La buena vida
Los árboles florecen, y las hojas perladas de niebla sobre nosotros se abanican en la copa de vino de los olmos, mujer, hijos y casa: la médula y el inútil adorno de la vida; servicial, la descomposición se quema... y no por las medallas lamer culos en el prado del pavorreal, arrojando alpiste al sangriento gallo de pelea, o vomitando púrpura en la arena de esclavos— en la Roma de Tito, tediosa, martirizada y ansiosa de complacer. Al águila la ciñen nuevas legiones y creencias viejas. Quizás el hombre libre le sorprende el acoso imperial (rara vez agradable, un azote de cálculos biliares) que continúa arrastrando a quien de otro modo olvidaríamos, al perro dormido, al héroe alquilado para el terror, perlas para el collar, argollas en la cadena resonante.
De Notebook
|