Monólogo de la casta Susana
1. Nunca tuve el menor entusiasmo 2. Sé que hablan de mí, sé que me espían 3. Y de pronto un olor suizo, malo 4. Y van a decir que canto 5. Y de Dios ¿Qué mas puedo decir?
Una mujer llamada Susana, hija de Helcías, hermosa en extremo y temerosa de Dios. (Daniel 13,2) Prorrumpió Susana en gemidos, y dijo: Estrechada me hallo por todos lados; porque si yo hiciere eso que queréis, sería una muerte para mí; y si no lo hago, no me libraré de vuestras manos. (Daniel 13,22)
1. Nunca tuve el menor entusiasmo
Nunca tuve el menor entusiasmo por una vida breve aunque gloriosa. Frecuentar ansío mis potajes (agridulces y fuertes) todo el tiempo posible. Amar también (sin mucho esfuerzo). Ser amada como si fuese el único animal deseable en el planeta. Aburrirme. Maldecir. Desesperarme hasta pedir la muerte / conociendo que el infarto no acude por llamado (¿ó sí?). Entonces te detesto chiquilla coronada con laurel o varas de apio fresco, lloriqueada en tierno funeral antes de los mareos y el bochorno del primer embarazo. Gloriosa tú. Yo en cambio llevaré esta belleza inevitable (¿cuánto más todavía?) que me ocupa como el relleno a un pavo. Huiré (sin excesos) del trato con la parca. Deseo (con fervor) un par de nietos sanos y presentables. Poco importa que los lustros me vuelvan triste o necia. Una carga (así suelen decir) para mis hijos. Poco importa. Es tarde de tormenta. El jardín luce bajo la lluvia como los pelos de una rata mojada. Hoy cumplí los treinta años de edad. He ganado (supongo) en experiencia y hasta en sabiduría. Mas la madre del llamado cordero (mala madre) está en estos pellejos que me sobran, las lonjas de jamón no comestible creciendo (aún con disimulo, menos mal) entre mis muslos, mis caderas, mi vientre (la barriga) plegándose en mi pubis. Nunca tuve el menor entusiasmo por nosotras. Ni por ti. Ni por mí.
2. Sé que hablan de mí, sé que me espían
Sé que hablan de mí, sé que me espían entre un macizo de altísimos papayos. El viento (despreciable) acumula las nubes contra el sol que calienta las aguas de mi baño. Reclinada en los bordes de la loza, rígido el cuello (la cervical nerviosa), lejos de la veranda junto a los chopos (¿qué es un chopo?) o los chanchos de tierra. Y las aguas que pierden su tibieza (mi carne de gallina). Incómoda con mi propio destino. Ya no quiero saber todas las cosas que sabía (las mejores recetas de pescado y el grito de las aves). Es mejor yacer cual un adobe en los escombros (que ninguno codicia bien o mal). Sé que hablan de mí, sé que me espían. En este vaso verde como un prado (laberinto sin fondo) apachurro yo misma mi limón. Prefiero ajarme con ron y cola-cola que en la mano del viejo repelente. No es que ignore mi páncreas ni que cante (perro lobo a la luna) las sombras de la muerte. Amo la vida y me gusta tocarla como tocan las sábanas de Holanda mi vientre en los veranos y apretarla como aprietan en invierno las pieles de los osos. Ese viento (siempre despreciable) revuelve las mamparas, los toldos del jardín. Rescato la botella de ron, me bamboleo con las últimas noticias. Al nuevo día no me quiero hecha polvo en el espejo, no me quiero hecha polvo en el espejo, no me quiero hecha polvo en el espejo,
3. Y de pronto un olor suizo, malo
Y de pronto un olor suizo, malo. Un cuerpo breve, verde, mantecoso y sin tratos mayores con el agua potable. Allá en los altos de San Juan Bautista, frente al gran pisonay. Sólo curiosa, sin pizca de humedad en mis estambres seguí el rancio ritual. Había luna llena (muy amarilla) y los comerciantes de ganado ebrios se despedían, tambaleantes en sus caballos peludos de Cangallo. Siete vacas, un buey, doce carneros fueron negociados con provecho durante la jornada. Yo no sé por qué demonios (o deidades) he terminado sobre esta cubierta de lana roja y marrón, con animales azules en los bordes y migajas y emplastos de caldos antiguos. Aterrada (aunque fingiendo mundo) ante las olas de su hambre repelente de cantón (suizo), sus rodillas heladas. Por curiosa. Mi amor desperdiciado me duele en el altillo de San Juan. Mañana he de lavarme con jabón de cristal y piedra pómez. Evitaré que vean mis miserias bajo el sol.
4. Y van a decir que canto
Y van a decir que canto desde la vanidad (o la ignorancia). Ya no me importa, ratas, lo que digan (aunque duela) ahora que he perdido el respeto de mis hijos, mi jardín, mis animales (el perrito y la calandria) por ocultar mis gracias de la envidia. Ahora que corté mi cabello, cubrí mis piernas de cobre con ceniza. Les voy a recordar que yo medía diez centímetros más que mis iguales, y era sabia y bella y bondadosa. Y a pesar de estos vestidos baratos y sintéticos (que casi nunca lavo) les recuerdo mis bellos camisones de algodón ovillado, mis sedas que guardo entre frazadas repletas de alcanfor, para la pena, el goce, el desperdicio (y la envidia otra vez).
5. Y de Dios ¿qué más puedo decir?
Y de Dios ¿qué más puedo decir que Él no lo sepa? Casta soy pero no hasta el delirio. Me preocupé (como muchos) por los pobres del reino. Y veo (como todos) el paso de la nave de los muertos. Y temo. Y bebo valeriana. Recíbeme con calma, mi Señor.
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