Poema del veterano de guerra
ENVÍO CUARTO DE HOTEL
ENVÍO
Vamos a trabajar el pan de este poema. Hay que traer un poco de alegría; que cada quien tome su cesta. La noche gira sobre la esperanza y desgasta sus párpados la estrella. Surgen las graves letanías del trigo por los labios abiertos de la tierra. La espiga se desnuda sobre el aire y el agua suelta sus cadenas. Con un poco de esfuerzo y de ternura vamos a trabajar el pan de este poema.
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Vengo de las antesalas, de los invernaderos donde florecen los bostezos. Vengo de la monotonía, de las prisiones de grandes ventanales donde se estrella la nostalgia y el hombre es un gran pájaro de luz herido por los timbres sordos. Vengo del tableteo de las máquinas, de la sensualidad agazapada en las rodillas de las secretarias y entre los cubos de los escritorios. Vengo de la mirada de perro fiel de los ujieres. Hay que aflojar aquí músculo y nalgas para que los sillones no nos duelan. Amarrar la esperanza a las pretinas, anclar nuestras pupilas a las puertas y esperar a que el tedio nos golpee y el aire nos racione sus bandazos hasta que nos conviertan en peces arrojados a la arena. Hay que sentir que todo esto es un páramo en donde las mujeres hacen reptar la flor azul del sexo y los hombres contemplan distraídos el cocodrilo mutilado que lustra los zapatos, mientras pronuncian con rabia nuestros nombres los solemnes pingüinos que se mueven al ritmo de los altos timbres. En estas agonías de la esperanza, en estos varaderos de sueños y proyectos, en estas jaulas de los ministerios, se pierde la razón, la dignidad se dobla como portafolio y uno se da cuenta que el dolor, la tristeza o el pan de nuestros hijos, se archivan en el expediente número tres mil quinientos diez.
CUARTO DE HOTEL
Aquí quedan los restos de un naufragio. Las sábanas como olas suspendidas. El ropero es un alto promontorio, los espejos varados en la bruma, y el viento con sus varas golpeando los cristales.
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Tómame el corazón que se rebela en mi costado; bésame el lado izquierdo que me duele y déjame que te cubra con mi uniforme de soldado. Antes que me calara la mochila con su peso de niño, como aquel vietnamés desesperado con su crío a la espalda; antes que por mi pecho redoblara un tambor acuartelado, yo tenía unos ojos que en el frente he olvidado. Deja que con mi mano cubra tu sexo alborotado. Si he mordido la granada de mano y en la noche que albea coronada de aviones he quemado la aldea, bórrame con tus labios este horror de astillas que me rodea. Voy a tenderme sobre tu cuerpo que sabe a tierra y sentir que me llevas como herido de guerra.
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El pan de nuestra mesa, la cuchara y el plato, las migajas que manchan el mantel, invierno de almidón para las moscas, la lámpara y sus luces, vuelo de avión entre los vasos, el vino de la cena que se atigra en el cuerpo. Esta noche anda suelto el caballo de vidrio del insomnio. Mi familia descansa, mis hijos se han dormido; los hombres cantan en la casa contigua donde existe una fragua y cintilan sus voces, desde un árbol de estaño. Muy lejos de nosotros en Vietnam, cien mil flores de cristal anuncian ya la primavera.
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Viene hasta Vietnam la primavera. Vanadio entre la niebla para las flautas y las joyas; vanadio para labrar la tierra. Una mujer con ácido en los ojos con astillas de sol en los cabellos, busca entre los escombros: ¿Quién restituirá la bestia recental que agoniza en el patio? ¿Quién restituirá su casa y su bandera de siemprevivas en el muro? ¿Quién restituirá la golondrina del amor que desbandó la guerra? Bajo la tierra canta el corazón de un niño. Que responda en Vietnam la primavera.
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