a Ángel Estrada, poeta
Responso
Padre y maestro mágico, liróforo celeste que al instrumento olímpico y a la siringa agreste diste tu acento encantador; ¡Panida! Pan tú mismo, que coros condujiste hacia el propileo sacro que amaba tu alma triste, ¡al son del sistro y del tambor! Que tu sepulcro cubra de flores Primavera, que se humedezca el áspero hocico de la fiera de amor si pasa por allí; que el fúnebre recinto visite Pan bicorne; que de sangrientas rosas el fresco abril te adorne y de claveles de rubí. Que si posarse quiere sobre la tumba el cuervo, ahuyenten la negrura del pájaro protervo el dulce canto de cristal que Filomela vierta sobre tus tristes huesos, o la armonía dulce de risas y de besos de culto oculto y florestal Que púberes canéforas te ofrenden el acanto, que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto, sino rocío, vino, miel; que el pámpano allí brote, las flores de Citeres, y que se escuchen vagos suspiros de mujeres ¡bajo un simbólico laurel! Que si un pastor su pífano bajo el frescor del haya, en amorosos días, como en Virgilio, ensaya, tu nombre ponga en la canción; y que la virgen náyade, cuando ese nombre escuche con ansias y temores entre las linfas luche, llena de miedo y de pasión.
De noche, en la montaña, en la negra montaña de las Visiones, pase gigante sombra extraña, sombra de un Sátiro espectral; que ella al centauro adusto con su grandeza asuste; de una extra-humana flauta la melodía ajuste a la armonía sideral. Y huya el tropel equino por la montaña vasta; tu rostro de ultratumba bañe la luna casta de compasiva y blanca luz; y el Sátiro contemple sobre un lejano monte una cruz que se eleve cubriendo el horizonte ¡y un resplandor sobre la cruz!
(1896)
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