Desde 1939
Nos perdimos la declaración de guerra, en la luna de miel, en tren hacia el oeste; en los revolucionarios treintas fatigamos los Poemas de Auden, hasta que bajamos la cabeza de acuerdo al caminar de lo anacrónico, confortable y mezquino... Hoy de más cosas me pierdo, mi equivocación es más consciente. Veo otra muchacha leyendo el último libro de Auden. Debe ser muy moderna, usa el pretérito para diseccionarlo. Como Munich, él es ahora histórico y quizá maduró hasta amar la podre del capitalismo. Vivimos todavía entre el demonio de sus negligencias que él quiso desdeñar con la excentricidad malévola de la vejez. En nuestro inconcluso y revolucionario presente nada comienza y todo ha terminado. El Diablo sobrevive a sus vacías esquelas y se dirige, cojeando y maldiciente, a su demolición, la pesadez moral más allá de balanzas, vómito circular como manchas de hierba amarillenta. Inglaterra y Estados Unidos han durado lo suficiente para temerle a su pasado, los hábitos se aprietan como cera, los alegres, los prósperos, su ácida violencia. Hace unos diez años caballerosos negros africanos revisaron su pequeño cementerio inglés y en la basura sofocaron estatuas de la Reina Victoria, de Kitchener, de mercenarios de Belfast tallados en jabón y por mandato desangrados hasta la blancura. Los apresan las cartas marcadas que norman su salario— que el infortunio soberano abandonen. ¿Se entusiasmaron demasiado como una gran actriz dedicada a probarse su vestuario? ¿Tal vez creyeron que ellos revivirían de proseguir su espíritu? Sentimos a la máquina huir de nuestras manos, como si alguien más la condujera; si vemos una luz al fin del túnel es la luz de otro tren que se aproxima.
De Day by Day
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