Nada más triste que un titán que llora, hombre-montaña encadenado a un lirio, que gime, fuerte, que pujante, implora: víctima propia en su fatal martirio. Hércules loco que a los pies de Onfalia la clava deja y el luchar rehusa, héroe que calza femenil sandalia, vate que olvida la vibrante musa. ¡Quién desquijara los robustos leones, hilando, esclavo, con la débil rueca; sin labor, sin empuje, sin acciones: puños de fierro y áspera muñeca! No es tal poeta para hollar alfombras por donde triunfan femeniles danzas: que vibre rayos para herir las sombras, que escriba versos que parezcan lanzas. Relampagueando la soberbia estrofa, su surco deje de esplendente lumbre, y el pantano de escándalo y de mofa que no lo vea el águila en su cumbre. Bravo soldado con su casco de oro lance el dardo que quema y que desgarra, que embista rudo como embiste el toro, que clave firme, como el león, la garra. Cante valiente y al cantar trabaje; que ofrezca robles si se juzga monte; que su idea en el mal rompa y desgaje como en la selva virgen el bisonte. Que lo que diga la inspirada boca suene en el pueblo con palabra extraña; ruido de oleaje al azotar la roca, voz de caverna y soplo de montaña. Deje Sansón de Dalila el regazo. Dalila engaña y corta los cabellos. No pierda el fuerte el rayo de su brazo por ser esclavo de unos ojos bellos. (1890)
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