Todas las tardes me visita, pues conoce mi debilidad por ella, mi viejo y dulce vicio por su presen- cia melosa. Llega, se instala des- cansa un poco, se acomoda y des- pués inicia su lento recorrido por todas las instancias de mi memoria. Desde su primera visita conoce la plaza, el plazo, la consigna que le indicará que no podrá volver, que ha tocado mis límites. Ahora es pre- ciso que la deje transitar libremen- te interrúmpome y le digo, casi en silencio: Bienvenida, Saudade mía, bienvenida, aunque lo que recuerdas no fuera como lo repites, bienvenida seas.
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