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Efraín Huerta



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Efraín Huerta (1914-1982)


Nació en el pueblo de Silao, estado de Guanajuato, el 18 de junio. Hizo sus primeros estudios en León y en Querétaro. En México cursó la preparatoria y los primeros años de la carrera de leyes. Fue periodista profesional desde 1936 y trabajó en los principales periódicos y revistas de la capital y en algunos de provincia. Fue también crítico cinematográfico. Perteneció a la generación de Taller (1938-1941), revista literaria que agrupó, entre otros, a Octavio Paz, Rafael Solana y Neftalí Beltrán. Viajó por los Estados Unidos y Europa. El gobierno de Francia le otorgó en 1945 las Palmas Académicas. En 1952 visitó Polonia y la Unión Soviética.

Dentro del Grupo que integró la generación de Taller, Efraín Huerta se distinguió por su sana conciencia lírica, por su apasionado interés por la redención del hombre y el destino de las naciones que buscan en su organización nuevas normas de vida y de justicia. Sus primeros libros: Absoluto amor (1933) y Línea del alba (1936), están incluidos en Los hombres del alba (1944), además de su obra publicada en revistas hasta 1944. El amor y la soledad son sus dos temas principales; el amor visto con ternura desolada, lleno de muerte y de vida alternativamente, unidos al tema de la rebeldía contra la injusticia, patente en toda su poesía. En sus Poemas de viaje, 1949-1953 (1956), los temas son mensajes de paz, lucha en contra de la discriminación racial, la música de los negros, sus costumbres, etcétera. También de tema político y combativo es la segunda parte de su libro Estrella en alto (1956). La ciudad de México le inspiró bellos y desesperados poemas, en que al describir y atacar las lacras de la capital, le muestra al mismo tiempo su amor y su odio.


OBRAS: POESÍA: Absoluto amor, Fábula, México, 1935. || Línea del alba, Fábula, Taller Poético, México, 1936. || Poemas de guerra y esperanza, eds. Tenochtitlán, México, 1943. || Los hombres del alba, pról. de Rafael Solana, Géminis, talls. “La impresora”, México, 1944 (Contiene la mayor parte de los poemas de Absoluto amor y Línea del alba). || La rosa primitiva, Nueva Voz, México, 1950. || Poesía, Canek, México, 1951. || Los poemas de viaje, 1949-1953 (Estados Unidos, Unión Soviética, Che coslovaquia, Hungría), ilustr. de Alberto Beltrán, ed. Litoral, México, 1956. || Estrella en alto y nuevos poemas, col. “Metáfora”, núm. 4, México, 1956. || Para gozar tu paz, Cuadernos del Cocodrilo, núm. 3, Textos amorosos, México, 1957. || ¡Mi país, oh mi país!, México, 1959. || Elegía de la policía montada, México, 1961. || La raíz amarga, México, 1962. || El Tajín, Cuadernos de Pájaro Cascabel, México, 1963. || ENSAYO: Maiakovski, poeta del futuro, col. Cultura, México, 1956.
 
Diccionario Mexicano de Escritores

    


[En sus últimos años, Efraín Huerta publicó los siguientes libros de poesía: Poesía 1953-1968, ed. Joaquín Mortiz, 1968; Los eróticos y otros poemas, ed. Joaquín Mortiz, 1974; Circuito interior, ed. Joaquín Mortiz, 1977; Transa poética, Era, 1980; Estampida de puemínimos, Premia, 1980 y Amor, patria mía, Ediciones de Cultura Popular 1980.]

 

 


 

Éste es un amor


A Rosaura Revueltas

Éste es un amor que tuvo su origen
y en un principio no era sino un poco de miedo
y una ternura que no quería nacer y hacerse fruto.

Un amor bien nacido de ese mar de sus ojos,
un amor que tiene a su voz como ángel y bandera,
un amor que huele a aire y a nardos y a cuerpo húmedo,
un amor que no tiene remedio, ni salvación,
ni vida, ni muerte, ni siquiera una pequeña agonía.

Éste es un amor rodeado de jardines y de luces
y de la nieve de una montaña de febrero
y del ansia que uno respira bajo el crepúsculo de San Ángel
y de todo lo que no se sabe, porque nunca se sabe
por qué llega el amor y luego las manos
—esas terribles manos delgadas como el pensamiento—
se entrelazan y un suave sudor de —otra vez— miedo,
brilla como las perlas abandonadas
y sigue brillando aún cuando el beso, los besos,
los miles y millones de besos se parecen al fuego
y se parecen a la derrota y al triunfo
y a todo lo que parece poesía— y es poesía.

Ésta es la historia de un amor con oscuros y tiernos
    orígenes:
vino como unas alas de paloma y la paloma no tenía ojos
y nosotros nos veíamos a lo largo de los ríos
y a lo ancho de los países
y las distancias eran como inmensos océanos
y tan breves como una sonrisa sin luz
y sin embargo ella me tendía la mano y yo tocaba su piel
    llena de gracia
y me sumergía en sus ojos en llamas
y me moría a su lado y respiraba como un árbol despedazado
y entonces me olvidaba de mi nombre
y del maldito nombre de las cosas y de las flores
y quería gritar y gritarle al oído que la amaba
y que yo ya no tenía corazón para amarla
sino tan sólo una inquietud del tamaño del cielo
y tan pequeña como la tierra que cabe en la palma
    de la mano.
Y yo veía que todo estaba en sus ojos —otra vez ese mar—,
ese mal, esa peligrosa bondad,
ese crimen, ese profundo espíritu que todo lo sabe
y que ya ha adivinado que estoy con el amor hasta
    los hombros,
hasta el alma y hasta los mustios labios.
Ya lo saben sus ojos y lo sabe el espléndido metal
    de sus muslos,
ya lo saben las fotografías y las calles
 y ya lo saben las palabras —y las palabras y las calles
    y las fotografías
ya saben que lo saben y que ella y yo lo sabemos
y que hemos de morirnos toda la vida para no rompernos
    el alma
y no llorar de amor. 

La paloma y el sueño


Tú no veías el árbol, ni la nube ni el aire.
Ya tus ojos la tierra se los había bebido
y en tu boca de seda sólo un poco de gracia
fugitiva de rosas, y un lejano suspiro.

No veías ni mi boca que se moría de pena
ni tocabas mis manos huecas, deshabitadas.
Espeso polvo en torno daba un sabor a muerte
al solemne vivir la vida más amarga.

Había sed en tus ojos. Suave sudor tu frente
recordaba los ríos de suave, lenta infancia.
Yo no podía con mi alma. Mi alma ya no podía
con mi cuerpo tan roto de rotas esperanzas.

Tus palabras sonaban a olas de frágil vuelo.
Tus palabras tan raras, tan jóvenes, tan fieles.
Una estrella miraba cómo brilla tu vida.
Una rosa de fuego reposaba en tu frente.

Y no veías los árboles, ni la nube ni el aire.
Parecías desmayarte bajo el beso y su llama.
Parecías la paloma extraviada en su vuelo:
la paloma del ansia, la paloma que ama.

Te dije que te amaba, y un temblor de misterio
asomó a tus pupilas. Luego miraste, en sueños,
los árboles, la nube y el aire estremecido,
y en tus húmedos ojos hubo un aire de reto.

No parecías la misma de otras horas sin horas.
Ya sueñas, o ya vuelas y ni vuelas ni sueñas.
Te fatigan los brazos que te abrazan, paloma,
y, al sollozar, a un lirio desmayado recuerdas.

Ya sé que estoy perdido, pero siempre ganado.
Perdido entre tu sombra, ganado para nunca.
Mil besos son mil pétalos protegiendo tu piel
y tu piel es la lámpara que mis ojos alumbra.

¡Oh geografía del ansia, geografía de tu cuerpo!
Voy a llorar las lágrimas más amargas del mundo.
Voy a besar tu sombra y a vivir tu recuerdo.
Voy a vivir muriendo. Soy el que nunca estuvo.

  


Sandra sólo habla en líneas generales


Donde habita, donde come, donde
parece un arenoso acantilado,
allí es un cordero de ámbar con ojos de anís
y algo acerca de la dicha sexual tiene escrito en la frente.
Luego viene lo intolerable y maligno
(tal vez su madre, su padre o su hermana),
porque como he dicho dicha digo
que la veo y no la reconozco bajo arcos de triunfo
cocinados a cuchillo,
hablando palabras de fuego sobre el Mediterráneo
(que para ella fue Tequesquitengo o no fue nada), deshaciéndose en fulgores sobre la soberana idiotez
    de la Gioconda
(que a ella, lo sé a ciencia cierta, le pareció
una simple putita de Polanco),
bebiendo vinos rojos, besos rojos —canalla, perra—,
paseándose verdosamente, sandramente
por ciudades que no conozco y que no me importan
como no me importa ella sino porque existe
y es posible verla de lejos, de cerca,
comiendo bajo los húmedos azules de Nápoles,
viendo sin ver y hablando en líneas generales
como en un remanso de siniestra paz gastronómica.

Hace dos días con sus noches pude verla
(ella vive en las calles de Racine
y yo en Lope de Vega, lo cual es todo un drama en seis
    actos)
y en sus ojos había una tormenta edénica y turbadora
como antes y después del primer pecado
—lo virginal no quita lo caliente—,
Eva maldita Eva milenaria Eva evasiva Eva exúbera
Eva general Eva particularmente deseada y detestada
Eva que sabe a postre de manzana postre de mieles
Eva que huele a café con Leche-de-la-Mujer-Amada
Eva liberada Eva que viajó por Europa
y en verdad que nunca salió de estas amargas calles
¿para qué, si sus alas son dos liras rotas
y en el Foro romano sólo discurren los homosexuales
y alguna pelirroja horizontal originaria de Brooklyn?

Esos hace dos días supe que Sandra había visto piedras
    talladas
y visto pinturas en sórdidos museos
y visto a Sofía Loren de lejos, de tan lejos
como de aquí a ella, Sandra de los ojos
que brillan y rebrillan como santelmos a la mitad
    del naufragio,
Sandra anónima Sandra espigada Sandra para morirse
    de una buena vez
Sandra ¿por qué te llamas estúpidamente Sandra?
Sandra ojos de cordero degollado Sandra catedralicia
Sandra Santa Capilla Sandra Nuestra Señora
Sandra diabla y demonia sandrísima
que nunca me miró de frente que nunca me dijo buenas
    tardes
—lo que yo hubiera querido era un buenas noches—,
Sandra fugaz heroína de un poema fugaz
como el paso de una azucena por el palacio de algo
así como un poeta.


21 de diciembre de 1966

 


Juárez-Loreto

Alabados sean los ladrones...
H.M.E.


La del piernón bruto me rebasó por la derecha:
rozóme las regiones sagradas, me vio de arriba abajo
y se detuvo en el aire viciado: cielo sucio
de la Ruta 85, donde los ladrones
me conocen porque me roban, me pisotean
y me humillan: seguramente saben
que escribo versos: ¿Pero ella? ¿Por qué
me faulea, madruga, tumba, habita, bebe?
tiene el pelo dorado de la madrugada
que empuña su arma y dispara sus violines.
Tiene un extraño follaje azul-morado
en unos ojos como faroles y aguardiente.
Es un jazmín angelical, maligno,
arrancado del zarzal en ruinas.
A los rateros los detesto con todo el corazón,
pero a ella, que debe llamarse Ría, Napoleona,
Bárbara o Letra Muerta o Cosa Quemada,
empiezo a amarla en la diagonal de Euler
y en la parada de Petrarca ya soy un horno
pálido de codicia, de sueños de poder,
porque como amante siempre he sido pan comido,
migaja llorona (Ay de mí, Llorona), y si ayer pasadas las diez
    de la noche
fui el vivo retrato de la Novena Maravilla,
ahora sólo soy la sombra de una séptima colina desyerbada.

Alabados sean los ladrones, dice Hans Magnus.
Pues que lo sean: los veo hurtar carteras, relojes, orejas,
pies, nalgas iridiscentes, bolígrafos, anteojos,
y ella, que debe llamarse Escaldada, ni se inmuta.
Vuelve al roce, al foul, al descaro,
se alisa la dorada cabellera
(¡Coño, carajo, caballero, qué cabellera de oro!),
se marea, se hegeliza, se newtoniza,
y pasamos por donde Maimónides y Hesíodo
y pone todavía más cara de estúpida
cuando Alejandro Dumas, Poe y Molière y los cines cercanos!
Malditilla, malditita, putilla camionera,
vergüenza seas para las anchas avenidas
que son Horacio, Homero y, caray (aguas, aguas), Ejército
    Nacional.
Rozadora, pescadora en el río revuelto
de las horas febriles; ladrona de mi mala suerte,
abyecta cómplice del “dos de bastos”, hembra de los flancos
como agua endemoniada;
cachondísima hasta la parada en seco
del autobús de la Muerte.
Alabada seas, bandida de mi lerda conmiseración.
Escorpiona te llamas, Cancerita, Cangreja,
amada hasta la terminal, hasta el infinito trasero
que me despertó imbecilizado en el boulevard
¡Miguel de Cervantes Saavedra y demás clásicos!
Porque luego de tus acuciosos frotamientos
y que cada quien llegó a donde quiso llegar
(para eso estamos y vivimos en un país libre)
hube de regresar al lugar del crimen
(así llamo a mi arruinado departamento de Lope de Vega),
y pues me vine, sí, me vine lo más pronto posible
en medio de una estruendosa rechifla celestial.

Adoro tu nalga derecha, tu pantorilla izquierda
tus muslos enteritos, lo adivinable y calientito, tus pechitos
    pachones
y tu indigno, antideportivo comportamiento.
Que te asalten, te roben, burlen, violen,
Nariz de Colibrí, Doncella Serpentina,
Suripantita de Oro, Cabellitos de Elote,
porque te amo y alabo desde lo alto de mi aguda marchitez.

Hoy debo dormir como un bendito
y despertar clamando en el desierto de la ciudad
donde el Juárez-Loreto que algún día compraré
me espera, como un palacio espera, adormilado,
a su viejo-príncipe-poeta
                                        soberbiamente idiota.



                                                                22 de octubre de 1970

 


Afrodita Morris
(Ceremonial de las 13:30)


                                      
On ne mesure pas le désordre
                                       Pourtant
                                       C’est par la femme que l’homme dure
Paul Éluard


Causadora de secretos yerros
Enemiga de honestad

Ligera emerges de la malvada espuma
Y zahareña pasas bajo arcos triunfales
Traspasada de luces meridianas
Pirules, marquesinas, prósperas azaleas,
Sublimada como la gran cosa grandes muslos
Sintiéndote brutalmente soñada
Cual si fueras lo exclusivo y único mineral y eléctrico

Pero así eres pues
Y algo de tu mítica presencia
Explicaré en seguida
Con licencia de castos ojos castos oídos:

A los 200 metros advertimos olemos la chamusquina
Tu breve cabellera república de abejas
                 Dorado vellocino
Te acercas luego luego
Deseada y amada a todo vapor
Con tus brillantes incisivos de ardilla
El busto de amazona levemente anémica
Y todo lo animal y exuberante que te circunda
Laboriosa potranca gigante brizna
Abrasadora corza purpureante blasfemia
Amazona domadora del potrillo segundo
           Del minutero potro
Fulminadora de una vez por todas
Espejo espejito espejazo
De los hirientes azúcares del día
¿Quién más bella que tú?

Pasas rapiditamente por el abismo
           de mis tristezas
Irradiando cardillo suscitando guirnaldas
Malditamente becqueriana
Salvajemente nerudiana
Abruptamente rubendariana
Dueña y señora de las implacables exultaciones
Vegetal marmórea canela pura
Piel de adivinaciones
Pies tejedores de aullidos
Cuando un fregabundal de albañiles te miran
Y los andamios son ya castillos en ruinas
Los pasajeros de autobuses fallecen de escalofrío
Y los decesos (desexos) se suceden como un tropel
    de alfajores
Imposible sería, erectamente hablando,
Decir tu nombre porque nadie lo sabe y
Porque pocos conocen tu eminencia hipotenar
El aductor medio el definitivo sartorio
Los nombrados internos y externos
El crucial peroneo lateral largo
Y los delicados crural anterior, ah, y el sóleo

Después la asfáltica nube que discurre desde Morris Hnos.
(todo lo diagnosticas tú, todito, toditito,
doctora en almas herrumbrosas automóviles desbielados)
Hasta Masaryk, Horacio y Homero
Territorio de los rugidos las aromáticas mentadas de madre
Las sirenas de la Cruz Verde y la Cruz Roja
El claxon rencoroso de las damas liverpúlicas
Las solamente lindas propietarias de boutiques
(una shutique me hace merecedor de la locura)
Los vendedores de billetes de lotería
Los boleros sin ranita con mandolina,
Los vagos, los imbéciles gerentes de banco
Y sus medianamente guapotas secretarias
Las carrozas de Gayosso y Tangassi
(Cuando estrene mi pijama de madera estaré más triste)
Los camiones 60, 77, 85, 91, etcétera,
Que van y vienen como cangrejos locos
Y vas y vienes, Afrodita de tezontle,
Y entonces la avenida Mariano Escobedo
             (¡Ríndete, Maximiliano!)
Es el canal donde la sangre estalla y se desparrama
Y los cínicos sicofantes la recogen con cucharitas de plata

Pero cuando ayayay no pasas
Vario coraje nos enferma y

Por absoluta mayoría se resuelve
Que simplemente seas Afroda
Afroda Pérez López González o Martínez
Y no como te llamen en tu oficina en tu alcoba
O como se llamen tu espalda y tus riñones
Tus músculos ya escritos y descritos
La dulce miniatura de tus machupechos
Nuestros ojos muertos de pena
Nuestra boca muerta de sed
Nuestra poesía tan pobremente reiterativa

Todo viene a ser atrocísimo
Ominoso guillotinesco
Oh tú arrogante y bien plantada
Epicúreo y frutal teorema
Avara y generosa
Plácidamente paladeable
Para con “los llamados etceteristas
Y también los del así sucesivamente”

Y así
Así susexyvamente
Hasta la dulce muerte por enumeración
Y la despiadada caída
Del violáceo telón de la Impudicia


Enero de 1971

El Tajín

A David Huerta
Pepe Gelada

“...el nombre de El Tajín le fue dado por los indígenas totonacas de la región por la frecuencia con que caían rayos sobre la pirámide...”


    1

Andar así es andar a ciegas,
andar inmóvil en el aire inmóvil,
andar pasos de arena, ardiente césped.
Dar pasos sobre agua, sobre nada
—el agua que no existe, la nada de una astilla—,
dar pasos sobre muertes,
sobre un suelo de cráneos calcinados.

Andar así no es andar sino quedarse
sordo, ser ala fatigada o fruto sin aroma;
porque el andar es lento y apagado,
porque nada está vivo
en esta soledad de tibios ataúdes.
Muertos estamos, muertos
en el instante, en la hora canicular,
cuando el ave es vencida
y una dulce serpiente se desploma.

Ni un aura fugitiva habita este recinto
despiadado. Nadie aquí, nadie en ninguna sombra.
Nada en la seca estela, nada en lo alto.
Todo se ha detenido, ciegamente,
como un fiero puñal de sacrificio.
Parece un mar de sangre
petrificada
a la mitad de su ascensión.
Sangre de mil heridas, sangre turbia,
sangre y cenizas en el aire inmóvil. 

    2

Todo es andar a ciegas, en la
fatiga del silencio, cuando ya nada nace
y nada vive y ya los muertos
dieron vida a sus muertos
y los vivos sepultura a los vivos.
Entonces cae una espada de este cielo metálico
y el paisaje se dora y endurece
o bien se ablanda como la miel
bajo un espeso sol de mariposas.

No hay origen. Sólo los anchos y labrados ojos
y las columnas rotas y las plumas agónicas.
Todo aquí tiene rumores de aire prisionero,
algo de asesinato en el ámbito de todo silencio.
Todo aquí tiene la piel
de los silencios, la húmeda soledad
del tiempo disecado; todo es dolor.
No hay un imperio, no hay un reino.
Tan sólo el caminar sobre su propia sombra,
sobre el cadáver de uno mismo,
al tiempo que el tiempo se suspende
y una orquesta de fuego y aire herido
irrumpe en esta casa de los muertos
—y un ave solitaria y un puñal resucitan.

    3

Entonces ellos —son mi hijo y mi amigo—
ascienden la colina
como en busca del trueno y el relámpago.
Yo descanso a la orilla del abismo,
al pie de un mar de vértigos, ahogado
en un inmenso río de helechos doloridos.
Puedo cortar el pensamiento con una espiga,
la voz con un sollozo, o una lágrima,
dormir un infinito dolor, pensar
un amor infinito, una tristeza divina;
mientras ellos, en la suave colina,
sólo encuentran
la dormida raíz de una columna rota
y el eco de un relámpago.

Oh Tajín, oh naufragio,
tormenta demolida,
piedra bajo la piedra;
cuando nadie sea nada y todo quede
mutilado, cuando ya nada sea
y sólo quedes tú, impuro templo desolado,  
cuando el país-serpiente sea la ruina y el polvo,
la pequeña pirámide podrá cerrar los ojos
para siempre, asfixiada,
muerta en todas las muertes,
ciega en todas las vidas,
bajo todo el silencio universal
y en todos los abismos.

Tajín, el trueno, el mito, el sacrificio.
Y después, nada.


Junio de 1963

 


Perra nostalgia

Para David Huerta


Perra nostalgia danza
croa, barrita, ladra
ancha elefanta pareja
para parar las almas
de cabeza
                Cabecear
llamear la cara espalda
de la noviecita santa
en la húmeda banca
de San Sebastián

Decirle me amas y me ama
porque a todos nos ama
carambola dorada
de tres bandas
                       Amada
falda larga bocaza roja,
brasero en Justo Sierra
y en San Ildefonso
Besada excelsamente
en la matiné del Goya
luego manoseada
avaramente atrinchilada
abeja reina madre
antorcha adolescente

Estaba el primer libro
de Rafael Solana
el primero de Octavio
Se conspiraba se era pobre
se empurpuraba la poesía
porque queríamos ser
recelar masturbar el viento
aromar la algarabía
al pie de los murales
de Siqueiros y Orozco

                Vagar
              estudiar
         criminalmente

Vagar ahora
vagancia elefanta
cocodrila de dieciséis patas
Cafetear en el café
del chino Alfonso
y sabiamente huir
beber absurdamente
como asnos en celo

Danzar la perra danza
(Preparatoria Nacional)
mentársela a Kelsen
(Escuela de Derecho)
y emprender la fuga
           decisiva
con pasos de tezontle
y un hambre endemoniada

La Poesía es una santa
               laica
liberalmente emputecida
hasta el cansancio.


19 de febrero de 1971

 


 

Despliegue de asombros ante un dios


A Margarita Peña
A Salvador Amelio

Lo primero es el cielo. Después viene
el espléndido dios que todo lo atruena
con su nariz agujereada y sus miembros
comidos por el hambre de siglos.

El dios vivo y marcado, ungido
con cenizas y lágrimas en cada poro.
El dios traído a un templo a través de otros
templos y otras catedrales y otros misterios.

El dios puesto de pie, venerado,
herido de dolor y de miseria.

Oh dios de cielos y caminos, dios
de agua y furor, dios maldito de misericordia,
devóranos con tu boca sin labios
y tu dura palabra de serpientes heladas.

Oh sordo, ciego y luminoso dios,
enciende alguna vez el rostro del pueblo,
de este bosque sin dueño, propiedad
de todos y de nadie. Patria de espejos
y mediodías, patria embriagada de muerte.

Húndela, inúndala, oh dios sacado
del secreto, dios que miró abrirse
vientres mestizos y padeció la primera herradura.

 


 

Agua del dios (1)


Agua dulce, agua amarga,
agua de soledad, agua de nada,
agua quebrada para el verde amor
y la amarilla piedad;
agua sin sombra para el aire
de esta región llamada
la más transparente de la sangre.


Dios mío dije ayer en la frontera fuego-sueño
y un elemento lleno de voz y cielos —agua y tierra—
me respondió desde el fondo del corazón de la tragedia:
Acércate, abre las piernas del viento
y húndele tu puñal de purísima obsidiana.

Pero nadie vive de aire sino de hambre
y el canto que anhela lo heroico pierde la alegría
y todo se quebranta como una conversación entre vasallos.
Oh dios mío vuelvo a decir y desde una región
de corales terrestres y desamparo, la misma voz
de siempre: Llora un instante, mírate en el  espejo
    de mi tiempo
y aprende a vivir como un hombre adormilado.


¿Entonces soy el perro-poeta de rodillas
o el jaguar vencido, hincada la mandíbula en la tierra
    que nada engendra?
Con el hocico enfermo de plumas y cuarzos
subo y bajo bajo y subo la pirámide del miedo,
oh dios endemoniado y brujo, tragador de hongos,
dios de soles envilecidos y príncipes y sacerdotes
    homosexuales,
yo estoy en adoración todos los días en nombre
    de mis muertos
y de mis vivos, de todos los que amo y de todos los que no
    he aprendido a odiar,
así, de rodillas, salvajemente mexicano,
adherido a las hoyos inmundos de tu ancha cara
    sin horizontes.

Porque se debe decir, partiendo
en dos la podrida manzana de la epopeya:
la patria es
impecable como un asesinato al pie de las ruinas
y una mujer que no pudo parir ni una oración,
la patria es diamantina como la hora del alba
    en que un hombre es crucificado
y los panes y semillas del hombre parecen crecer
    entre telarañas
—y rayos e incendios, oh dios de dioses,
ciegan y matan la inmensidad del sueño.

 

 


 

Agua del dios (2)


Agua espesa, divinamente pantanosa,
agua de olvido, espejo de tinieblas,
agua donde penetra el alma y nada se oye.
Fresca agua para el rostro, para toda la carne
mancillada y expuesta
sanguinolenta en todos los mercados.
Agua —como la patria— abierta en canal.
Patria bárbara y militar
dejada de la mano de los dioses,
fugitiva del agua que todo lo purifica.
Patria nuestra muerta de rocío
y yerbas pisoteadas por asesinos y ladrones
y después más ladrones y más
y más y nunca terminan asesinos
y carceleros, oh dios,
                          oh amada, desventurada
                                                            patria-cárcel


Tal es mi furia y mi testimonio dijo el dios
en el instante del sagrado crepúsculo, cuando las colinas
se alejaron hacia un infinito de miseria.
No otra es mi palabra, mi árido paisaje de sangre, la soledad amorosa que me es negada, los ojos
que me hieren, los poros con que hiero y salvo.

Oh dios, ay dios de heridas y puñales,
dios de piedra punzante, hubo una hora en que
todo pareció como el estallido del alba
y las sonrisas esplendieron como pétalos
y el amor era magnífico hasta la belleza total.

Después nos acribillaron y nos arrebataron
la desnuda libertad.

Parece no importar, oh tú, horripilante
y solitario lleno de asco dios de la infamia,
gran sacerdote del exterminio.
A tus pies, hombre y duelo,
junto a tus heridas cristalinas y tu agua,
me arrodillo otra vez a contemplar el paso de mi patria,
y digo que todo podría ser tan hermoso y sagrado
como el amor, como el Amor,
como el AMOR, oh dios,
recíbeme en tu piedra,
                                    ¡hazme vivir!


Septiembre-octubre de 1964

El viejo y la pólvora


A Jesús Arellano


Viejo sangre de toro
viejo marino anciano de las nieves
viejo de guerras de enfermerías
de heridas
                         Viejo con piel de flor
viejo santo de tanto amor
viejo de juventud niño de canas
viejo amadasantamente loco de amor siempre
viejo perro soldado
                                 anciano de los trópicos
viejo hasta lo eterno
joven hasta el espacio azul de muerte
Viejo viejo cazador
matador amador
amante amante amante amante
Puntual exactamente amante
lento y certero
marino viejo tempestad y bochorno
sudor de manos

                        Viejo dios todos los días
de Dios escribir amar beber maldecir
beber tu propia sangre
viejo sangre de res
bendita seas maldita sangre tuya
cuando el disparo
seco bestial rotundo como un templo mancillado
degolló la marea la selva la cumbre las heridas
el amor total el infortunio la dicha la embriaguez
y un rostro dio fulgores amarillos a la muerte
y un ataúd de pólvora un ataúd un ataúd
y dos palabras
                        Ernest Hemingway


5 de julio de 1966

 


Sílabas por el maxilar de Franz Kafka


Oh vieja cosa dura, dura lanza, hueso impío, sombrío objeto
de árida y seca espuma; ola y nave, navío sin rumbo,
    derrumbado
y secreto como la fórmula del alquimista; velero sin piloto
por un marde aguda soledad; barca para pasar al otro lado
    del mundo,
enfilados hacia el cielo praguense y las callejuelas
donde la muerte pisa charcos de la cerveza que no bebió
    Neruda;
hueso infinito para ponerse verde de envidia,
para no remediar nada —ni el silencio ni las alas oscuras
    y obscenas de tus orejas;
para no ver siquiera la herida de tu boca
ni el incendio de allá arriba, donde tus ojos todo lo penetran
como otras naves, otras lanzas ardidas, otra amenaza;
para hipnotizar la espada de la melancolía
y acaso para descifrar el curso de aquel río de palacios
donde murieron los santos y las vírgenes agonizaron
    tañendo laúdes de piedra;
para que pasen la novia y el féretro y Nezval resucite
en el corazón del follaje del cementerio judío;
para que el poeta te mire y se sonría ante el retrato de Dios;
para la locura —tu maxilar de duelo—, para la demencia total
y hasta para la humildad de nuestro lenguaje y su negra
    lucidez;
para morir eternamente de una tuberculosis dorada
y cabalgar las nubes y nombrar a los ángeles del exterminio
y clamar por los asesinos —otra vez allá arriba—,
por los que quemaron a Juan Huss
y arrojaron sus cenizas a un ancho río de espinosa corriente.
Hueso de piedra, ojo derecho del carlino puente,
pirámide caída, demolida, muerta desde su muerte;
hueso para escribir cien veces Señor K Señor K Señor K
hasta la podredumbre de las estrellas y las ratas
    de los castillos
y la infamia de los jueces; hueso vivo, puntiagudo
como la raíz del alma, como la ciega aurora de tus cejas;
hueso para llegar de rodillas y aguardar amorosamente
la carcajada y la oración, la blasfemia y el perdón.
Nave, navio, barca y espuma para sudar de miedo
y escribir sobre la piel la palabra abismo,
la palabra epitafio, la palabra sacrificio
y la palabra sufrimiento
                                                 y la palabra Hacedor. 


6 de noviembre de 1965

Responso por un poeta descuartizado


Claro está que murió —como deben morir los poetas,
    maldiciendo, blasfemando, mentando madres,
viendo apariciones, cobijado por las pesadillas.
Claro que así murió y su muerte resuena en las malditas
    habitaciones donde perros, orgías, vino griego, prostitutas
    francesas, donceles y príncipes se rinden
y le besan los benditos pies;
porque todo en él era bendito como el mármol de La Piedad
y el agua de los lagos, el agua de los ríos y los ríos de alcohol
    bebidos a pleno pulmón,
así deben beber los poetas: Hasta lo infinito, hasta la negra
    noche y las agrias albas
y las ceremonias civiles y las plumas heridas del artículo
    a que te obligan,
la crónica que nunca hubieras querido escribir
y los poemas rubíes, los poemas diamantes,
    los poemas huesolabrado, los poemas
floridos, los poemas toros, los poemas posesión, los poemas
    rubenes, los poemas danos, los poemas madres,
    los poemas padres, tus poemas...

Y así le besaban los pies, la planta del pie que recorrió
    los cielos y tropezó mil y un infiernos
al sonido siringa de los ángeles locos y los demonios
    trasegando absintio
(El chorro de agua de Verlaine estaba mudo), ante el azoro
    y la soberbia estupidez de los cónsules y los dictadores,
    la chirlería envidiosa y la espesa idiotez de las gallinas
    municipales.
Maldiciendo, claro, porque en la agonía estaba en su derecho
    y porque qué jodidos (¡Jure, jodido!,
dijo Rubén al niño triste que oyó su  testamento), ¿por qué
    no morir de alcholes de todo el mundo si todo el mundo es
    alcohol y la llama lírica es la mirada de un niño con la cara
    de un lirio?
Resollaba y gemía como un coloso crisoelefantino
hecho de luces y tiniebla, pulido por el aire de los Andes,
    la neblina de los puertos, el ahogo de Nueva York,
    la palabra española, el duelo de Machado, Europa
    sin su pan.
Rugía impuramente como deben rugir todos los poetas
    que mueren (¡Qué horror, mi cuerpo
destrozado!)

y los médicos: Aquí hay pus, aquí hay pus —y nunca
    le hallaron nada sino dolor en la piel
limpios los riñones heroicos, limpio el hígado, limpio
    y soberbio el corazón
y limpiamente formidable el cerebro que nunca se detuvo,
    como un sol escarlata, como un sol de esmeraldas, como
    la mansión de los dioses, como el penacho de un
    emperador azteca, de un emperador inca, de un guerrero
    taíno;
cerebro de un amante embriagado a la orilla de un dulcísimo
    cuerpo, ay, de mieles y nardos
(su peso: mil ochocientos cincuenta gramos: tonelaje de poeta
   divino, anchura de navio),
el cerebro donde estallaron los veintiún cañonazos
    de la fortaleza de Acosasco
y que luego...

Claramente, turbiamente hablando, hubo necesidad
    de destrozarlo, enteramente destazarlo como a una fiera
    selvática, como al toro americano
porque fue mucho hombre, mucho poeta, mucho vida,
    muchísimo universo
necesariamente sus vísceras tenían que ser universales,
    polvo a los cuatro vientos, circunvoluciones repletas
    de piedad, henchidas de amor y de ternura.
Aquí el hígado y allá los riñones.
¡Dame el corazón de Rubén! Y el cerebro peleado, de garra
    en garra como un puñado de perlas.
Aquel cerebro (¡salud!) que contó hechicerías y fue sacado
    a la luz antes del alba;
y por él disputaron y por él hubo sangre en las calles
    y la policía dijo, chilló, bramó:
¡A la cárcel! Y el cerebro de Rubén Darío —mil ochocientos
    cincuenta gramos—
fue a dar a la cárcel
y fue el primer cerebro encarcelado, el primer cerebro entre
    rejas, el primer cerebro en una celda,
la primera rosa blanca encarcelada, el primer cisne degollado.

Lo veo y no lo creo: ardido por esa leña verde,
    por esa agonía de pirámide arrasada,
el poeta que todo lo amó
cubría su pecho con el crucifijo, el crucifijo, el suave crucifijo,
    el Cristo de marfil que otro poeta agónico le regalara
    —Amado Nervo—
y me parece oír cómo los dientes le quemaban y de qué
    manera se mordía la lengua y la piel se le ponía violácea
nada más porque empezaba a morir,
nada más porque empezaba a santificarnos con su muerte y
    su delirio, sus blasfemias, sus maldiciones, su testamento,
y nada más porque su cerebro tuvo que andar de garra
    en mano y de mano en garra
hasta parecer el ala de un ángel,
la solar sonrisa de un efebo,
la sombra de recinto de todos los poetas vivos,
de todos los poetas agonizantes,
              de todos los poetas.


19 de enero de 1967

 

 


 

Esto se llama los incendios


Cuatro jinetes de pólvora derriten los vastos jardines.
Cuatro fantasmas de plomo cavan la tumba del amor.
Uno, dos, tres, innumerables asesinos decapitan el ángel
    de la dicha.
Un jinete de enrojecidos ojos cabalga los incendios.
Algo como una lejana tristeza sucede allá,
en el país de las praderas, del napalm, del oro y
    de los enormes ríos
que de pronto se alzan y se preguntan qué pasa,
aló aló qué ocurre en las ciudades de mármol,
en las ciudades de miasma; ¿qué sucede que se ha roto
el coloquio de los enamorados?
El viento ha perdido
la dirección y la Madre Primavera muestra su pecho
    cercenado.
Algo como un quebradero de huesos y de plumas
ha coronado de sombra los capitolios y llenado de cenizas
las casas que antes del fuego fueron blancas y púdicas
    como una guerra no declarada.
¡Aló aló Vietnam, aló padre y poeta Ho Chi Minh!
Hola, hermana ceniza, hermano dedo, hermanas barbas,
hola querido Comandante Guevara, viento-verdad, columna
    asesinada,
allá arriba de nosotros, cerca del cielo o del infierno,
algo ardiente como una roja espuma se levanta
—y es tu palabra insomne, tu agonía, la línea de tu sueño.

Pólvora y miedo en el país llamado
“el país más poderoso de la tierra”.
En cada casa norteña, un becerro dorado.
En cada palacio del sur, la suma por centenares de esclavos.
En todas las casas una Biblia nunca leída, acaso murmurada,
    jamás entendida.
Pero olvidemos el poder, el orgullo, los becerros
y las Biblias —y no olvidemos a Abraham Lincoln río
    Mississippi abajo
casi al encuentro de don Benito Juárez desterrado
y liando tabaco virginiano; a Abraham Lincoln con
    su testimonio a cuestas,
su vigor de coloso y su tristeza secular.

Cuando Abraham Lincoln fue asesinado
un poco de atardecer cayó sobre el mundo de los negros
y las plegarias se sucedieron como un amargo río
    de lágrimas.
Llamearon las pupilas acusadoras, pero nada más. Ah, sí:
Un poeta de luenga barba blanca y ojos marinos se enfermó
    por la muerte de un capitán de la vida.
Los blancos habían empezado a linchar y
los capuchones del Ku Klux Klan erizaron el silencioso
    territorio.
Comenzaba a oler a pólvora, a sangre fresca,
a sudor de jinetes bramadores y a incendios.
Palomas delirantes aparecieron tal presagios,
hasta que los fusiles con miras telescópicas ocuparon
el lugar de los arcángeles y callaron las aleluyas.
El agua del río padre tornóse espesa sangre
y el blues se arrinconó como un perro sarnoso.

Cuando hace pocos amaneceres asesinaron a Martin
    Luther King
un poco de niebla fustigó el mundo de los negros.
Pero entonces ya no solamente llamearon las pupilas
sino la madera, los minerales, los supermercados,
las farmacias, los bancos, las estaciones de policía,
las radiodifusoras, las estaciones de TV...
Ardieron de costa a costa las ciudades para que iluminaran
    una muerte
y hubiera un destello de esperanza en la piel negra
    y en la piel roja,
y hasta un poco de luz de algo que se llamó bondad,
    ¿o se llamaba piedad,
o bíblicamente, malditamente se llamaba violencia?
Hoy nada sabemos. Ni siquiera dónde empieza la cola
    de una serpiente de plomo
no dónde termina el dolor de una viuda —ni qué entraña se
    arrancaron los huérfanos
para gemir muertos de angustia en las noches de Memphis
    y de Atlanta.

Se necesita ser muy hombre para no ser  violento.
Se necesita saber musitar un versículo.
Hoy necesito
mucha cobardía para callarme la oración
por Martin Luther King,
y para no decir nada sobre la sangre que lo ahogó
como a un cordero para holocausto
en la piedra solar de una colina mosaica.
¡Aló aló Martin Luther King, hombre negro degollado!
Hola Martin Lutero Rey, pacífico hacedor de incendios,
campanada king king de la rebelión, tam tam descuartizado,
suave africano de la dura Norteamérica.

Aló asesinado
aló mortificado en cuerpo y alma
aló balaceado
Hola enterrado en alma y cuerpo
hola acribillado
santo negro de las llamas
de los negros incendios
te bendigo
te bendecimos
liberador.

Ahora bendícenos, reverendo,
desde tu cielo ceñudo
desde la cálida oscuridad de tu celda celeste
¡No eres más que un cuchillo ni menos que un motín!
Por la muerte de Malcolm X
por la vida veloz de Stokely Carmichael
condúcenos, oh animoso,
                                     oh tumultuario,
hacia el sofocante purgatorio
        de los vastos jardines incendiados!

9-10 de abril de 1968