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Retrato de una mujer Tu mente y tú son nuestro Mar de los Sargazos, Londres ha flotado en torno a ti durante estos últimos años y brillantes naves te han dejado esto o aquello como tributo: ideas, viejos chismes, pedazos de mil cosas, extraños jirones de conocimiento y costosas prendas desteñidas. Grandes inteligencias te han buscado −a falta de otra persona. Has sido siempre postergada. ¿Trágico? No. Has preferido esto a lo acostumbrado: un hombre torpe, aburrido y hogareño, una mente mediocre −con un pensamiento menos cada año. Oh, eres paciente. Te he visto sentada por horas, ahí donde algo pudo haber surgido a flote. Y ahora pagas a uno. Sí, generosamente pagas. Eres una persona de cierto interés, uno viene a ti y se lleva consigo una extraña ganancia: trofeos pescados, alguna curiosa sugestión; datos que no conducen a ninguna parte: una o dos historias preñadas de mandrágoras, o algo que podría ser de utilidad y que sin embargo nunca utilizamos, que no llena ningún hueco ni demuestra su uso, ni encuentra su hora en el tejido de los días: entre las deslustradas, llamativas, maravillosas cosas viejas; ídolos y ámbar y preciosas incrustaciones, éstas son tus riquezas, tu gran almacén; y sin embargo para todo este mar acumulado de objetos inútiles, extrañas maderas semihumedecidas, y cosas nuevas y brillantes: en el lento flotar de diferentes luces y profundidades, ¡no!, ¡no hay nada! En la suma de todas estas cosas, no hay nada que sea enteramente tuyo. Y sin embargo, esto eres tú. |