El cuervo
Tengo atado al pie un cuervo-plomo, con su peso y su nostalgia. Me mira con rostro ajeno, en tonos mercuriales hace que mira. Huele —se acerca— a un azufre decantado, vuelto a reposar, prismático; asume sus colores falsos. Negro, una piedra ese cuervo, sin saltos me sigue atado al tobillo. Lleva lustros, la noche completa, la noche y los pilares del templo. Ese cuervo surge, brilla, repite series rosas; nace y se extingue siempre a mis pies como arena vibrante. Tumor y hendidura, el cuervo reverbera —oro o luz—.
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