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La zorra enferma (1975)
I. LA zorra |
Ojo, sectarios
Sordos, odiad este libro. Eso incrementará mis regalías. Testamento (Para Carlos Illescas y
Marco Antonio Montes de Oca. Borrador de cierta noche aciaba) Yo, François Villon,
francés, poeta, padre de todos hombres, patriarca, dios, hampón y chulo y asesino, la más dorada escoria de París y aquí, bajo esta horca, me rompo y muero y me masturbo frente a todos para gloria de Europa. Poema Este poema ha de irritar a alguno. Pueblo Si el pueblo leyera este poema, no entendería jamás que se trata de un poema. Opus cero El poema no empieza. Concluye aquí. Para un romántico Si pierden la razón las flores cuando tú las miras, si como en anteriores siglos se deshojan al tocarlas, si al tacto mueren, si no responden claro cuando las interrogas, la razón te asiste: estás enfermo y el mundo está construido para tu desgracia. El mundo tiene exactamente, cruel, la forma de tu sufrimiento. Muere esta ínfima criatura Miro la agonía de una vieja falena
destruida por el mediodía clarísimo Salvador Elizondo Veo a la falena agonizar hace cuatro horas, o cinco. Lucha. Se rebela contra qué. Contra un poder que desconoce al punto de ignorar la palabra "poder" misma y la existencia de las demás palabras y conceptos. Resiste inútilmente. Las franjas amarillas de sus alas forman dos medios círculos ¿trazados para terminar en qué otro cuerpo? La levanto suavemente, para que beba el aire en que ha vivido. Logra planear apenas. Cae. Sus pequeños motores están mudos. No hay hospitales para mariposas, ni seguro social para estos pobres seres creados sólo para decorar la Tierra. Nada qué hacer contra lo efímero. Ninguna cirugía a la mano. De todos modos, ella se resiste: se incorpora, se dispone a volar, sufre un espasmo, asciende, resucita en un impulso romántico. Pero no, sólo es el viento: una ráfaga absurda levanta por los aires la muerte de la vieja aviadora. Gracián agudo Si breve, una vez bueno. |
El juego inventa el juego ¿No será mal negocio este que somos de besos y de piernas y de pieles? A diario hacemos cuentas y balances, a diario negociamos con nuestros cuerpos y con nuestras almas. Inútilmente, a ciegas, sordos. Inútilmente. Inútil. Los dos robamos. Ambos somos venales. Nos vigilamos, nos enternecemos. Yo acaricio el talón de esta mujer, muy suavemente —con la yema de la yema de los dedos— buscando el punto débil, el talón del talón, el atajo más corto al inhollado centro de su vida. Inútilmente. Inútil. Y ella me toca a mí y me mira completo, con sus manos omnímodas. Busca un hueco en el torso, una fisura para hundir el brazo tras tesoros supuestos. Inútilmente. Inútil. Tal vez, acaso, a lo mejor, quizá, en el fondo, dicho de algún modo, en cierta forma, entonces, no lo sé, es posible: no nos hemos tocado, ni nos conocemos ni hemos estado aquí, ni importa a nadie lo que nos suceda; y no somos humanos ni hemos sentido adentro cosa alguna —murallones calizos y abstrusos de la costa que se miran sin ojos y sin verse— ni somos nadie ni existimos ni nada. No sirve de otro modo No importa que sea falso: cuanto tú quieras verme unos minutos vive conmigo para siempre. Cuando simplemente quieras hacer bien el amor entrégate a mi cuerpo como si fuera el tuyo desde el principio. De otro modo, no sirve: sería como prostituirse el uno con el otro; haríamos de todo esto un gratuito burdel de dos personas. Ciudades Qué extraños somos. Siempre ciudades defendidas. Bien defendidas siempre. Ciudades extranjeras de habitantes nativos. Heridas por el cólera antiguo, las pestes venideras. Al asalto perpetuo preparados con el aceite hirviendo en las murallas o las escalas puestas para el abordaje. Ciudades desterradas hacia su corazón. Ciudades con la ciudad por cárcel. Las torres enemigas, las almenas mordientes. Páramos de carne. Ciudades solas, no conquistadas nunca. Amor para Pilar Orraca
La regla es ésta:
dar lo absolutamente imprescindible, obtener lo más, nunca bajar la guardia, meter el jab a tiempo, no ceder, y no pelear en corto, no entregarse en ninguna circunstancia ni cambiar golpes con la ceja herida; jamás decir "te amo", en serio, al contrincante. Es el mejor camino para ser eternamente desgraciado y triunfador sin riesgos aparentes. Amor Aman los puercos. No puede haber más excelente prueba de que el amor no es cosa tan extraordinaria. Lagarto y fe Conduce el río al caimán. Es cierto, pero corriente arriba, sería peor; conduciría a los dioses que crearon al caimán. Infierno a nos Bajos placeres hay, padecimientos despreciables. También para sufrir es necesario el talento. ¿Alguien lo ha dicho? Sin la belleza no existiría el infierno. |
III. De la factura |
Industrialización de lo no
industrializable El señor Bloom, maestro de las empresas absurdas, ideó algunas tan bellas como irrealizables. No hubo entre ellas mejor que aquel proyecto para industrializar el excremento humano. Bloom fracasó —era teórico y no gustaba mucho de manejar tan bajos materiales. Pero los productores del cine y la televisión y los magnates del cómic lacrimógeno, para consuelo histórico de Bloom, llevaron a buen puerto su propósito. Verso Uno cava en el verso, hunde la pluma en él hasta que corren las primeras gotas de sangre por la página. Pero el verso no corre Se queda ahí, parado. Nadie lo lee o conoce Se escucha el ay de imprenta que multiplica el verso por mil o cinco mil. Ya impreso, la burla es más graciosa: otras mil veces no será leído. |