacia la tierra y todo cae como las hojas y todo se levanta y crece como las hojas... ¡Oh primavera inútil!... Todo se me desploma en el vacío, todo desaparece y se confunde. Todo total, hecho de ti, de todos, de todo lo que existe sumergido en el tierno esqueleto de la rosa. Mira mis ojos, mira el oscuro espejo del corazón: la soledad me ahoga como una campanada de silencio que se repite en mil y mil campanas, y nadie, sino tú, puede mirarla caer en el abismo impenetrable. Voy a la nada, al angustioso nunca, a la sombra sin sombra de la muerte; prisionero sin cárcel porque todo es caer a otra caída como se caen las alas de los pájaros, como se cae la luz en la ceniza. Eternidad de un tiempo que no existe, de siempre y para siempre soy la sombra de nadie, de cualquiera, nada soy en la nada que me envuelve, nada estéril, voraz, pálida arena que desciende, que cae, que se anonada. III Recogí de tus manos una a una las gotas de agua, las perlas de la sal que en una orilla de la flor del azahar de los naranjos se despedían del sol, de la mañana, del mar azul que fueron desprendidas como las frescas uvas de la vid. En cada gota veía brillar el sueño de la brisa, los murmullos del prado en que desciende noche a noche la silenciosa luz de las estrellas. Veía, también, tu imagen reflejada, el invisible paso de las olas y una música blanca, de nubes, de palomas, de rocío, florecía de tu rostro, me inundaba, inundaba la sed, la sedienta mirada que te mira en la playa invisible de tu mano.
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