César Rodríguez Chicharro Selección y nota introductoria de Enrique López Aguilar VERSIÓN PDF |
Nota introductoria |
César Rodríguez Chicharro nació en Madrid el 11 de julio de 1930 y murió en la ciudad de México el 23 de octubre de 1984. Perteneció a la segunda generación de exiliados españoles en México, la que sin haber participado en la guerra civil vivió con peculiar intensidad las consecuencias políticas, vitales e intelectuales de la misma. Junto a la la añoranza de España, esta generación también tuvo que asumir su mexicanidad como extrañamiento y, ante ese doble desarraigo, adaptarse a la tierra de en medio que habitaban. Por estos motivos, Francisco de la Maza bautizó como Nepantla a dicha generación, que también incluye, entre otros, a Tomás Segovia, Federico Patán, Luis Rius, Gerardo Deniz, Jomí García Ascot, Ramón Xirau, Arturo Souto, Angelina Muñiz, José Pascual Buxó, José de la Colina. Bibliografía Con una mano en el ancla, prólogo de Julio Jiménez Rueda, Talleres Gráficos de la Nación, México, 1952, 78 pp. |
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Con una mano en el ancla
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En el hondo y extraño precipicio donde las palabras suenan cuatro veces, donde los vientos se entremezclan y confunden para formar el viento, donde las horas se convierten en siglos y la vida no pasa. En el hondo, extraño precipicio, he querido ser para ti pedazos de infinito, vida y muerte, noche y aurora, silencio de tus labios y palabra, oscura palabra de tu boca... Serás como el dado que se agita mil veces, que tiembla en la mano o en el cubilete, que señala la dicha o el número helado de la muerte. Serás como el dado: torpe, callada, indiferente. La esencia de mi ser. Bebí de ti |
Eternidad es barro
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Y tener, ¿por qué no?, un fantasma nocturno con cuerpo noche a noche renovado, y el alma tuya, Isabel, que juega a eternizarse y bebe, gota a gota, mi sangre enarenada. Ser, los dos, entre las zarzas, zarza; y un grito de materia, oscuro y renovado, objetivo y presente. Ser los dos, entre los vientos, viento; y carne, mil veces encontrada, repetida, entre las almas. Y que mis sienes cuenten, entonces, por los siglos, las letras de tu nombre; y que cambie tu piel, y que tus besos quiten a mi pasado años. Eternidad en ti, fantasma apetecido, quiero ser mientras te robo aliento. Un bolero en el aire; |
Aventura del miedo
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a Cintia Las cadenas Estás allí. Te tienen. a José Pascual Buxó Quizá lo mejor hubiera sido meter la cabeza en el agua a mi madre 1 |
La huella de tu nombre
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Aquí, He sido el oso pedernal a María Zambrano Tersa la luz, desvanecida y alta... En la espiral será si no en la esfera. Entre la bruma, solos. Sólo de amor abiertos; a lo demás, cerrados. Sólo al amor, al nuestro; solos y atados. Si no en la esfera, será en el torbellino, en la espiral será. 2 Señálame en la boca la huella de tu nombre; sumérgete en mi sangre; palpita en mí, desnuda; entiérrame en la carne la sed de tus raíces; florece en mí, madura; deshazte en mí, desnace. |
Aguja de marear
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...Y mueves la manija del retrete y en vez de tirar agua llora sangre. "¡Es sangre, sangre!", exclamas lerdamente. Acude tu mujer; llegan los críos. Y procuras —a instancias de los tuyos, pues tú, qué duda cabe, has visto tanto— averiguar la causa del suceso, o por lo menos —"¿Quieres?"— si el plasma es de animal. "No es de animal", te dice al fin —te quema en fin— un subteniente. "¡Sea por Dios!", respondes cauteloso. Día tras día tu mujer reclama: "La sangre, Ernesto, ensucia mi retrete. Y no es posible echar agua del grifo pues sabes que lo veda una ordenanza". Refulge el sol. Los niños cantan. 1 Quien ha recorrido una y cien y mil veces mil cien y una calles de la ciudad el puerto cien mil y una veces rabioso jadeante y no ha dado con ella ha vivido sin ella —con otras— tediosa eternidad y de pronto la encuentra está allí la siente... piensa que no hay sima tan honda que no colme el deseo ni cúspide tan alta que no la alcance amor. 2 Tener, tenerte. Sin voluntad, ni eco, sin resquicio. Será tu cuerpo —mañana— el trozo mío, la entraña, el corazón, el bazo... Seré tu carne, el viento, tu altura, tu gemido... 3 Inesperadamente tu cuerpo fue volviéndose mío. El júbilo final Apoteosis En ti contigo arco los dos nosotros Piedra maestra tu sexo piedra el mío. La piedra imán La clave la piedra del bautismo. 4 Último goce quizá o primera muerte Amoroso dolor si placentero Tú y yo quemándonos Alrededor: el hielo. ¿Cuántas veces te tuve De dientes afuera, amor, nada es bastante. Cuando el gesto me ronda, ¿Cómo medir las lágrimas del otro Quizá no deba dibujar el buque: sería afrontar un riesgo innecesario, hacerme de una nueva (enorme) culpa si por acaso zozobrara en el mar (blanco impasible, inhóspito) de papel. Cuando se llega al sitio Pudo haberse llamado Ladislao Pujlas Húndase el buque. |
Finalmente
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Porque te palpo, mido, bebo, imploro, poseo, infamo, calmo, quemo, dignifico... Porque te colmo y no; te abraso y no; te escucho y no; y no. Porque te quiero. Y ni siquiera sé de cuanto tengo, me tienes cuánto. Y me olvido de mí, y en el espeso, vasto, podrido bosque de los días me besas —sabia— ignorando que anulas la obscena costra de los años con el áspid que emerge del cielo de tu boca. Quiéreme así —me digo a veces— aunque me partas luego, Laura, la madre, el rostro, el aire y el camino; quiéreme así, aunque luego me rompas, a gritos, dudas, pedradas, crucifijos... 1 Cómo volver a percibir la escueta, próxima caricia de tu vuelo junto a la carcomida, densa, lapidaria masa de mi cuerpo. Cómo casar el ocaso y la aurora. Cómo circunscribirte a mí si estás abierta a la pasión, a la esperanza, al fuego... Recojo velas. Me sumerjo en el vano resquicio de mí mismo. La escueta nave masticada de orín, sucia de tiempo, desarbolada. debe encallar silente y hacerse —¿importa cómo?— al gris amargo del olvido. 2 (Mito) Bajo los turbios goterones vamos deshilando la tilma del recuerdo Acaso sin quererlo el sueño pese más en el mínimo claustro de tus días que en la constancia amarga de los míos Vives ajena y apretada al mito y mi voz inasible se desgaja y alienta vanamente entre las sombras Tan sólo sé de ti y en ti me engarzo cuando rescato de tu cuerpo el grito. 3 (Metamorfosis) ¿Cómo ayudar la desolada selva de los días y protegerlos con una capa tosca invulnerable? Quizá la clave sea desbaratar las horas sin que su cisma —inhóspito, confuso, lacerante— consiga altivo, señero dibujarse en el rostro; dejar que vague —jugosa— la pulpa de la vida cuánto más lejos de la negra avidez de los labios. (Quizá la clave sea esfumarse por último en la voluta, el canto, la esquila de tu aliento 4 (Líneas) Hasta el mar y la tierra estoy de tan jodido Donde fijo los ojos la voz se vuelve espanto Entremezclo ilusiones que de pronto se esquirlan Me duermo entre cristales machacando tu nombre Nada sabes de mí porque de mí no es nada Me mastico los huesos y me anudo las venas Dices temerme cuando te escondes de ti misma Deshago los caminos y te encuentro en mis hombros Es inútil vivir cuando se ha muerto tanto Yo soy el pedernal y me excavo tan hondo Cómo querer si a gritos te quebrantan y a duelos. Dame la voz para escalarme a solas Nos colocaron en fila como semilla en surco fértil. 1 |
En vilo
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Con una cruz en alto No se hable más —susurro—. Si hubiéramos sabido recoger las palabras 1 No pretendas saber cómo perdura Entre las voces, una. Dolor amargo, oh la carga dolorosa |
Poemas no recogidos en libro
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Desgraciadamente, no basta, no. Blanco de amor, Roja de sol la tarde. Cuando llegué a San Luis, negro, yo no sabía. Se pudrieron las sábanas que nos cubrieron ayer Deshaz la rama el cardenal el nido sacrifica el dolor a la quimera rompe la luz el canto desgaja vive en la sombra alienta... Subir y subir sin saber adónde
subir al sol quemarse morder la lengua del dragón su fuego. Matar la salamandra subir al sol al sol morir al hielo. |