Poemas de la última época
Tortuga |
Para Enrique David y su mascota
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Otro pequeño monstruo de enternecedora mansedumbre. Durante meses inmóvil en su escasa pileta purga alguna condena decretada dos mil siglos atrás contra voraces parientes del aire y de la tierra. Mira pasar milenios de su especie desde el alféizar óseo de su caparazón —casa, cárcel, camisa y artefacto; una caja de laúd construida para el silencio por torturadores enfermos y expeditos. Me pregunto si bastan para su alimento esas migajas, ese mísero trozo de lechuga que le arrojan a veces. Me pregunto si sufre, sumergida en la eterna, en la pasmosa mudez que la rodea. Un puño verdinegro de dolor, gorda llaga viviente del más inerme y lento de los seres del mundo. A lo mejor un alma que agitada transita por ese corpachón deforme, un moretón desordenado por el poderoso, combo silencio de su aullido. Angustioso misterio. Una tierna criatura ahí atrapada como un niño de pecho sordomudo que un mal desconocido rompe por dentro. No lo sabemos. La vieja solitaria, inmóvil e inmortal, sólo desova, sin razón y a destiempo —como apercibida para soportar veinte mil años el cepo que la envuelve—, grandes huevos estériles, su único lenguaje, un simple signo de vida imaginaria, de mortal consistencia, de orgánica tarea. |
Pudiera ser el amor —la línea recta— el camino más corto entre dos cuerpos sólo en el caso preciso de que tales cuerpos fueran fijos puntos en el proteico espacio Pero cuerpos y puntos no tienen casa permanente ni dirección ni horario en su universo 6.421* 6.41 6.42 Esta muchacha es buena, hermoso es aquel templo y verde este perico. ¿Para quién? Misterios, nubes de letras, libérrima neblina de rastreras voces, hollín de nuestras cerebrales chimeneas. Y si esto ocurre al ras del agua y en las aguas más bajas del lenguaje, augures, ¿qué pasará en las hondas? ¿qué acontece, filósofos, en las aguas profundas? ¿y en alta mar, sibilas, casandras, pitonisas? |
(De Al margen de un tratado) |
* Los números que aparecen en estos poemas remiten al Tractatus logico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein. |
Dilema del gato |
Es posible el caso de un gato deforme
que haya nacido con cinco colas... Justus Hartnach |
Yo he tenido tres gatos, todos con cuatro patas y una elegante cola. Ésa parece a cualquiera la lógica del mundo. No existe más: no hay otro género de gatos, de lógica felina. Y sólo el necio se preguntaría: ¿por qué no han de tener tres patas y tres colas mis tres gatos? ¿no sería ésa una composición más lógica del mundo? ¿por qué no ser un gato de cuatro colas y una pata exclusiva, una garza de colas? Sólo el sonriente Wittgenstein lo toma en serio y dice: el gato tiene su forma, su naturaleza, sus propiedades internas, pero podría haber, digo, podría, tres gatos de tres patas y tres colas y nueve gatos de nueve ojos astutos, estrábicos de 4 y 5, 9 y 7, de nueve uñas cortantes / y nueve colas —como hay látigos. Podría. La lógica del mundo es sólo una ordenadamente hermosa / terquísima visión. Y yo conozco gente más compleja que todos esos gatos. 6.12** Una aberrante tautología del ser. Sólo a esta inútil criatura, a esta insensata fiera se le ocurre pensar, tener su lógica, su diccionario, su weltanshauung, su ducha, su cepillo de dientes, sus calzones, su mundo en pocos términos. Es bueno este progreso del hombre para el hombre. Esta cultura humana de la humanidad, este arte del artista. Es bueno el hombre por ser hombre. Debemos resignarnos a la sinrazón: toda especie preserva la vida de sus vástagos —o la destruye— con base en algo siempre, tautológicamente, huérfano de razón. Hombre es el hombre. |
(De Al margen de un tratado) |
** El número que aparece en estos poemas remiten al Tractatus logico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein. |
La rosa corto del jardín primera, esta rosa feliz que alumbra el año con su amarillo, con su luz entera, y sólo es el principio del rebaño. Un rebaño de rosas que prospera del primero hasta el último peldaño, siguiendo el curso azul de la escalera que al cielo lleva espinas sin más daño. Vive dos días cortada, estrella rota, pero raudas gemelas la suceden con la prisa estelar en que se agota la rosa superior a la que ceden flores, hombres, criaturas en derrota, que toda luz, al marchitar conceden. La rosa del amor corto primera, y palpo, beso, desenvuelvo, adoro sus pétalos de blanca primavera; y luego, la rehago, vuelvo al oro lo que era cobre y floración grosera. La rosa, hoy amarilla, que desfloro, vuelve a la sangre, calma y desespera por ser la pulpa que hoy, carnal, devoro. Mujer la flor se ha vuelto, esplendorosa, de su metamorfosis sorprendida, por obra de esa magia poderosa. Y aunque fue, cuando flor, notable cosa, era planta, verdura, apenas vida; y hoy late, canta la perfecta rosa. |
(De Bitácora del sedentario (Inédito]) |
I Carnívoras rosadas |
Este encantador género de plantas, hijas de la Aurora, se especializan precisamente en jardines. Tal especia-lidad consiste, para decirlo de una vez, en su costum-bre hipócrita de florecer, como quien no quiere la cosa, en los prados familiares, donde la fauna de los nidos prospera con abundancia enternecedora y apetecible: sólo comen carne sonrosada. Su gusto cruel se agrava con este censurable racismo. Tienen hojas transparentes —y rosáceas— que llaman a la caricia sobre todo a los niños muy pequeños. Florecen tarde, generalmente en invierno; y es entonces cuando su condición de lobos vegetales sale a la luz. Si uno acerca la vista al centro de sus flores, tan encendidas como las de Nochebuena —pero eso sí más bellas—, puede alcanzar el tufo lejanísimo de rastro o de matanza, y percibir las gotas de sangre fresca sobre los pistilos, como una baba dulce que juega en estos monstruos el digestivo y sápido papel de la memoria. |
(De Manual de flora fantástica (Inédito]) |
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