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Agua del dios (1) Agua dulce, agua amarga, agua de soledad, agua de nada, agua quebrada para el verde amor y la amarilla piedad; agua sin sombra para el aire de esta región llamada la más transparente de la sangre. Dios mío dije ayer en la frontera fuego-sueño y un elemento lleno de voz y cielos —agua y tierra— me respondió desde el fondo del corazón de la tragedia: Acércate, abre las piernas del viento y húndele tu puñal de purísima obsidiana. Pero nadie vive de aire sino de hambre y el canto que anhela lo heroico pierde la alegría y todo se quebranta como una conversación entre vasallos. Oh dios mío vuelvo a decir y desde una región de corales terrestres y desamparo, la misma voz de siempre: Llora un instante, mírate en el espejo de mi tiempo y aprende a vivir como un hombre adormilado. ¿Entonces soy el perro-poeta de rodillas o el jaguar vencido, hincada la mandíbula en la tierra que nada engendra? Con el hocico enfermo de plumas y cuarzos subo y bajo bajo y subo la pirámide del miedo, oh dios endemoniado y brujo, tragador de hongos, dios de soles envilecidos y príncipes y sacerdotes homosexuales, yo estoy en adoración todos los días en nombre de mis muertos y de mis vivos, de todos los que amo y de todos los que no he aprendido a odiar, así, de rodillas, salvajemente mexicano, adherido a las hoyos inmundos de tu ancha cara sin horizontes. Porque se debe decir, partiendo en dos la podrida manzana de la epopeya: la patria es impecable como un asesinato al pie de las ruinas y una mujer que no pudo parir ni una oración, la patria es diamantina como la hora del alba en que un hombre es crucificado y los panes y semillas del hombre parecen crecer entre telarañas —y rayos e incendios, oh dios de dioses, ciegan y matan la inmensidad del sueño.
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