Muchacha húngara en Hungría otra vez
(recuerdo al Perú)
Aquí no soy Sofía la del rancho celeste en los acantilados. Un cangrejo pesa 300 gramos, tiene 10 patas, 2 antenas peludas y es color de ciruela cocido por el fuego. Su lomo es duro como piedra-pizarra. Pero sus pinzas son más duras todavía. En la playa lo abrimos contra una roca. En la mesa del comedor con un martillo azul de picar hielo. Bajo el lomo están las aguas de coral, los pellejos y cierta carne de ordinaria calidad. Mas la blanquísima carne de las pinzas es perfecta como el viento en el verano. No recuerda ave ninguna ni ganado ni pez.
Aquí no soy Sofía y mi memoria confunde alguna vez aquel sabor con un sabor de trucha o de ternera. Y sin embargo son carnes tan distintas como el fuego y el hielo.
Ahora las colinas amarillas se acercan al invierno. El quinto invierno desde que he vuelto a casa. (Y preparo conservas de cebollitas verdes y pepinos). Ésta es mi tierra y aquí he de florecer mientras olvido esa carne blanquísima y perfecta.
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