¡Torres de Dios! ¡Poetas! ¡Pararrayos celestes, que resistís las duras tempestades, como crestas escuetas, como picos agrestes, rompeolas de las eternidades!
La mágica esperanza anuncia un día en que sobre la roca de armonía expirará la pérfida sirena. ¡Esperad, esperemos todavía!
Esperad todavía. El bestial elemento se solaza en el odio a la sacra poesía y se arroja baldón de raza a raza. La insurrección de abajo tiende a los Excelentes. El caníbal codicia su tasajo con roja encía y afilados dientes.
Torres, poned al pabellón sonrisa. Poned ante ese mal y ese recelo una soberbia insinuación de brisa y una tranquilidad de mar y cielo...
(¿1905?)
|