Los peregrinos
Ambos justos recorren la campiña serena y van por el camino conducente a Emaús. Encórvanse agobiados por una misma pena: el desastre del Gólgota, la muerte de Jesús. El soplo de la tarde perfuma y acaricia, y aquellos transeúntes hablan de la pasión. Y en cada tosco pecho desnudo de malicia se ve saltar la túnica, latir el corazón. A los cautos discípulos la fe insegura enoja y los míseros dudan, como Pedro en el mar. Ocurre que aun los buenos olvidan de congoja que la virtud estriba en creer y esperar. Cadena de montículos, cuadros de sembradura y sangrando en la hierba la lis y el ababol, y entre filas de sauces de pródiga verdura, la vía que serpea, encharcada de sol. La pareja trasuda, compungida y huraña, en la impúdica gloria de tan pérfido abril, y el susurro que suena en las hojas amaña siseos cual de turba profanadora y vil. Los pobres compañeros se rinden al quebranto y de súbito miran a su lado al Señor... Pero los ojos, turbios al arbitrio del Santo, se confunden, no aciertan a pesar del amor. El Maestro, venido en sazón oportuna, acrimina y exhorta más dulce que cruel, y enseñando cautiva, pues en la voz aduna armonía y fragancia y resplandor y miel. Y pregunta y responde a la gente sencilla... Marcha rizos al viento y razona la cruz. El pie bulle y se torna, y la planta le brilla como al remo la pala, que surgida es de luz. Los andantes arriban al villorio indolente que salubre y bucólico huele a mística paz, y las mozas, que acuden al pretil de la fuente, los acogen con risas de indiscreto solaz. Y los tres se introducen en humilde casona… Y en la rústica mesa, la Sagrada Persona parte, bendice y gusta la caliente borona… y disípase luego, como el humo fugaz.
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