Page 4 of 8
El tigre en la casa (1970)
I. Retrato hablado de la fiera |
2. El tigre
Hay un tigre en la casa que desgarra por dentro al que lo mira. Y sólo tiene zarpas para el que lo espía, y sólo puede herir por dentro, y es enorme: más largo y más pesado que otros gatos gordos y carniceros pestíferos de su especie, y pierde la cabeza con facilidad, huele la sangre aun a través del vidrio, percibe el miedo desde la cocina y a pesar de las puertas más robustas. Suele crecer de noche: coloca su cabeza de tiranosaurio en una cama y el hocico le cuelga más allá de las colchas. Su lomo, entonces, se aprieta en el pasillo, de muro a muro, y sólo alcanzo el baño a rastras, contra el techo, como a través de un túnel de lodo y miel. No miro nunca la colmena solar, los renegridos panales del crimen de sus ojos, los crisoles de saliva emponzoñada de sus fauces. Ni siquiera lo huelo, para que no me mate. Pero sé claramente que hay un inmenso tigre encerrado en todo esto. 3 "Lo he leído, pienso, lo imagino;
existió el amor en otro tiempo." Será sin valor ni testimonio. Rubén Bonifaz Nuño Recuerdo que el amor era una blanda furia no expresable en palabras. Y mismamente recuerdo que el amor era una fiera lentísima: mordía con sus colmillos de azúcar y endulzaba el muñón al desprender el brazo. Eso sí lo recuerdo. Rey de las fieras, jauría de flores carnívoras, ramo de tigres era el amor, según recuerdo. Recuerdo bien que los perros se asustaban de verme, que se erizaban de amor todas las perras de sólo otear la aureola, oler el brillo de mi amor —como si lo estuviera viendo. Lo recuerdo casi de memoria: los muebles de madera florecían al roce de mi mano, me seguían como falderos grandes y magros ríos, y los árboles —aun no siendo frutales— daban por dentro resentidos frutos amargos. Recuerdo muy bien todo eso, amada, ahora que las abejas se derrumban a mi alrededor con el buche cargado de excremento. 4 Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses; que se pierda tanto increíble amor. Que nada quede, amigos, de esos mares de amor, de estas verduras pobres de las eras que las vacas devoran lamiendo el otro lado del césped, lanzando a nuestros pastos las manadas de hidras y langostas de sus lenguas calientes. Como si el verde pasto celestial, el mismo océano, salado como arenque, hirvieran. Que tanto y tanto amor y tanto vuelo entre unos cuerpos al abordaje apenas de su lecho, se desplome. Que una sola munición de estaño luminoso, una bala pequeña, un perdigón inocuo para un pato, derrumbe al mismo tiempo todas las bandadas y desgarre el cielo con sus plumas. Que el oro mismo estalle sin motivo. Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa se destroce. Que tanto y tanto, una vez más, y tanto, tanto imposible amor inexpresable, nos vuelva tontos, monos sin sentido. Que tanto amor queme sus naves antes de llegar a tierra. Es esto, dioses, poderosos amigos, perros, niños, animales domésticos, señores, lo que duele. |
2 Y el miedo es una cosa grande como el odio. El miedo hace existir a la tarántula, la vuelve cosa digna de respeto, la embellece en su desgracia, rasura sus horrores. Qué sería de la tarántula, pobre, flor zoológica y triste, si no pudiera ser ese tremendo surtidor de miedo, ese puño cortado de un simio negro que enloquece de amor. La tarántula, oh Bécquer, que vive enamorada de una tensa magnolia. Dicen que mata a veces, que descarga sus iras en conejos dormidos. Es cierto. pero muerde y descarga sus tinturas internas contra otro, porque no alcanza a morder sus propios miembros, y le parece que el cuerpo del que pasa, el que amaría si lo supiera, es el suyo. 6 De pronto, se quiere escribir versos que arranquen trozos de piel al que los lea. Se escribe así, rabiosamente, destrozándose el alma contra el escritorio, ardiendo de dolor, raspándose la cara contra los esdrújulos, asesinando teclas con el puño, metiéndose pajuelas de cristal entre las uñas. Uno se pone a odiar como una fiera, entonces, y alguien pasa y le dice: "vente a cenar, tigrillo, la leche está caliente". |
III. Lamentación por una perra |
1. Monelle
También la pobre puta sueña. La más infame y sucia y rota y necia y torpe, hinchada, renga y sorda puta, sueña. Pero escuchen esto, autores, bardos suicidas del diecinueve atroz, del veinte y de sus asesinos: sólo sabe soñar al tiempo mismo de corromperse. Ésa es la clave. Ésa es la lección. He ahí el camino para todos: soñar y corromperse a una. 3 Muerde la perra cuando estoy dormido; rasca, rompe, excava haciendo de su hocico lanza, para destruirme. Pero hallará otra perra dentro que gime y cava hace veinte años. 5 ¡Qué bajos cobres ha de haber tras esa aurífera corona! ¡Qué llagas verdes bajo las pulpas húmedas de su piel de esmeralda! ¡Qué despreciable perra puede ser ésta, si de veras me ama! 7 Uno creería que terminado este poema, gastada en el papel tanta azul tinta envenenada —catarsis y todo eso—, sería más claro el rostro de las cosas, compuesto el trote del poeta, recién bañado el tigre, vuelto al archivo el orden, al gato los tejados. Pero el dolor prosigue contra el texto, cebándose en las carnes como el can caduco y ciego, que desconoce al dueño por la noche, o bien, el amo alcohólico que muele a palos a su perra mientras ella (¡oh tristes!) lame la dura sombra que la aplasta. |
1
Días en que el ocio y la esterilidad cubren las cosas, como un polvo finísimo. Y sobre el polvo, sobre la superficie de los muebles, agrisada, dibujamos cabezas, casas con sus ventanas. Escribimos la palabra Lola sobre el polvo; el nombre Juana. Sobre el polvo del ocio de los muebles, como niños deformes, que apenas pueden controlar el dedo. 7 Hay un lejano olor a muerto en todo el aire. Alguien se muere aquí, muy cerca, en el jardín de al lado. Tal vez aquí, junto al umbral, más bien adentro de la casa, en el pasillo, y no, más cerca, en este cuarto donde moríamos juntos. No, tampoco. Más cerca aun, junto a mi cuerpo. Y no, más cerca. |
8. Magna et pulchra conventio
Hoy me produce vómitos pertenecer a este planeta, pero entiéndase bien: sólo por hoy, sólo por esta vez. No se me tome por contrarrevolucionario. Sólo por unas horas. Hay que comprenderlo. No me importa por hoy pertenecer al bando oscuro o claro de los hombres. De todo hay en la fiesta. Toda clase de baile se cultiva. Sólo siento esta vez unas ganas dulcísimas, ganas empalagosas de matar un hombre —pudiera ser yo mismo— o una mujer, por nada, sin motivo, como un supremo lujo irrealizable. Ganas terribles de que nuestras sagradas asambleas de ranas que barritan y canguros que graznan estallen como el vientre de la chinche golosa. Pero eso es todo, amada. Simplemente por hoy, aunque no constituya precedente, como un relámpago sucio contrario a los principios esenciales, por esta vez, insisto, sólo por media hora, vuelvo el estómago, hago del cuerpo con la boca de sólo ver un traje o unos poemas tejidos por los hombres. |
II |