Ernesto Mejía Sánchez Selección y nota introductoria de Efraín Bartolomé VERSIÓN PDF
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Nota introductoria |
Ernesto Mejía Sánchez nació en Masaya, Nicaragua, en 1923.* Pertenece, con Carlos Martínez Rivas y Ernesto Cardenal, a la llamada Generación de los 40. Los tres continúan y enriquecen una tradición poética que es imprescindible en la poesía de lengua española y que tras el impar Rubén Darío nutrieron Salomón de la Selva, José Coronel Urtecho, Joaquín Pasos y Pablo Antonio Cuadra, entre otros. |
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* Ernesto Mejía Sánchez murió en 1985, en Mérida, Yucatán. (N. del E.) |
Ensalmos y conjuros |
1
5 11
Ensayé la palabra, su medida,
Aprendí una oración para decirla
Para saber si el fruto de su vientre |
La carne contigua |
I II III Y aconteció después de esto, que teniendo
I
Mi hermana, dijo Amnón, está desnuda. Dijo que, por más que esté cubierta con espesa y blanca túnica de lana, de largos pliegues amplios, ella está siempre desnuda.
Mi padre entonces, era comerciante en especias. Algunas escobas estaban llenas de ellas. Recuerdo sus olores magníficos; pero sus nombres, por una desconocida razón, casi los he olvidado.
Thamar, en la primavera, parió una niña de una sola abuela. Estaba Thamar como toda madre orgullosa de ella. Mi madre la ocultó al vecindario. Mi padre la besaba todos los días, al amanecer. Le llevaba frutas, liebres, mariposas brillantes para regocijarla. La mostraba sin cuidado a las visitas.
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La impureza |
La poesía La cruz Pavana
4
Infame cruz me están labrando
1 |
Contemplaciones europeas |
Las fieras Tuyo
(Jardin des plantes)
Tuyo, tú –y– yo, cuerpo
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Vela de la espada |
El extranjero La cortina del país natal Libertad de pensamiento Coup d´État
Estuve entre los míos y los míos no me conocieron,
Mis amigos demócratas,
La France, Dieu merci, nʼest pas une république
La cosa está que arde. Las ametralladoras no han parado de carcajear en toda la noche. Por más que una radio clandestina habló hasta la madrugada de la estratégica retirada de los valientes conciliocomunistas, hoy ya sólo sabemos de las víctimas de siempre: mujeres, ancianos y niños. Se dice que el Presidente estuvo a punto de pactar con los forajidos –hombre débil si los hay– y que nuestros bragados defensores de la soberanía tuvieron que tomar pacíficamente Radio Bolívar y desde ahí dar al pueblo la información verdadera. Pueblo: los que van a morir te saludan. Nos sacrificaremos por vos, Pueblo. Dentro de unas horas circulará nuestra proclama, impresa rápidamente en xerox por la Embajada. Ahí se explica nuestra patriótica actitud. Hay que sacrificarlo todo, inclusive el honor, por el bien del Pueblo. El Sr. Presidente ha renunciado en favor del Pueblo, es decir, del Jefe de las Fuerzas Armadas. Éste se vio obligado a llamar por teléfono al Presidente y decirle: –Ya no sos presidente. Ahora voy yo. –Y él le contestó malcriado: –No jodás, y ¿por qué?, ¿quién te puso? –Y nuestro Jefe que es muy sincero y expresivo le replicó: –¿Y a vos quién?, ¿la puta que te parió? –Y le colgó. |
Poemas familiares |
Mujer dormida El tigre en el jardín La sopera Pezuña del arcángel
Verla dormir ¡Dios mío! aun al precio
Sueño con mi casa de Masaya, con la quinta que malbarató mi padre, donde pasé la infancia. Estamos a la mesa, en el pequeño comedor rodeado de vidrieras. Comemos carne asada sangrante, todavía metida en el fierro. Su fragancia esparce cierta familiaridad animal. Hay visitas de seguro, amigos y parientes, pero no veo sus rostros. En una esquina de la mesa, yo como lentamente. De improviso vuelvo la cabeza hacia el jardín y veo el tigre, a cinco o seis pasos de nosotros, tras la vidriera. Tomo la escopeta del rincón, rompo un vidrio y le disparo enseguida. Yerro el tiro mortal y la bestia cobarde y mal herida huye de tumbo en tumbo bajo los naranjales. Mi padre saca una botella de etiqueta muy pintada, con las medallas de oro de las exposiciones, y leo varias letras que dicen Torino. Salen a relucir unos vasitos floreadí-simos, azules, magenta, ámbar, violeta. Todos beben y alaban mi rapidez y agilidad, no así la imprudencia de disparar sin percatarme si el arma estaba cargada. Unos dicen que cuando la bala iba en el aire, la fiera impertinente movió el cuello y ya no le di en el corazón sino en la paletilla. Yo como lentamente. Debe ser día de San Juan, día de mi madre, solsticio de verano. La mente ardida sigue dando vueltas al tigre. En un descuido lo persigo hasta verlo caer como un tapiz humillado a los pies de mi cama. Todos siguen bebiendo. Ahora felicitan a Myriam, pero la mujer consigna sin reproche que son cosas mías, cosas de mi sola imaginación.
Madre tenía una sopera de aluminio brillante, sin ninguna abolladura, que lucía sólo con las visitas distinguidas, y eso para una naranjada o un bole de naranjas, de ésas que daba nuestra tierra. Mentira que fuéramos terratenientes latifundistas, como dijo uno por allí, sino que teníamos un miniminifundio bien cultivado de qué comer, allá, antes de la Alianza para el Progreso de los Somozas. Bueno, pues la sopera relumbraba en el aparador como un artefacto de Benvenuto. Pero los niños somos (o fuimos) aristotélicos y nos intrigaba, no podíamos concebir, que una sopera no sirviera para la sopa diaria. Por eso, cuando llegó Mama Rosa, una Argüello grande y rosada, señorita del siglo XIX que fumaba puros chilcagre y todo el día estaba rosario en mano con una baraja española llena de reyes, de bastos y de oros, y vimos la sopera humeante en la mesa, también hubo desconcierto, y alguien dijo, y estoy seguro que fui yo: Mama Rosa, es la primera vez que esta sopera sirve para sopa, será porque hay visitas. Mama Rosa sonrió como rosa en su otoño y Madre nos lanzó una mirada conmovedora, que tenía del rencor y el disimulo de la clase media cogida infraganti, descubierta en no sé qué esencial falta de elegancia, en pecado mortal contra la distinción que no permite bajar peldaño, ni morirse de risa.
A Federico Cantú
Toda la noche estuve oyendo su tempestad |
Disposición de viaje |
Tercera clase Conversaciones en el bar
El tren mixto de Madrid salía de Valencia a las
Vamos en tercera, de Madrid a Valencia, por eso de Las Fallas. Y arranca el tren con gran estrépito español, antes de tiempo. Hace hambre al parecer, pues todos se han puesto a hurgar en sus atados y sacan panes y hogazas y facones para cortar peligrosamente el de cada día. Mechan el corazón con longaniza, morcillas, jamón serrano o queso ratonado. Los precavidos traen sardinas y merluzas o tortilla de patatas para el come que te come. No llegamos a la primera estación y ya hemos devorado un metro de pan con su aderezo –porque me han convidado con gentileza–. Que el americano se va a morir, darle algo. Y dale con el americano; y pasarle también la bota de vino juguetón. Se oyen cantos o parecen cantos con el vino. Ahora, a los postres, el americano va despacio con las naranjas, unas de oro valencianas, marcadas con un superfluo sellito de tinta roja que dice Valencia, que con el zumo manchan los dedos a su antojo. Ronda el vino en el canto y cada quien canta su cual canción de su región, que es la mejor y que le da por el culo a todas las otras. Y ahora a darle: Que cante el americano, que cante el americano. Y alguno muy sabido agrega: ¡Pero en inglés! Y el americano, haciendo de tripas lo que son, saca el alma a rodar y da de sí un romance del Conde Dirlos, que no habéis oído, aprendido de niño allá en su tierra, después del mar, con música de Mudarra o de Flecha el Viejo, Cancionerillo llamado jardín de amantes, sin pie y sin fecha. Y Moñino, que lloraba de risa.
Dicen que lo maté, lo oí en La Habana; pero nadie quiso decírmelo a mí solo. Esperaron el teatro lleno y lo gritaron a pedradas, con huevos podridos y tomates. No dicen que lo maté, técnicamente; sino que lo vendí, que lo entregué en mi casa, entre sábanas blancas. Sí, Granada andaba loca en busca de colores. Azul y rojo, rojo y gualda en las banderas, por los arrayanes, las arreboleras, en el carmen de Falla, husmeando fuego ritual y sangre en los rosales. Ruiz Alonso, mascando un clavel negro entre las fauces lo mandó a perseguir y nos buscaron casa por casa, porque la nuestra era toda Granada y allí me lo encontraron, ya pálido, los sayones de tricornio. Mis hermanas le llevan camisas y holandas con alhucema y azahares. Allí los sayones se están rifando sus vestiduras. Allí se oyó que yo era él y que esa misma noche me matarían. Y Ruiz Alonso, chafando su clavel, mandó hacer fuego sobre la L azul de Luis en la pijama. |
Poemas temporales |
Arte menor
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Historia natural |
I. Pandurata índica III. Los fresnos 4. Apuntes en la embajada Nicaragua celeste Del cielo y la tierra Solo a la tierra
En la vieja avenida Jalisco, no la antigua, hoy Pedro Antonio de los Santos, el arborizante puede ver todavía dos magníficos ejemplares solemnes de hojas oblongas, verde oscuro, casi azules al anochecer. Por la construcción que decoran simétricamente se puede calcular su edad; datan de cuando la Villa de Tacubaya no estaba aún ligada a la ciudad creciente por la avenida que ahora lleva su nombre; cuando las familias decentes, huyendo del Tívoli y del Arbeu, buscaban vida recoleta, y, según se dice, mejores aires, de importancia o del Bosque. Cincuenta, sesenta años tienen estos gemelos gigantes, únicos en el Valle de México. Aseguran que la finca pertenece a un licenciado, que perdió la magia electoral hace unos sexenios. Yo lo felicito; a lo mejor se hubiera construido ahí un palacio estilo remordimiento y los gemelos habrían caído perfumando el hacha consabida. Balbuena sabía de estas cosas y varias veces me lo dijo.
Los fresnos son mi delicia; son los padres y los hijos del Valle. Por mi mano plantados tengo cinco, que ya dan sombra en el claro verano. Sus hojas, menudas, dulces y fuertes, cantan con la brisa en primavera. Tras un otoño de minutos, vuelven sus alas verdes, de un verde enternecido que hace llorar. En cinco, cuatro, tres años, han crecido más que mis hijos, pero todavía son tiernos como ellos. Bajo el mayor yace La Peque, la gatita angora de Juanuca, que le da vida graciosa y animal. Se nutre el fresno de La Peque y La Peque salta en sus ramas, en sus hojas, en mis ojos, cuando azota la luna.
Veo a los nicaragüeños malhablados, hijos de mona y guardia, negros, renegridos, morenos, morochos o morunos y murrucos, hablando francés, francés cercopithèque –porque antes creíamos los del Centro que éramos más o menos blancos, cara blanca, cebus albifrons, pues no visitamos las afueras– y ahora, afuera, de lejos, te vemos, tierra, como sos. Tierra negra, morena cuando más, como la carne que quiero y no quiero. Madre carne, madre patria, bandera mentida en blanco y azul (por moler a Rubén Darío), yo te veré si es que te veo como serás. No me borres, porque yo canté el Himno y marché a la zaga algún día. Anduve de rama en rama del árbol genealógico, hice un claro en el bosque, fui un niño como fueron mis padres, un niño y ya no lo soy. Un niño, un monito, en un reino junto al mar, como dijo Edgar A. le Grand Poet.
Unripe bananas and porterhouse steak IV
And I saw a new heaven and a new
Ni la bandera azul y blanca flotando temblante en el aire caliente que se vuelve celeste, ni la corbatita azulenca ya desteñida por los desfiles del Quince de Septiembre, ni siquiera el Azul envejecido de don Rubén Darío, ni los ojos soñados bajo el mar, sobre el cielo, en que me abismé con terror y orgullo ilegítimo, ni tú, mediterráneo salobre, garzo y ojizarco, que el griego y el latino caeruleus y el náhuatl chalchuihuitl confundieron con el verde esmeralda que brota del centro de los Cielos, ni. Sino tú, la única, la perfecta, la intocada, ya sin color de tan alta, de tan alta invisible. La que está antes del nudo del ombligo y detrás de la podredumbre de los que no se incineran; más allá de volcanes, y lagos y ríos de apocalípticos nombres donde obligan al Niño a besar el culo del Infierno. Pero siempre pasa lo mismo bajo la energía solar: abominación de la abominación, a la orden del día y de la noche. Desde los trogloditas del tercer milenio a la destrucción por Tito y la reconstrucción por Adriano, del incendio de Walker al nacimiento y crucifixión de Sandino. Adoradores de falos y serpientes y becerros, de armas y dinero, sacerdos castrólicos y monjíferas sulfúricas, siempre los hubo. Brillan incrustados en la Bestia: son sus ojos y tentáculos en pleno poder natural. Ella se muerde y se retuerce enfurecida porque no puede nada contra Ti, Nicaragua Celeste. Lo digo porque fui arrebatado por una nube fúlgida, en la Calle de Humboldt-Nicaragua, y vi lo que no vi, lo que no se ve, lo nunca visto: esta nueva ciudad, astro o planeta, fuera de las galaxias, flotando en el sinfín de lo que no es, poblada y poblándose, por Rubén el primogénito, por José y sus hermanos, hijos de Jacob, por Salomón, rey-poeta como Nezahualcóyotl, y Pablo militar y fascífico, hoy converso de su pueblo. Y yo estoy a la puerta, y amo.
(Cuernavaca, diciembre de 1972).
IV. Soy solar
Al grito azul del cielo recién nacido, entre el verde follaje todavía oscuro de vida nocturna y animal, responde el desolado fulgor de quien fue rey lunático, de azarosos, azogados, tardos pasos. El ancho disco discurre en su alegría milenaria, después de recorrer cimas nevadas, arenas derretidas, ocasos de llamas furiosas, insolente escarlata del ocaso. Seguir, seguirlo, a ojos vistas, y que duerma un rayo poderoso en la mano magnánima, para entibiar siquiera el débil corazón escarchado de luna fugitiva y penosa. Dónde estarás doce horas más tarde, vistiendo en luz qué tierras, mares, selvas o ríos, con la reverberación de tu poder genital. Soy solar, dios nocturno, cuando el párpado agotado y goloso del día entra con pie seguro en las aguas lentas y tupidas del sueño, no duermo, sueño no más que duermo, por descansar el don luminoso y ardido que me hace menos yo, cuando ya deslumbrado me asombro. Soy solar, de mucho sol al descubierto viene la carne untada al hueso virgen. Soy solar, de mucho mundo al sol, veranos, playas, islas, procede el cuerpo que te entrego esta noche. Soy solar, por más que busque en brazos morenos más ternura que el fuego atesorado, soy solar. Aires nocturnos quieren embalsamar la furia del que duerme; no hay descanso, soy solar. No hay remedio, a mediodía, a media noche soy solar.
V. Noche cerrada |
Estelas/homenajes |
Epitafio Tríptico de Pablo Sobre un ejemplar de contemplaciones...
Joaquín Pasos se murió.
1. Sueño en Isla Negra. 4-VI-1971
Sobre un ejemplar de contemplaciones...
Libro mío, ya saliste a envejecer |