Efraín Huerta Selección del autor VERSIÓN PDF |
Efraín Huerta (1914-1982) Nació en el pueblo de Silao, estado de Guanajuato, el 18 de junio. Hizo sus primeros estudios en León y en Querétaro. En México cursó la preparatoria y los primeros años de la carrera de leyes. Fue periodista profesional desde 1936 y trabajó en los principales periódicos y revistas de la capital y en algunos de provincia. Fue también crítico cinematográfico. Perteneció a la generación de Taller (1938-1941), revista literaria que agrupó, entre otros, a Octavio Paz, Rafael Solana y Neftalí Beltrán. Viajó por los Estados Unidos y Europa. El gobierno de Francia le otorgó en 1945 las Palmas Académicas. En 1952 visitó Polonia y la Unión Soviética.
Dentro del Grupo que integró la generación de Taller, Efraín Huerta se distinguió por su sana conciencia lírica, por su apasionado interés por la redención del hombre y el destino de las naciones que buscan en su organización nuevas normas de vida y de justicia. Sus primeros libros: Absoluto amor (1933) y Línea del alba (1936), están incluidos en Los hombres del alba (1944), además de su obra publicada en revistas hasta 1944. El amor y la soledad son sus dos temas principales; el amor visto con ternura desolada, lleno de muerte y de vida alternativamente, unidos al tema de la rebeldía contra la injusticia, patente en toda su poesía. En sus Poemas de viaje, 1949-1953 (1956), los temas son mensajes de paz, lucha en contra de la discriminación racial, la música de los negros, sus costumbres, etcétera. También de tema político y combativo es la segunda parte de su libro Estrella en alto (1956). La ciudad de México le inspiró bellos y desesperados poemas, en que al describir y atacar las lacras de la capital, le muestra al mismo tiempo su amor y su odio. OBRAS: POESÍA: Absoluto amor, Fábula, México, 1935. || Línea del alba, Fábula, Taller Poético, México, 1936. || Poemas de guerra y esperanza, eds. Tenochtitlán, México, 1943. || Los hombres del alba, pról. de Rafael Solana, Géminis, talls. “La impresora”, México, 1944 (Contiene la mayor parte de los poemas de Absoluto amor y Línea del alba). || La rosa primitiva, Nueva Voz, México, 1950. || Poesía, Canek, México, 1951. || Los poemas de viaje, 1949-1953 (Estados Unidos, Unión Soviética, Che coslovaquia, Hungría), ilustr. de Alberto Beltrán, ed. Litoral, México, 1956. || Estrella en alto y nuevos poemas, col. “Metáfora”, núm. 4, México, 1956. || Para gozar tu paz, Cuadernos del Cocodrilo, núm. 3, Textos amorosos, México, 1957. || ¡Mi país, oh mi país!, México, 1959. || Elegía de la policía montada, México, 1961. || La raíz amarga, México, 1962. || El Tajín, Cuadernos de Pájaro Cascabel, México, 1963. || ENSAYO: Maiakovski, poeta del futuro, col. Cultura, México, 1956. Diccionario Mexicano de Escritores
[En sus últimos años, Efraín Huerta publicó los siguientes libros de poesía: Poesía 1953-1968, ed. Joaquín Mortiz, 1968; Los eróticos y otros poemas, ed. Joaquín Mortiz, 1974; Circuito interior, ed. Joaquín Mortiz, 1977; Transa poética, Era, 1980; Estampida de puemínimos, Premia, 1980 y Amor, patria mía, Ediciones de Cultura Popular 1980.]
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Éste es un amor A Rosaura Revueltas
Éste es un amor que tuvo su origen y en un principio no era sino un poco de miedo y una ternura que no quería nacer y hacerse fruto. Un amor bien nacido de ese mar de sus ojos, un amor que tiene a su voz como ángel y bandera, un amor que huele a aire y a nardos y a cuerpo húmedo, un amor que no tiene remedio, ni salvación, ni vida, ni muerte, ni siquiera una pequeña agonía. Éste es un amor rodeado de jardines y de luces y de la nieve de una montaña de febrero y del ansia que uno respira bajo el crepúsculo de San Ángel y de todo lo que no se sabe, porque nunca se sabe por qué llega el amor y luego las manos —esas terribles manos delgadas como el pensamiento— se entrelazan y un suave sudor de —otra vez— miedo, brilla como las perlas abandonadas y sigue brillando aún cuando el beso, los besos, los miles y millones de besos se parecen al fuego y se parecen a la derrota y al triunfo y a todo lo que parece poesía— y es poesía. Ésta es la historia de un amor con oscuros y tiernos orígenes: vino como unas alas de paloma y la paloma no tenía ojos y nosotros nos veíamos a lo largo de los ríos y a lo ancho de los países y las distancias eran como inmensos océanos y tan breves como una sonrisa sin luz y sin embargo ella me tendía la mano y yo tocaba su piel llena de gracia y me sumergía en sus ojos en llamas y me moría a su lado y respiraba como un árbol despedazado y entonces me olvidaba de mi nombre y del maldito nombre de las cosas y de las flores y quería gritar y gritarle al oído que la amaba y que yo ya no tenía corazón para amarla sino tan sólo una inquietud del tamaño del cielo y tan pequeña como la tierra que cabe en la palma de la mano. Y yo veía que todo estaba en sus ojos —otra vez ese mar—, ese mal, esa peligrosa bondad, ese crimen, ese profundo espíritu que todo lo sabe y que ya ha adivinado que estoy con el amor hasta los hombros, hasta el alma y hasta los mustios labios. Ya lo saben sus ojos y lo sabe el espléndido metal de sus muslos, ya lo saben las fotografías y las calles y ya lo saben las palabras —y las palabras y las calles y las fotografías ya saben que lo saben y que ella y yo lo sabemos y que hemos de morirnos toda la vida para no rompernos el alma y no llorar de amor. |
La paloma y el sueño Tú no veías el árbol, ni la nube ni el aire. Ya tus ojos la tierra se los había bebido y en tu boca de seda sólo un poco de gracia fugitiva de rosas, y un lejano suspiro. No veías ni mi boca que se moría de pena ni tocabas mis manos huecas, deshabitadas. Espeso polvo en torno daba un sabor a muerte al solemne vivir la vida más amarga. Había sed en tus ojos. Suave sudor tu frente recordaba los ríos de suave, lenta infancia. Yo no podía con mi alma. Mi alma ya no podía con mi cuerpo tan roto de rotas esperanzas. Tus palabras sonaban a olas de frágil vuelo. Tus palabras tan raras, tan jóvenes, tan fieles. Una estrella miraba cómo brilla tu vida. Una rosa de fuego reposaba en tu frente. Y no veías los árboles, ni la nube ni el aire. Parecías desmayarte bajo el beso y su llama. Parecías la paloma extraviada en su vuelo: la paloma del ansia, la paloma que ama. Te dije que te amaba, y un temblor de misterio asomó a tus pupilas. Luego miraste, en sueños, los árboles, la nube y el aire estremecido, y en tus húmedos ojos hubo un aire de reto. No parecías la misma de otras horas sin horas. Ya sueñas, o ya vuelas y ni vuelas ni sueñas. Te fatigan los brazos que te abrazan, paloma, y, al sollozar, a un lirio desmayado recuerdas. Ya sé que estoy perdido, pero siempre ganado. Perdido entre tu sombra, ganado para nunca. Mil besos son mil pétalos protegiendo tu piel y tu piel es la lámpara que mis ojos alumbra. ¡Oh geografía del ansia, geografía de tu cuerpo! Voy a llorar las lágrimas más amargas del mundo. Voy a besar tu sombra y a vivir tu recuerdo. Voy a vivir muriendo. Soy el que nunca estuvo. |
Sandra sólo habla en líneas generales Donde habita, donde come, donde parece un arenoso acantilado, allí es un cordero de ámbar con ojos de anís y algo acerca de la dicha sexual tiene escrito en la frente. Luego viene lo intolerable y maligno (tal vez su madre, su padre o su hermana), porque como he dicho dicha digo que la veo y no la reconozco bajo arcos de triunfo cocinados a cuchillo, hablando palabras de fuego sobre el Mediterráneo (que para ella fue Tequesquitengo o no fue nada), deshaciéndose en fulgores sobre la soberana idiotez de la Gioconda (que a ella, lo sé a ciencia cierta, le pareció una simple putita de Polanco), bebiendo vinos rojos, besos rojos —canalla, perra—, paseándose verdosamente, sandramente por ciudades que no conozco y que no me importan como no me importa ella sino porque existe y es posible verla de lejos, de cerca, comiendo bajo los húmedos azules de Nápoles, viendo sin ver y hablando en líneas generales como en un remanso de siniestra paz gastronómica. Hace dos días con sus noches pude verla (ella vive en las calles de Racine y yo en Lope de Vega, lo cual es todo un drama en seis actos) y en sus ojos había una tormenta edénica y turbadora como antes y después del primer pecado —lo virginal no quita lo caliente—, Eva maldita Eva milenaria Eva evasiva Eva exúbera Eva general Eva particularmente deseada y detestada Eva que sabe a postre de manzana postre de mieles Eva que huele a café con Leche-de-la-Mujer-Amada Eva liberada Eva que viajó por Europa y en verdad que nunca salió de estas amargas calles ¿para qué, si sus alas son dos liras rotas y en el Foro romano sólo discurren los homosexuales y alguna pelirroja horizontal originaria de Brooklyn? Esos hace dos días supe que Sandra había visto piedras talladas y visto pinturas en sórdidos museos y visto a Sofía Loren de lejos, de tan lejos como de aquí a ella, Sandra de los ojos que brillan y rebrillan como santelmos a la mitad del naufragio, Sandra anónima Sandra espigada Sandra para morirse de una buena vez Sandra ¿por qué te llamas estúpidamente Sandra? Sandra ojos de cordero degollado Sandra catedralicia Sandra Santa Capilla Sandra Nuestra Señora Sandra diabla y demonia sandrísima que nunca me miró de frente que nunca me dijo buenas tardes —lo que yo hubiera querido era un buenas noches—, Sandra fugaz heroína de un poema fugaz como el paso de una azucena por el palacio de algo así como un poeta. 21 de diciembre de 1966
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Juárez-Loreto Alabados sean los ladrones...
H.M.E.
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Afrodita Morris On ne mesure pas le désordre Pourtant C’est par la femme que l’homme dure
Enero de 1971
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El Tajín A David Huerta
Pepe Gelada “...el nombre de El Tajín le fue dado por los indígenas totonacas de la región por la frecuencia con que caían rayos sobre la pirámide...”
Junio de 1963
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Perra nostalgia Para David Huerta
19 de febrero de 1971 |
Despliegue de asombros ante un dios A Margarita Peña A Salvador Amelio Lo primero es el cielo. Después viene el espléndido dios que todo lo atruena con su nariz agujereada y sus miembros comidos por el hambre de siglos. El dios vivo y marcado, ungido con cenizas y lágrimas en cada poro. El dios traído a un templo a través de otros templos y otras catedrales y otros misterios. El dios puesto de pie, venerado, herido de dolor y de miseria. Oh dios de cielos y caminos, dios de agua y furor, dios maldito de misericordia, devóranos con tu boca sin labios y tu dura palabra de serpientes heladas. Oh sordo, ciego y luminoso dios, enciende alguna vez el rostro del pueblo, de este bosque sin dueño, propiedad de todos y de nadie. Patria de espejos y mediodías, patria embriagada de muerte. Húndela, inúndala, oh dios sacado del secreto, dios que miró abrirse vientres mestizos y padeció la primera herradura. |
Agua del dios (1) Agua dulce, agua amarga, agua de soledad, agua de nada, agua quebrada para el verde amor y la amarilla piedad; agua sin sombra para el aire de esta región llamada la más transparente de la sangre. Dios mío dije ayer en la frontera fuego-sueño y un elemento lleno de voz y cielos —agua y tierra— me respondió desde el fondo del corazón de la tragedia: Acércate, abre las piernas del viento y húndele tu puñal de purísima obsidiana. Pero nadie vive de aire sino de hambre y el canto que anhela lo heroico pierde la alegría y todo se quebranta como una conversación entre vasallos. Oh dios mío vuelvo a decir y desde una región de corales terrestres y desamparo, la misma voz de siempre: Llora un instante, mírate en el espejo de mi tiempo y aprende a vivir como un hombre adormilado. ¿Entonces soy el perro-poeta de rodillas o el jaguar vencido, hincada la mandíbula en la tierra que nada engendra? Con el hocico enfermo de plumas y cuarzos subo y bajo bajo y subo la pirámide del miedo, oh dios endemoniado y brujo, tragador de hongos, dios de soles envilecidos y príncipes y sacerdotes homosexuales, yo estoy en adoración todos los días en nombre de mis muertos y de mis vivos, de todos los que amo y de todos los que no he aprendido a odiar, así, de rodillas, salvajemente mexicano, adherido a las hoyos inmundos de tu ancha cara sin horizontes. Porque se debe decir, partiendo en dos la podrida manzana de la epopeya: la patria es impecable como un asesinato al pie de las ruinas y una mujer que no pudo parir ni una oración, la patria es diamantina como la hora del alba en que un hombre es crucificado y los panes y semillas del hombre parecen crecer entre telarañas —y rayos e incendios, oh dios de dioses, ciegan y matan la inmensidad del sueño.
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Agua del dios (2)
Septiembre-octubre de 1964
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El viejo y la pólvora A Jesús Arellano
5 de julio de 1966
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Sílabas por el maxilar de Franz Kafka
6 de noviembre de 1965
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Responso por un poeta descuartizado
19 de enero de 1967
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Esto se llama los incendios Cuatro jinetes de pólvora derriten los vastos jardines. Cuatro fantasmas de plomo cavan la tumba del amor. Uno, dos, tres, innumerables asesinos decapitan el ángel de la dicha. Un jinete de enrojecidos ojos cabalga los incendios. Algo como una lejana tristeza sucede allá, en el país de las praderas, del napalm, del oro y de los enormes ríos que de pronto se alzan y se preguntan qué pasa, aló aló qué ocurre en las ciudades de mármol, en las ciudades de miasma; ¿qué sucede que se ha roto el coloquio de los enamorados? El viento ha perdido la dirección y la Madre Primavera muestra su pecho cercenado. Algo como un quebradero de huesos y de plumas ha coronado de sombra los capitolios y llenado de cenizas las casas que antes del fuego fueron blancas y púdicas como una guerra no declarada. ¡Aló aló Vietnam, aló padre y poeta Ho Chi Minh! Hola, hermana ceniza, hermano dedo, hermanas barbas, hola querido Comandante Guevara, viento-verdad, columna asesinada, allá arriba de nosotros, cerca del cielo o del infierno, algo ardiente como una roja espuma se levanta —y es tu palabra insomne, tu agonía, la línea de tu sueño. Pólvora y miedo en el país llamado “el país más poderoso de la tierra”. En cada casa norteña, un becerro dorado. En cada palacio del sur, la suma por centenares de esclavos. En todas las casas una Biblia nunca leída, acaso murmurada, jamás entendida. Pero olvidemos el poder, el orgullo, los becerros y las Biblias —y no olvidemos a Abraham Lincoln río Mississippi abajo casi al encuentro de don Benito Juárez desterrado y liando tabaco virginiano; a Abraham Lincoln con su testimonio a cuestas, su vigor de coloso y su tristeza secular. Cuando Abraham Lincoln fue asesinado un poco de atardecer cayó sobre el mundo de los negros y las plegarias se sucedieron como un amargo río de lágrimas. Llamearon las pupilas acusadoras, pero nada más. Ah, sí: Un poeta de luenga barba blanca y ojos marinos se enfermó por la muerte de un capitán de la vida. Los blancos habían empezado a linchar y los capuchones del Ku Klux Klan erizaron el silencioso territorio. Comenzaba a oler a pólvora, a sangre fresca, a sudor de jinetes bramadores y a incendios. Palomas delirantes aparecieron tal presagios, hasta que los fusiles con miras telescópicas ocuparon el lugar de los arcángeles y callaron las aleluyas. El agua del río padre tornóse espesa sangre y el blues se arrinconó como un perro sarnoso. Cuando hace pocos amaneceres asesinaron a Martin Luther King un poco de niebla fustigó el mundo de los negros. Pero entonces ya no solamente llamearon las pupilas sino la madera, los minerales, los supermercados, las farmacias, los bancos, las estaciones de policía, las radiodifusoras, las estaciones de TV... Ardieron de costa a costa las ciudades para que iluminaran una muerte y hubiera un destello de esperanza en la piel negra y en la piel roja, y hasta un poco de luz de algo que se llamó bondad, ¿o se llamaba piedad, o bíblicamente, malditamente se llamaba violencia? Hoy nada sabemos. Ni siquiera dónde empieza la cola de una serpiente de plomo no dónde termina el dolor de una viuda —ni qué entraña se arrancaron los huérfanos para gemir muertos de angustia en las noches de Memphis y de Atlanta. Se necesita ser muy hombre para no ser violento. Se necesita saber musitar un versículo. Hoy necesito mucha cobardía para callarme la oración por Martin Luther King, y para no decir nada sobre la sangre que lo ahogó como a un cordero para holocausto en la piedra solar de una colina mosaica. ¡Aló aló Martin Luther King, hombre negro degollado! Hola Martin Lutero Rey, pacífico hacedor de incendios, campanada king king de la rebelión, tam tam descuartizado, suave africano de la dura Norteamérica. Aló asesinado aló mortificado en cuerpo y alma aló balaceado Hola enterrado en alma y cuerpo hola acribillado santo negro de las llamas de los negros incendios te bendigo te bendecimos liberador. Ahora bendícenos, reverendo, desde tu cielo ceñudo desde la cálida oscuridad de tu celda celeste ¡No eres más que un cuchillo ni menos que un motín! Por la muerte de Malcolm X por la vida veloz de Stokely Carmichael condúcenos, oh animoso, oh tumultuario, hacia el sofocante purgatorio de los vastos jardines incendiados! 9-10 de abril de 1968 |