Material de Lectura

Enrique Casaravilla Lemos



Selección y nota introductoria de
Ida Vitale




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Debo a mi querida amiga la intensa lírica y crítica uruguaya Esther de Cáceres el conocimiento de los poemas que siguen.

Sí, es verdad que Esther de Cáceres tiene, como ella misma dice, "cierto don" que le ha sido conferido, el don de percibir la calidad de los artistas solitarios que andan con seguridad y altivez por estrechos caminos escondidos (emocionantes).

Lo extraordinario es que yo, curioso constante de poesía y conocedor, yo lo creía así, de todo lo poético escrito en esta América española, no había leído nada de Enrique Casaravilla Lemos, cuyos libros datan de los años 1911-1920, según veo ahora.

¿Por qué leo hoy estos poemas del profundo uruguayo? Porque para mí han sido poesía escondida y quiero descubrir a ustedes, que acaso lo conocen, no su encanto, sino mi triste ignorancia de un caso poético tan bello.

 

Juan Ramón Jiménez en
Política poética


Nota introductoria

I


Cuando bajo el epígrafe Los raros reunió Darío algunos nombres entonces poco conocidos estableció a la vez una categoría que cada época vuelve a recrear. Aquellos raros dejaron de serlo y de una vena casi secreta llegan otros a ocupar ese espacio.

Es difícil que fuera del Uruguay alguien sepa de Enrique Casaravilla Lemos. Su generación, llamada "del veinte" vivió un momento de auge económico —cuando el país abastecía, a la Europa de la primera posguerra del siglo, de carnes y lanzas— simbolizado por la construcción del característico palacio Salvo. Esa generación importó un rostro en la poesía, más hermoso que el Salvo, e igualmente conocido: el de Juana de Ibarbourou, de valor innegable, proyectada fuera de fronteras por su título de Juana de América, operación en la que tuvo no poca parte la generosa actividad de Alfonso Reyes, por entonces embajador de México en Buenos Aires. El brillo de Juana atenuó el de poetas valiosos de ese momento, incluso el de algunos que no carecían de espectacularidad, y oscureció a otros que no aspiraban a situarse en la inestable superficie. Sin duda el más valioso de estos relegados fue Casaravilla Lemos. Todo lo predisponía a la marginalidad: el decoro de su vida austera, paupérrima y el de su poesía, adusta, desdeñosa, en aquella época de músicas fáciles y metáforas todavía mitológicas.

Hoy Casaravilla aparece dentro del Río de la Plata con una fulgurante condición de adelantado. Fue uno de esos seres para los cuales la poesía no es un juego del intelecto o de la sensibilidad sino una aventura absoluta que los compromete abrumadoramente, hasta tal punto que sus pasos cotidianos se tiñen de extravagancia, de desasimiento, de total falta de mundanidad. Sin agresividades, vivió bastante al margen del mundo intelectual, sobre todo al final de su vida, publicando algún poema de tanto en tanto, ganando anónimamente algún concurso, en comunicación tan sólo con pocos y fieles amigos. Pasó sus últimos años en una casa de reposo. El mundo en el cual se abismaba le era tan privativo que podía dar cabida a cualquiera sin que el poeta sufriera menoscabo y así era posible verlo en algún café cercano hablando de delicados problemas de la creación ante oyentes tan mudos e impresionados como incapaces de comprenderlo.

Alberto Zum Felde, dispensador de glorias y olvidos para los escritores de este periodo, lo recibió en el Proceso intelectual del Uruguay con las páginas justas y consagratorias que le dictó su casi infalible olfato. Acierta en lo biográfico:

 

Como hombre civil, carece en absoluto del sentido práctico necesario al triunfo o a la adaptación en el mundo. No ha sido, ni será nunca, probablemente, periodista, ni diputado, ni jefe de oficina, ni miembro de consejos, ni académico de ninguna parte. Es el poeta, todo y sólo poeta.

 

Y acierta en la valoración literaria, al situarlo "entre las figuras más culminantes de la lírica hipanoamericana", mostrando indirectamente su singularidad:

"Casi ninguna influencia literaria podría señalarse en esta definitiva obra poética de Casaravilla, no siendo las generales y vagas, propias de la época", y estableciendo las polarizaciones de su poesía: "entre el fervor místico y el ardor erótico… vibra en tensión trágica su lirismo". Para un análisis total y diacrónico de la poesía de Casaravilla se requerirá una labor previa de investigación, un ajuste de su obra. Lo editado no la abarca por completo, hay en manos amigas manuscritos que ofrecen variantes no datadas. Estas variantes nos aseguran la positiva insatisfacción del poeta ante su labor, su actitud de constante reelabo­ración.

La crítica ya ha señalado los rasgos peculiares a su poesía, hondamente conflictuales al estar enfrentados: la conciencia del pecado, creada por una educación religiosa muy estricta en pugna con una premiosa sensualidad, una sensibilidad que aflora a cada paso, el dolor ante el misterio de la iniquidad que ensombrece la tierra, el misterio de los pobres, el misterio del fariseísmo, las miserias constantes de la vida que la alejan de la perfección posible.

Estos elementos conjugados son el sustrato de una poesía que vigila y diezma su musicalidad por el férreo propósito de no incurrir en el halago de los sentidos, en las ampulosidades retóricas que equivalían al acopio de porcelanas meramente ostentoso en las vitrinas.

El común de los lectores, que busca en la poesía la anécdota, el dato biográfico, no encontrará aquí material suficiente. Casaravilla lo evita. Su poesía no es el resultado de una biografía sino de una técnica, espontánea y acertada o sabiamente consciente; su expresión conlleva una historia personal, árida o dichosa, pero su visión de ella es siempre una trasposición, supeditada a una ética.

Aún desconociendo la cronología exacta de sus poemas, señalemos la coincidencia del mayor nivel poético con ausencia de rima o rima muy diluida. Otras características —vocabulario, uso o no uso de ciertos determinantes— permiten vincular poemas entre sí y fijar aproximadamente su periodo de creación. Sin embargo, a veces la rima se impone, justificada.

"Secreto de atardecer", un poema breve —en general casi todos los suyos lo son— ofrece un ejemplo: Raro fondo de nube y terciopelo... / Estoy solo. ¿El amor?... Perdido anhelo. / Una delicia muerta —lacio duelo / vago— las cosas tapa con un velo. / Los árboles adorno son del Cielo / Estas cosas, ¡ay! mira el desconsuelo... La rima se ha vuelto omnímoda, logrando dentro del breve poema, junto a la vía del significado, una segunda vía, sonora, para la recepción del mensaje. La reiteración en los seis versos, al eliminar el contraste, el juego rítmico, suena como un bordoneo apagado. Esa e suave, diptongada a veces, prolonga asordinadamente la penúltima sílaba, reforzando mediante la percepción inconsciente la función conceptual. Las palabras que se parecen por el sonido tienden —lo señalaba Jackobson— a ser aproximadas por sus sentidos. La rima establece una escala vertical que nos precipita en el desconsuelo que es la clave, el secreto que esa hora encierra para el poeta y para el lector, ganado por sus diversas sugestiones.

Varias veces encontramos el fenómeno de la repetición de una palabra: Es una hora más larga...! / abrázate a mis brazos flor nocturna. / Nada se ve como tu vida; nada / se ve como tu dicha; flor nocturna. / Ningún misterio iguálate, ninguna / carne como la tuya; flor nocturna / blanca y lacia: en tu intensa forma se unen / mujer y flor nocturna.

El efecto fónico de la repetición se diluye dentro del signo reiterado, en la misma medida en que asciende el valor simbólico de dicho signo; en que la nocturnidad se transforma en el rasgo único definitorio de la mujer, como lo anticipa el título: "Nocturna".

Casaravilla no usó la rima de modo sistemático, sino en ocasiones muy deliberadas, buscando en ella un determinado efecto; la dispone, la mueve en su servicio, sin dejarse gobernar por ella, que gobernó a tantos poetas de esa misma época; pese al dicterio verlainiano: ce bijou d'un sous qui sonne creux et faux sous la lime seguía sonando de buena ley desde hacía casi medio siglo. Si Casaravilla elude ese imperio es porque está ligado a algo más hondo, y ésa es su invulnerable virtud. Su prescindencia de virtuosismos tentadores hace que nunca entregue las riendas de su poesía al fárrago convencional.

Corresponde juzgar a un poeta por su aproximación o su descaecimiento respecto de un modelo desprendido del mismo corpus de su poesía. De este modelo él es responsable pero es a la vez el prisionero, ya que ha establecido un código hecho de fragmentos, pero de imperiosa fuerza coercitiva. Rige para el lector, que debe comprender estas leyes para que su juicio sea válido. Rige para el poeta, que pone en nuestras manos el instrumento para medir su grado de desviación.

"Partituras secretas" ofrece muchos momentos ejemplares de expresión poética que nos iluminan el rumbo de Casaravilla, su fidelidad a un pensamiento preciso, su concisión, su funcional manera de utilizar la superficie de lo real para ahondar en ello. En "El rico después de la muerte" por ejemplo, no hay metáforas, pero todo el poema es una sola metáfora. Ese caballo, cuya materialidad provista de precisos estribos se disuelve en la reiteración muy alto, muy oscuro, que señala su carácter excepcional, ese caballo, cuyos estribos no alcanza el Rico, salva. ¿De qué? La elipsis deja sin mención ese mundo cuyos atributos de horror tampoco son enunciados y del cual sólo aparece esa sombra amarillenta y sin entendimiento, etcétera, su habitante. No hay juicio sobre el rico. Pero la dicción rápida, sobrevolante, desciende, fija su pregunta, ofreciéndola sin comentarios, pero sugiriendo una terrible apertura sobre el porvenir.

El poema está lleno de precisiones que apuntan al recato y no al deslumbramiento: cuando caído, caiga, parece pleonástica. Pero detrás del repetido empleo del verbo, lo denotado varía básicamente. Pasando del participio al presente de subjuntivo pasamos de la caída material a la terrible, sin fondo, caída espiritual.

Poemas de esta categoría nos muestran los alcances de la expresión poética de Casaravilla, distante del artificio posmodernista de sus comienzos, y cercana a una visión crítica del mundo próxima a la de ciertos poetas de hoy. Su concisión logra admirables resultados. Del conjunto nace una energía atractiva que sólo pide leales lecturas. Porque es ética, porque no es tramposa, porque da más de lo que en una primera lectura ofrece.

Ida Vitale
II

 

"Nuestro gran poeta Enrique Casaravilla Lemos, logra siempre la emoción del más iluminado transporte por medio de una figuración pertinaz que recuerda a los juglares de la piedra gótica; y así lo dejó en vida secular la imagen grabada por Bernabé Michelena. Tensión de aristas que no corta la elegancia de los pasos femeninos, que animan rosas, en su Celebración de la Primavera ni ensordece el estallido de los brotes vegetales ni apaga la llama que lleva las manos de la doncella encima del seno aturdido. Nada de giros convencionales en la expresión del poder amoroso, toda pasión es inédita para quien la siente, y el poeta no debe dar pasiones de prestado: qué poderosa hélice desplaza olas de criaturas alucinadas alrededor de su corazón dolorido de Júbilo Viviente:

 

…palomas curvas de amor pasan presurosas)
ebrios de los amaneceres sutiles y ligeros, de la
claridad del día.
y de ventura desordenada de jardines,
estremeceré mi abrazo…

 

"En el canto suyo más breve luce la virtud del forjado a fuego y martillo:

Yo estoy condenado a mi antiguo sufrir,
como el ojo a mirar,
cual la cima a romper la tormenta,
como el fuego a abrazar!
¡Y la tierra me ríe! ¡Y el cielo me protege!
Yo estoy condenado a los trabajos eternos…
¡Cuándo pasará esta demencia que me alza y me
lanza
cuando descansaré como la menos suave flor entre
sus hojas!

 

"La imagen de su muerte es cuidadosa como un pájaro de su nido; elige un hueco fresco de hojas, picotea las hierbas, y mira la rama de donde ha de volar al cielo, de esta manera".*

 

Que digan de mí: murió…
está ahora entre las hojas
dulcísimas,
entre las hojas más tiernas de la sombra,
de las praderas y los
árboles y los ramajes,
reposando
en todas las cosas. Hacia
la luz única!

O que digan por mi muerte
cual decían
con silencio
los milenarios egipcios,
(llenos de creencias graves)
muerto el Rey:
¡un halcón
voló largamente al cielo!

 

* Eduardo Dieste, en Teseo. "Problemas literarios". Ed. Nova. Buenos Aires.

 


Palpitante hacia los arcanos insignes

 

Sí —corazón de sombra, Coraza entre las olas
y borrasca y fulgor...

Una Justicia
—una armonía invisible;
de pugnas que se temen, en no poco escondidas
tal vez y poderosas!—
el alto bien puro.
las guerras imprescindibles
del Mal que su posición
no abandona:

todo lo
que los hombres pudieron construir con imágenes
y signos (más allá
de ventiscas, osarios y tormentas)
es, —pues no
hubiéranlo sabido imaginar
sin tener su esencia.

—Neblinas
y bordes
oleaje ondeando en doble modo activo!
que nublan

la sangre...
Pero increíble existe

además
e inviolable,
lo que no han pensado
ni han imaginado!,
más allá
de la menos inquieta
sustancia...
Tras la más
[remota y delicada
cortina de los cielos.

 


La cosa que vemos

 

Lo que nos rodea,
donde estamos: donde todo ojo ábrese.

La
cosa venerable
—qué castillo encantado de fluctuantes
astros
sin
puente ni murallas desolado!—
que ignorando... siempre vemos
y que no sabemos qué
su máscara
de edad
sin cambio
podrá
disponer, siempre enigmática...

¿Qué dispone viejo viento
igual...
que pasa?

 


Tedio

 

Sobre un sitio seguro
y temerario —genio agudo, amor oceánico—
sueño con un gran mal... muy lejos de los tontos,
tan alto mal que los olvide y los repudie!

Mi espíritu está así: Malo y peor que un águila
sobre la piedra desolada de otro mundo,
que hubiérase ya despoblado... como ese suelo
que feroces hormigas taladraron —a donde
ninguno podrá nunca llegar de los senderos.

Sueño un mal! más inhóspito que las bestias tontas
solo, lejos de la rósea fecundidad
que abre rutas a obtusos gerentes y carreros...

 


Signo

 

Mi vida está en los hombros
como está la de un Ángel en las alas.

Yo llevo los hombros desnudos,
desnudez en la que alguna estrella
con punta de fuego
pueda herir libremente,
y el aire divino
sin obstáculos correr
como sobre duro campo ciervo...
como el agua corre,
sobre la inclemencia potente
de desnudo mármol.

 


Carne que es pecado, engaño,
Torbellino...

 

Entrar en la existencia es el pecado
primero y repetido
que debió haber quedado
sin acción, sin intento en el arcano...

—Lo que hubiera podido
quizá, acaso, no haber acontecido.

Que el puño del viento no debió impedir
o que jamás de antiguo
obre alargada sombra debió haber empezado…

Pero —ah, duelo y desgracia— se diría
que hasta el árbol quisiera entrar en nuestra
existencia extrañísima,
rarísima.

El árbol
quisiera hacer algo; el árbol quisiera
moverse...

tal vez
bailar,
y a nuestra mascarada pobre unirse;
el árbol ¡ay! quisiera cometer
un crimen...

 


Nocturno del trueno

 

I

—Relámpagos me bañan...—
¡Los ojos miran, sierpes
transparentes y vagas!

El trueno habla,
espacios tiemblan; tono del Señor
tremendo que el león
desde el desierto imita...!

El trueno dice lo sobrenatural...
(¿tarde o temprano... qué acontecerá?)

Aprendemos de sus fauces
sagradas
el conocimiento de las estrellas
de sus dolencias o borrascas, vagas:
de los Cielos —de Cólera primera—
y de los reinos bíblicos, analfabetos
(para los que hecha ciencia hoy van labrándose
como una nueva torre de Babel)

 


Noche

 

II

Veo el cielo —El relámpago!

¡carro oscuro de Dios
cuyas armas son los rayos!

 


El patio extraño

 

—Yo tengo el patio solitario
de densa piedra no mirada...

Que en él desciendan los demonios...

Ni una flor —vaga vejez; sin nada...

(arde un planeta contra un pilar!)

Liso y abierto —sin sombrero—
que habituar sepa a los demonios
que surgen bajo el firmamento.

 


Carta matutina

 

Despertando
—la vena vaciada hundida en la tristeza—,
apunté:

Reina, flor ninguna la
nada. Ningún asunto que llegue a importar se
ve, porque ninguno hay.

Ni brillo del sol; la negrura de
la noche; la serpiente— una nueva hoja, el
mundo:
apariencias.
¿Es algo realidad...
o ser?

Nada
es.

 


Hastío... Horror...

 

I

¡Todo lo que nos trae la existencia!...

Nacer: —el sol monótono e impúdico— crecer;

¡Tierra que te nos pegas
a las venas!

II

Tener
inexpresivos constructores, norias...

despóticos dentistas, cienos, sastres,
cloacas! —gradas vanas descender
hacia mágicas ruinas...

¡Qué rejas de terreno
infierno, qué pretiles cruzamos —qué desastre!

Sueños, ficciones, lástima sin fin
y delirio
truncado.

Ah! más simple es la pura noche del no existir!

 


Momento de la noche


Estoy más triste que una mula ciega.

Ah! convertirme en un
dejado animal mustio,
ciego... No sentir nada, no saber
nada.

Dos pies clavados, en lo oscuro.

Nada más. No sentir
ni saber. Y morir...

 


Marta duerme


Dormida en su oro,
sin ningún asomo
de inquietud...: qué lejana, qué delicia
de nieve
y qué enigma al que, tímido, me asomo!

Latir siento una flor dormida: y miro
cual sus pétalos tenue mueve,
y cómo
respira el pecho mínimo!
Sueño
miel
flor
enigma
aire dormido

 


Pasa el sol

 

Pétalo nuevo y ciego
el amor al amor, a la belleza,
a la juventud, es
un deseo que viene
con la primavera!

Y el amor al Olvido
arenal, lengua desierta
de la esfinge, o al cielo
negro y perdido... es
un deseo que viene
con la sabiduría.

 


Los cristales

 

Los vidrios pobres
de las ventanas
los supo hacer el hombre y los logró
para que ellos le recordaran
constantemente
los severos y diáfanos cristales
a través de los cuales
ve nuestros actos
Dios.

 


El rico después de la muerte

(De un tríptico)

 

Cuando falten los estribos
y no pueda subir al caballo alto y oscuro
(muy alto y muy oscuro)
que lo va a salvar
que conduciéndolo, lo llevará

¡qué gemidos, entonces!

Cuando caído, caiga,
y pregunte a una sombra amarillenta
y sin entendimiento, que no puede moverse,
habitante de aquel mundo:

¿dónde están las monedas?

Ah! los Ricos entonces…

 


El 30 de mayo —mi madre muerta—


I

Recato o discreción
mi madre
de augustos sentimientos!

Terminaron hoy
su devoción doméstica y su oficio...

Temía los vientos
y temía a los mares...

y se hizo perfume
y rocío, para no temerlos!

Le agradaban sol
y calma,
y miraba como es debido en torno...

……………………………………………………………
¡Muerta!
A la vida has pertenecido
¡y oculta ahora de la vida eres
de la eternidad inmensa!

Lirios
ofrendarte como al cielo!

Aún quedan, amor, y esperanza...

¿Hablar,
soltar palabras?

Si todas ya contigo se alejaron...

nada tenemos que decir!

II

Sentimiento extendido de mi madre
muerta hace apenas tres horas.

Madre, Madre.

Madre desaparecida!...

Envíame el cuidado
de tu bendición
desde el cielo que se extiende
(como si pareciérame ahora, cielo
de un sitio beato y extraño...)

como si su amplia señal alta
para mí fuera a empezar
y desde el suelo que se achica, ahora!
desde las estelares luces,
y desde la tierra
con sus ramos inmaculados e inusitados,
sus torrecillas
y sus techumbres,
y todo lo que en ella está
sereno...

III

Las angustias

Debían morir también, al fin, tus ojos.

Mirar pequeño y suave el tuyo ¡madre!

El día mío y tuyo de la cosa más triste!
Ya no están más las perlas:
una angustia de acero...

Y nadie dice
el alma, a no ser sólo las tristezas.

IV

Madre muerta

Pero retengo y llevo en las entrañas
la alegría...
de que te he de volver a hablar y he de mirarte
más allá de la tierra y después de la mar,
más allá de la muerte, más allá de la vida
—junto al trono de las serenidades
o en el umbral dormido
de las felicidades—
donde sólo se es joven calma pura
donde el tiempo no cruza
ni aparece su rastro.

En el Reino del Aire!

 


Realidad


De cuando en cuando
voy a ver los dragones de la tristeza
mohosos y llenos de años!

Viven dentro de una quinta maravillosa,
(cuya historia
sólo los libros de cuentos saben explicar)

Más allá de las verjas
casi circulares,
de una quinta oculta y secreta:
plateados y verdosos, invictos y pausados!

De cuando en cuando
voy a ver los Dragones de la tristeza,
que viven
en la quinta de los Misterios.

 


Hiedras


Cabelleras amigas
de las hiedras
cuando voy por las quintas

¿no me daréis la paz, que tanto anhelo
y que desciende de olvidado muro... el olvido?

Sentidme cuando por las quintas tristes
voy apagado, mustio.

De lo que podéis dar, os he pedido,
pensativas e inmóviles,
vetustas cabelleras
de las hiedras.

 


Pasión

 

Te miro como al mar,
Elena...

Amorosa isla
de espuma—, ¡entre las olas!

Te quiero como al mar
un navegante ardiente

—Yo que días y noches crucé mar sin piedad!

Te miro como al mar
yo, nadador que abraza tu beldad
tornadiza, misteriosa...

sin tu palpitación de espumas ebria
que a no retornar lleva
turbarme, ya!

 


Está ahí... Es ella

 

¿No parece que hubiera descendido
hace poco— por mágico
acontecer—, del constelado "Carro"?

Con el cuerpo extendido, la cara horizontal,
así, de deslumbrar, ¿qué sombra la hizo?

De estelar néctar húmeda; secreta
marítima, irreal.

—Diadema de insólitos diamantes
sugiere seductora, lo que Milton
resaltara del ángel de inaudita
hermosura, al principio!—

Parece, así, estirada —como inerte—
un regalo sin nombre y prohibido
de los velados e inciertos mundos fúlgidos, a éste…!

¿Superarla otra sabe, beldad viva?-—

En primores no alcánzanla y enigma,
náyades fabulosas y terrestres
(entre oculto y copioso boscaje, aún escondidas).

 


Tarde

 

Vamos. Vamos. Sufrimos del destierro del mundo,
del ocaso del mundo cerca ya.

Vamos, vamos, amor...

Tenemos los jardines ahí no más
aún.

Se siente la brisa de lujuria apagada
y lejana del mar...

Lejos, de la mirada de Venus el color
azul vago se apaga.

Ya sin pulso, la voz
de las Gracias se empaña.

 


Sonata

 

La violeta, los lirios, la muerte con Elena!
¿Qué deseo, qué busco en el sueño del mundo?
Voy libremente entre cosas tristes, con la pena
de un destino sin vida; o lo aparto o me hundo.

Dulce como la flor, infinita azucena
en la tristeza de las tardes, errabundo,
grande como la luz, esperanza serena,
la busco en un suspiro solitario y profundo.

La abrazo en un suspiro solitario y piadoso,
la abrazo en un suspiro, sin que hacia mí la llame,
y en un altar la pongo, de la tierra, ruinoso,

mientras las hiedras negras me hablan de que la olvide,
y la primera estrella me dice que la ame
en un sumiso exceso, que el mundo no me impide.

 


Cielo

 

Peces groseros, ciegos
y lucientes;

¿le daré
de estos peces
a mi Amada,
de comer?

O los lanzo de nuevo,
a los bajos del cieno
del agua?

Unos le daré más listos,
ligeros como suspiros,
porque la vuelvan más bella
y aún más pura?

Le daré algunos más pálidos
y tenues, que el cielo surcan.

 


Otra vez, hielos

 

El gozo desparece, la tierra está ya lacia.

Y, al mirar la nada de las cosas hacia
el silencio y el polvo, nuestros ojos sin bríos
se inclinan invadidos por tristes pensamientos.

Al girar de los soles y de los vientos,
su entrada ¡otra vez! hacen los grandes vientos fríos.

Cuánto (lágrimas)

tardan del cielo...!

la última luz, su santa Primavera?

 


Antiguo nombre

 

Lucrecio
—antiguo nombre—
con el poético sonido de las cosas
en fijos torbellinos, en regular compás.

Lucrecio para quien la inmensa
voz

es norma, calma, vida, tierra ¡dioses inicuos!

Y en el hombre, el ánimo (fatal
peste sacude Atenas) el dolor
se le da de las cosas
cabizbajo de amor
y de piedad...

 


La grandeza de Dios

 

Dios produce a la perfección
los santos dentro de la Iglesia.

Más del otro lado—
tal como nacen también
florecillas
hacia la otra ladera lejana y
propicia
de la montaña—
produce otras maravillas
inesperadas:
los santos libres!

 


Entre-estío

 

Por el Mundo abandonado
Me alejo y siento... sollozo.

Pero una sonrisa fina
Dentro me dice divina:

Después de lo que has pasado
Liba ahora uvas de Gozo...

 


Betania


Marta: Se preocupa
de recibirle como
es preciso. Lo sirve preparando
las cosas de la casa para Él,
las manos extendidas con las cosas. María
queda echada a sus pies.

—simple azucena
simple
solo rosa.

Ah Betania!, Betania...

Ay! piedras de la casa
las dos ¡qué hermosas son!

Como nostálgico
de estampas y memorias
sagradas
no distingo más, ya...

cuál es más grande

 


Los niños y Jesús

 

A Alfredo Cáceres

Es una delicada y ya incorpórea
escena.
¡Un pájaro del Cielo
anda por allí cerca!

...Mientras el otro está con ganas de argumentos
torpe, a cierta distancia.
Él está con los niños
en plena poesía
del Reino...

 


Parusía...

 

¡Desde lado maravilloso, vino del
misterio —que la fe
con ansia oscura en Dios
vislumbra — ese Ser deslumbrador sensacional…

A ese lado volvió.

De ese lado:

¡Habrá absurdo!

¡Siglo inimaginable! faz grande, entre alas anchas
indescifrables ramos
y hosannas, los del Fin. ¡Puede volver!

No histórico como antes,
a pie ni en asna ingenua el pie desnudo;

mas sí, fuego triunfal!

...Violento viento, luz que juzgará...

— ola de llama, cuevas de robo a deshacer

Pasmosa espada, abierto todo lo alto
en trueno oscuro! llegará recién
hasta la subterránea iniquidad.

Mas inimaginable siglo, en esa
hora final, será también de Él
primaveral la última Piedad...