Caza mayor (1979)
III VII XII XIX XXI XXV
III
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Ay, luz, inmenso piélago de pastura amarilla en que estos ojos pacen, morirás, augusta madre de las efímeras hogueras y luciérnagas puras. Te extinguirás también, blanca eterna, al descender el párpado que ocultas, como el fosforecer irrelevante del pequeño búho en el bosque. Y contigo se irán todas las formas y todos los sonidos y todas las materias del olfato y el gusto, del tacto y de su hermana la ternura. Esta mujer entonces ya no estará conmigo y una impune desgracia cubrirá las cosas, las montañas, los mundos, en estúpido sueño. No habrá más tigres ni hombres. No habrá siquiera asesinos —que parecían inmortales. Qué desperdicio, luz, qué desperdicio.
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VII
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El lobo grande ha envejecido. Es ciego. Come ahora restos miserables, bazofia desechada por los más cobardes y mezquinos milanos, por los cerdos volátiles y los rapaces rastreros. Duerme apenas, temeroso de sus enemigos. Lo hostigan los coyotes y lo ofenden las liebres carroñeras, doblemente veloces en la sombra. Sólo se acerca al bebedero cuando duerme el caimán. Come hierba y roe troncos amargos y vuelve a su agujero lanzando dentelladas de loco. Su corazón se ha congelado pero él sueña en la luz de unos filetes de venado a la inglesa.
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XII |
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El gato grande, el colosal divino, el fulgurante, el recamado de tersura celeste, el de los jaspes netos coronado en malvas, róseos resplandores, el de lustrosos, vítreos, densos amarillos, la luciérnaga enorme, ascua sangrienta que envuelve una tan suave aureola de escarcha, el glamoroso destructor grabado a fuego, musas, apesta: él mismo, como sabe Sankahala, es otra selva de chupadoras bestias diminutas y homicidas. Si los demás irracionales —búfalos suntuosos, anillados reptantes, ínfimos roedores— supieran dibujar su muerte ella tendría forma de tigre; pero si el tigre dibujara, si soñara la suya, tendría forma de piojo, Jenófanes amigo, o bien de mosca, Torres, tocayo, azote del Parnaso. La multitud de sabandijas religiosamente numerosas y horrendas que lo cubren son visibles en su temeraria cercanía y a veinte metros, parca de carnaval, él hiede a hierbas pútridas, a humedad venenosa y aromática, como también dice Kailash. Así, leal, preludia su presencia el mortífero.
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XIX
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Silla, no me engañas, estás ahí, me espías. Conoces mis debilidades sabes lo que soy, que pienso, que camino, pertenezco a un género de bestia que necesita a ratos sentarse, que soy mortal en suma, estoy tocado, que los dioses no requieren de sillas. Silla, tú también cazas, tú eres también la muerte, contigo misma me domas y te parapetas contra mí como en el circo se hace con caducos leones. Pero yo lo sé, vigilo, duermo de pie, bebo en la barra, estoy alerta.
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XXI |
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Muere en su jaula el jaguar niño, bajo los cultos aires del zoológico, al cumplir cuatro meses. Contamos, niños, las edades a partir de la cuna. De muy poco nos vale. Qué filósofo antiguo concibió esa argucia de mago de plazuela. La verdadera cuenta, la imposible, tiene que hacerse hacia atrás, desde el infarto o la mortaja, el tumor malo La cuenta regresiva. ¿Soy vivo de quince años, de cinco? Colgamos de tal cero. Cumplen años los muertos, nunca los vivos, hombres o jaguares.
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XXV
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Traduzco de qué idioma y en qué lengua cuando escribo estas líneas: son palabras de un tigre cuyo rugido articulado llega al oído del poeta como lengua materna —¿Keats, azorado, lee a un ángel? La traducción, bestias, polígrafos, poetas, de esa habla ignota y ruda es ésta: "Mato, bebo, canto, sufro más que mis víctimas."
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