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Tabernarios y eróticos (1988)
Caja negra |
La noche cerraría sobre las almas. Todos los sueños, toda la sangrienta memoria, las pasiones más pútridas, los amores más bellos, las más altas traiciones, los estupros más viles, los delitos incruentos y preciosos de los amantes perseguidos, los crímenes también de los impuros, toscos chacales de la urbe, los secretos más crueles de la felicidad y del dolor, los crímenes imaginarios, heroicos, bucaneros, de los adolescentes incestuosos, la clave de la guerra entre hermanos, punto fino, el solapado origen de toda la tragedia, el ojo mismo para contemplarlos, están todos ahí, en la caja negra, nuestro centro invisible y expansivo que vibra entre la válvula cardiaca y el florecido sexo al que servimos con suerte desigual. Pero nunca ha de abrirse. Todo a su alrededor ha de morir si ella se abre, agujas, cardos ha de volverse el agua que se bebe si ese turbio corazón se rompe. Sobre las almas cerraría la noche si esa caja se abriera en las entrañas de una sola criatura del frágil universo, como si se rompiera el corazón de Dios —la miel enferma del panal está en la caja. Freud se traumara con la idea de ese custodio visceral, ángel interno, que nos protege como un tumor benigno de la vasta miseria. Se han de romper las naves, ha de astillarse el aire como el vidrio corriente, pero la caja, no. Dios puede enloquecer y ha de quebrarse al fin como un volátil superior, pero la caja, no. |
¿Cómo sabemos que esta seductora, esta criatura indescriptible, es una bella moza de verdad, un ejemplar genuino de perfecta, de única hermosura, si no sabemos qué es lo bello en general? No es el saber, Hipias gracioso, el que permite con certeza y hielo descubrir la carnosa, incierta luz de tal ternura: un tenso muslo, un pecho que levanta, una dulce entrepierna, esta grupa apretada, el arca de este cuerpo, un rostro que deslumbra. Es el feliz dolor que ellos producen, sin saberlo, en fibras, vísceras ocultas, líquidos de adánica inocencia. El Universo es hueco, está vacío. No existen los modelos superiores, Hipias. Sólo existe esta beldad o aquélla. |
Bravata del jactancioso |
No soy bello, pero guardo un instrumento hermoso Eso aseguran cuatro o cinco ninfas y náyades arteras —dijera el jerezano—, que son en la materia valederos testigos y jueces impolutos. Dice alguna muy culta y muy viajada que debería fotografiarse mi genital ballesta en gran tamaño y exhibirse en el Metro, en vez de esos hipócritas anuncios de trusas sexy para caballeros. Y agrega que esta lanza de buen garbo —son palabras de ella—, de justas proporciones y diseño maestro, debería esculpirse, alzarse en una plaza de alta alcurnia, un obelisco, tal el de Napoleón en la Concordia, o la columna de Trajano en aquel foro que rima con su nombre. Yo no me creo esas flores, pero recibo emocionado el homenaje de todas estas niñas deliciosas. Yo celebro. |
Los amantes se aman, en la noche, en el día. Dan a los sexos labios y a los labios sexos. Chupan, besan y lamen, cometen con sus cuerpos las indiscreciones de amoroso rigor, mojan, lubrican, reconocen, enmielan. Pero al concluir el asalto, los dos lavan sus dientes con distintos cepillos. |
Solos de guitarrón para hombres solos |
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Se despierta un señor o una señora, para el caso es lo mismo, y mira frente a sí el desierto, este domingo, un domingo cualquiera, este breñal de instantes, horas erizadas, un roquedal de muebles y de objetos nada comunicativos ni locuaces. El infierno serían, esos domingos, todos esos grises, sordos, ciegos, pantanosos domingos, unidos en un ciclo sin semana, un círculo, el noveno, dos años hechos sólo de domingos, un compacto bloque de invisible pero sólido tiempo de soledad perfecta, una columna vertebral de perros, de espantosos domingos, soldados uno a otro como discos de hueso, sin lunes y sin viernes. |