Phocás el campesino, hijo mío, que tienes, en apenas escasos meses de vida, tantos dolores en tus ojos que esperan tantos llantos por el fatal pensar que revelan tus sienes... Tarda en venir a este dolor adonde vienes, a este mundo terrible en duelos y en espantos; duerme bajo los Ángeles, sueña bajo los santos, que ya tendrás la Vida para que te envenenes... Sueña, hijo mío, todavía, y cuando crezcas, perdóname el fatal don de darte la vida que yo hubiera querido de azul y rosas frescas; pues tú eres la crisálida de mi alma entristecida, y te he de ver en medio del triunfo que merezcas renovando el fulgor de mi psique abolida. (¿1904?)
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