Ezra Pound Selección, traducción y notas de Rafael Vargas VERSIÓN PDF |
NOTA INTRODUCTORIA Pocos hombres han hecho de la poesía, realmente, una forma de vida (no un modus vivendi) con tanta pasión y coraje como lo hizo Ezra Pound. A los quince años ya se había propuesto ser el hombre que más conociera de poesía en el mundo. Todas sus actividades girarán en torno a esta pasión; incluso las erróneas teorías económicas que abrazaría años más tarde, encuentran su raíz en sus convicciones poéticas (prueba de ello es la insistencia con que se refiere a la usura en sus poemas), porque Pound es, ante todo, un poeta, y uno de los más grandes de nuestro siglo. La labor de Pound en la literatura es de una diversidad enorme: lo mismo hace ensayos y traducciones de antiguos poetas chinos o del Renacimiento, que edita libros o consigue dinero para sus amigos (como es el caso de La Sociedad de Amigos de T.S. Eliot). Pero toda pasión exige un precio: Pound pagó sin regateos haber sido una de las mayores figuras del arte de nuestro tiempo. Acusado de alta traición por haber colaborado en unas transmisiones radiofónicas contra los aliados, bajo la dictadura de Mussolini, es “perdonado” por la corte que lo considera loco, y queda confinado en el Hospital Psiquiátrico de St. Elizabeth, donde pasó “quince años viviendo más con ideas que con personas”. Todo ello provocó que hacia el final de su vida Pound tuviera un sentimiento de frustración y vacío tan grande que, quienes se acercaron a él en sus últimos años, solían escucharle confesar: “Estaba equivocado. Estaba equivocado. Toda mi vida me engañé y ahora veo mis errores, veo que no sé nada”. Sin embargo, la obra de Pound permanece ahí, inmensa, esperando que nos acerquemos a ella y compartamos la visión de un hombre que no solamente supo describir la belleza del mundo, sino también inventarla. Rafael Vargas |
Acerca de su propio rostro reflejado en un espejo ¡Oh extraño rostro ahí sobre el espejo! Oh blasfema compañía, oh santo anfitrión, Oh mi tonto rostro barrido por la tristeza, ¿Cuál es la respuesta? ¡Oh tú, mirada que te esfuerzas y vagas y por la que pasan la burla, el desafío, la sinceridad! ¿Yo? ¿Yo? ¿Yo? ¿Y tú? |
Mujeres ante un aparador Las chucherías de ámbar y turquesa falsas las atraen. “Casi parecen auténticas”: ¡Estas llamativas baratijas! |
Sociedad La buena posición de la familia se tambaleaba, y por esta causa la pequeña Aurelia, que había reído durante dieciocho veranos, ahora soporta el repugnante contacto de Phidippus. |
El retrato* Los ojos de esta dama muerta me hablan, porque en ellos estuvo el amor, y no fue posible ahogarlo. Y en ese cuerpo el deseo, que no pudo ser borrado con besos. Los ojos de esta dama muerta me hablan.
* Venus reclinada, por Jacopo Del Sellaio.
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Letanía nocturna ¡Oh Dios, purifica nuestros corazones! ¡Purifica nuestros corazones! Sí, las líneas que has depositado en mí en sitios de hermosura y la belleza de esta tu Venecia que me has mostrado provocan mis lágrimas. Oh Dios, ¿qué gran bondad tuvimos en tiempos pasados y hemos olvidado hoy, que nos has dado esta maravilla, oh Dios de las aguas? Oh Dios de la noche, ¿qué gran dolor nos acometerá que nos has recompensado antes del tiempo de su llegada? Oh Dios del silencio, purifica nuestros corazones, purifica nuestros corazones, porque hemos visto la gloria de la sombra semejante a tu doncella. Sí, la gloria de la sombra de tu belleza ha caminado sobre la sombra de las aguas en esta tu Venecia. Y ante la santidad de la sombra de tu doncella he recogido la mirada, oh Dios de las aguas. Oh Dios del silencio, purifica nuestros corazones, purifica nuestros corazones, oh Dios de las aguas, limpia nuestros corazones, porque he visto la sombra de esta tu Venecia flotando sobre las aguas, y tus estrellas han visto este prodigio, desde sus remotos cursos han visto ellas este prodigio, oh Dios de las aguas, apacibles como son tus estrellas mudas para nosotros en sus remotos cursos, sereno es también mi corazón y se vuelve silencioso dentro de mí. Purifica nuestros corazones oh Dios del silencio, purifica nuestros corazones oh Dios de las aguas. |
In exitum culusdam En la partida de cierta persona
“¡Los tiempos que corren son amargos” Oh, todo eso está muy bien, pero, ¿dónde está el viejo amigo que no haya decaído, o negado su saludo cuando tú, antes que él, conquistaste la fama? Conozco tu círculo y puedo decir con justicia lo que has conservado y lo que has dejado atrás: conozco mi círculo y sé muy bien cuántos rostros he olvidado. |
ΔΩРΙΑ (Doria) Sé en mí como la eterna tristeza del viento del desierto, y no como son las cosas transitorias− con la alegría de las flores. Y tenme en la dura soledad de riscos sin sol y grises aguas. Deja que los dioses hablen quedamente de nosotros en los días venideros, las sombreadas flores de Orcus te recordarán. |
Un objeto Esta cosa, que tuvo un nombre y no un corazón ha adquirido familiaridad donde pudo haber afecto, y nada ahora disturba sus reflexiones. |
De Ægypto Yo, sólo yo, he conocido los caminos a través del cielo, el viento por lo tanto es mi cuerpo. Yo he contemplado a la Dama de la Vida, yo, sólo yo, quien vuela con las golondrinas. Verde y gris es su vestimenta dejando su huella en el viento. Yo, sólo yo, he conocido los caminos a través del cielo, el viento por lo tanto es mi cuerpo. Manus anima pinxit, tengo mi pluma en la mano para escribir sobre lo mejor del mundo... ¡Mi boca para cantar el canto puro! ¿Quién tiene la boca para recibirla, la canción del Loto de Kumi? Yo, sólo yo, he conocido los caminos a través del cielo, el viento por lo tanto es mi cuerpo. Soy flama que creció en el sol, yo, sólo yo, quien vuela con las golondrinas. La luna está sobre mi frente, los vientos debajo de mis labios. La luna es una grandiosa perla en las aguas de zafiro, frías entre mis dedos corren las aguas. Yo, sólo yo, he conocido los caminos a través del cielo, el viento por lo tanto es mi cuerpo. |
Una muchacha El árbol ha entrado en mis manos, la savia ha ascendido por mis brazos, el árbol ha crecido en mi pecho− hacia abajo, las ramas brotan de mí, como brazos. Eres árbol, eres musgo, eres violetas que el viento acaricia, una niña −tan alta− eres, y todo esto es incomprensible para el mundo. |
La capa Conservas los pétalos de la rosa hasta que las horas de la rosa terminan, ¿piensas que te besará la muerte? ¿piensas que la Oscura Casa encontrará en ti tan magnífica amante como yo? ¿Te extrañarán las nuevas rosas? Prefiere mi capa a la capa del polvo bajo la cual yace el año pasado, pues debería desconfiar más del tiempo que de mis ojos. |
Satiemus ¿Y qué si supiera tus discursos palabra por palabra? Y si tú supieras que los conozco ¿hablarías? y qué si supiera tus discursos palabra por palabra, y todo el tiempo los repitieras sobre lo que digo. “Mira, hubo uno que torció su bella y brillante cabeza, suspirando mientras tú continuabas tu dorado discurso.” O, como nuestras risas mezcladas una con otra, mientras apretados labios dan bocanadas de aire intermitentemente qué si mis pensamientos se volvieran en su búsqueda mental murmurando entre sí “El bello muerto debe conocer tales momentos, pensando sobre la hierba: ¡cuan blancos cornejos susurraron sobre su cabeza en los brillantes días de la alegría!” Cómo si el dulce sonido en el interior de tu garganta es igual que el tañido de un laúd en su débil acorde confusas narraciones que me ciegan, repetidas una por una contadas tantas veces que las conocemos de memoria; ¿Y qué si conozco tu risa palabra por palabra si no encuentro nada original en tu regocijo? |
Y así en Nínive ¡Ay! Soy un poeta y sobre mi tumba las doncellas esparcirán pétalos de rosa y los hombres mirtos, donde la noche mata al día con su negra espada. “¡Mira! eso a mí no me corresponde ni corresponde a ti impedirlo, porque la costumbre es muy antigua, y aquí en Nínive he contemplado a muchos cantores pasar y tomar su lugar en esos oscuros salones donde ningún hombre perturba su sueño o su canción. Y muchos han cantado sus canciones con mayor habilidad y sentimiento que yo; y muchos ahora sobrepasan mis habituales olas de belleza con su viento de flores sin embargo soy un poeta, y sobre mi tumba todos los hombres esparcirán pétalos de rosas donde la noche mata a la luz con su azul espada.” “Esto no significa, Raana, que mi canción suene más alto o más dulcemente que la de cualquier otro sino que soy un poeta, que debe beber vida, como pocos hombres vino.”
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A Madame Lullin Te sorprenderá que un hombre de ochenta años pueda seguir escribiéndote versos... ¡El pasto brota debajo de la nieve los pájaros cantan hasta la última época del año! Y Tibullus pudo decir de su muerte, en su latín: “Delia, aún agonizando te miraría.” Y Delia misma desvaneciéndose olvidando incluso su belleza. |
Silet Cuando contemplo mi negra, inmortal tinta, brotada de mi imperecedera pluma −¡ah, bien distante! ¿Por qué detenernos del todo por lo que pienso? Bastante hay en lo que tengo oportunidad de decir. Es suficiente con que una vez hayamos coincidido; ¿cuál es la razón para ponerlo en verso? ¿acaso cuando es otoño tenemos clima de primavera, o cosechamos doncellas del áspero clima del norte? Es suficiente con que una vez hayamos coincidido; ¿qué tal si el viento se hubiese vuelto contra la lluvia? Es suficiente con que una vez hayamos coincidido; el tiempo ha visto esto, y no volverá nuevamente; ¿y quiénes somos nosotros, a quién le concierne ese último propósito para plagar al mañana con un testamento? |
La buhardilla Ven, apiadémonos de aquello cuya situación es mejor que la nuestra. Ven, amiga mía, y recuerda que los ricos tienen sirvientes y no amigos, y nosotros tenemos amigos y no sirvientes. Ven, apiadémonos de los casados y de los solteros. La madrugada entra de puntillas como una dorada Pavlova, y yo estoy cercano a mi deseo. Ninguna cosa en la vida es mejor que esta hora de clara frescura, la hora en que despertamos juntos. |
N.Y. ¡Mi ciudad, mi amada, blanca mía! ¡Ah, esbelta!, ¡escucha! Escúchame, y con mi aliento te infundiré un alma. Delicadamente sobre la música de la flauta, ¡atiéndeme! Ahora sé con certeza que estoy loco, porque aquí un millón de personas enfurece por el tránsito; ésta no es una doncella. Y no podría yo tocar, aunque la tuviera, una flauta. Mi ciudad, mi amada, eres una doncella sin pechos, esbelta como una flauta de plata. ¡Escúchame, atiéndeme! Y con mi aliento, te infundiré un alma, y vivirás para siempre. |
Famam librosque cano ¿Tus canciones? ¡Oh! Las pequeñas madres las cantarán en el crepúsculo, y cuando la noche se desvanezca al beso de la aurora que ama y mata, la hora que las golondrinas llenan con sus notas, los conejitos del campo que algunos llaman niños, tal como son, altos y gordos, comentarán tus besos entre risas, poniéndose los zapatos, listos para el día de negocios, serios negocios infantiles de los que el mundo ríe, y crecen viciados tal es el relato −parte de él− de tu canto-a-la-vida. ¿El mío? Un libro es conocido por aquellos que leen los mismo. Tu público está presente en mí arenga. ¡Vamos! Desde hace años los considero mi audiencia tal como antes lo fue tuya. Flaco, con anteojos, sin tacones, tal como uno que siente al mundo como una suerte de maldición contra su borrachera revolcándose en sus últimos años por una roja codicia y sin embargo; a toda velocidad aún cuando debería correr por su propia satisfacción, se volverá para mofarse porque no tuvo un centavo, ninguna voluntad para asumir las desastrosas consecuencias del Demonio de la Riqueza. Tal como aquel de quien se apartan las mujeres por las cenizas de tabaco esparcidas sobre su saco y cuyo cuello muestra poca familiaridad con la navaja de afeitar y una barba de tres días; tal como aquel que recoge una andrajosa copia sin reverso del establo, demasiado barata para ser catalogada, discurso, "¡Ah-eh! El extraño y raro nombre... ¡Ah-eh Debe ser si aún yo no he..." Tal edad mientras perdona sus hábitos analiza la forma y piensa en ver cómo escapé a la inmortalidad.
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Cino ¡Bah! He cantado a mujeres de tres ciudades, pero todas son una; así que cantaré del sol. Labios, palabras, y tú los enlazas, sueños, palabras, y son como joyas, extraños sortilegios de una antigua deidad, cuervos, noches, tentaciones: y no lo son; habiéndose convertido en las almas de la canción. Ojos, sueños, labios, y la noche transcurre. Siendo una vez más sobre el camino, no lo son. Olvidadas en sus torres de nuestra entonación una vez transportadas por el viento nos sueñan hacia delante y suspirando, dicen, "Pudo Cino, el apasionado Cino, de arrugados ojos, alegre Cino, de espontánea risa, Cino, de la osadía, de la mofa, frágil Cino, el más fuerte de su tribu, ese vagabundo de viejos caminos más allá de la luz del sol, ¡pudo Cino de la Luz estar aquí! Una vez, dos veces al año, vagamente murmuran estas palabras: "¿Cino?" "Oh, eh, Cino Polnesi ¿se refiere usted al cantante?" "Ah sí, una vez cruzó por nuestro camino, un tipo simpático, pero... (Oh, son iguales todos los vagabundos),
¡Peste! ¿Son éstas sus canciones?
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Coito Los dorados falos de los azafranes se confían al aire de la primavera. Aquí yace la nada de los dioses muertos, pero una procesión de festival, una procesión, Oh Giulio Romano, adecuada para habitar en tu espíritu. Diana, tus noches están sobre nosotros. El rocío está sobre la hoja. La noche a nuestro alrededor es incansable. |
Antigua sabiduría, más bien cósmica So-Shu soñó y habiendo soñado que era un ave, una abeja, y una mariposa, dudaba de por qué debería intentar sentirse como cualquiera otra cosa, de ahí su contento |
En una estación del metro La aparición de esos rostros en la multitud: pétalos en una rama húmeda, negra. |
Cántico del sol El pensamiento de lo que América sería si los clásicos tuvieran mayor circulación turba mi sueño. El pensamiento de lo que América el pensamiento de lo que América el pensamiento de lo que América sería si los clásicos tuvieran mayor circulación turba mi sueño. Nunc dimittis, ahora deja a tu sirviente ahora deja a tu sirviente partir en paz. El pensamiento de lo que América el pensamiento de lo que América el pensamiento de lo que América sería si los clásicos tuvieran mayor circulación ¡oh, vamos!, turba mi sueño.
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Retrato de una mujer Tu mente y tú son nuestro Mar de los Sargazos, Londres ha flotado en torno a ti durante estos últimos años y brillantes naves te han dejado esto o aquello como tributo: ideas, viejos chismes, pedazos de mil cosas, extraños jirones de conocimiento y costosas prendas desteñidas. Grandes inteligencias te han buscado −a falta de otra persona. Has sido siempre postergada. ¿Trágico? No. Has preferido esto a lo acostumbrado: un hombre torpe, aburrido y hogareño, una mente mediocre −con un pensamiento menos cada año. Oh, eres paciente. Te he visto sentada por horas, ahí donde algo pudo haber surgido a flote. Y ahora pagas a uno. Sí, generosamente pagas. Eres una persona de cierto interés, uno viene a ti y se lleva consigo una extraña ganancia: trofeos pescados, alguna curiosa sugestión; datos que no conducen a ninguna parte: una o dos historias preñadas de mandrágoras, o algo que podría ser de utilidad y que sin embargo nunca utilizamos, que no llena ningún hueco ni demuestra su uso, ni encuentra su hora en el tejido de los días: entre las deslustradas, llamativas, maravillosas cosas viejas; ídolos y ámbar y preciosas incrustaciones, éstas son tus riquezas, tu gran almacén; y sin embargo para todo este mar acumulado de objetos inútiles, extrañas maderas semihumedecidas, y cosas nuevas y brillantes: en el lento flotar de diferentes luces y profundidades, ¡no!, ¡no hay nada! En la suma de todas estas cosas, no hay nada que sea enteramente tuyo. Y sin embargo, esto eres tú. |
Cronología
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Guía mínima de lectura
Ensayos literarios (Selección y prólogo de T. S. Eliot). |