A un profeta
¡Santa la poesía que a los parias anuncia el nuevo día y es tan consoladora! A tu ensueño de bardo el sol ya sube: el astro por vecino enciende aurora y desde abajo del confín colora de topacio la nube. Mas encorvas el pecho y abates la cerviz. ¡Nunca derecho en surco el labrador que siembra el grano! ¡Creyérase que inclinas los tributos parecido al banano, que dobla la cabeza con los frutos y muere por servirlos a la mano! Al ciego y al insano brindas luz y razón, y al hambre a veces multiplicas los panes y los peces. ¡Y lloras amargura! ¡E imprecas y te corres! ¡Y elevas los dos brazos en figura de templo que sublima un par de torres! Y estímulos de pena fecundan más la vena. Ondas acuden a la sed que abrasa, tienen un surtidor en cada herida y no al flujo de vida fierezas ponen con injurias tasa: ¡el río bulle y se desborda y pasa! Virtud o vicio el estro saca del corazón dulce o siniestro e induce al himno deleitable o torvo. ¡Brisa cambiante que del medio asume el hálito en el sorbo! De mecer un jardín toma el perfume y de rasar un lodacero el morbo. ¿Laureles? No de iluso los demandes: ascensiones comienzan por caídas para las desmedidas envergaduras y los pesos grandes. Así de cresta de tajada loma el buitre de los Andes brinca, y por un momento se desploma. Buena la lid si al cabo en el broquel del bravo la gloria brilla hirsuta de saetas, y propicio el volcán del horizonte, si nevadas y grietas, para linfas y vetas, dañan la cumbre y el estribo al monte. Pero no de la ira traigas a la canción chispa que prenda en la turba tremenda furor que acuse de maldad la lira. ¡No al árbol de la senda, no a la encina sagrada el trueno enrosque llama que cunda por el viento al bosque! En oscura contienda la bronca Rebeldía pugna con la implacable Tiranía. ¡Oh, que tu alma en su prez, hijo de Apolo, se ostente al mundo cual antorcha pía y en la batalla de la fe y el dolo, arda y no queme sino alumbre sólo!
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