Con una cruz en alto al filo de la noche sólo marino de una breve concisa nave Salim escucha ansioso el peso de las olas. "Mira por mí". "No dejes que el cuerpo se me pudra" "Yo te maldigo río del pecado" "Déjame escafandra de Cristo sumirme aleve en la culpa insondable" Lanza Salim el ciego puños y dientes al cuerpo de la noche a su aliento profundo Se mece altivo y sin embargo dueño de equilibrio precario en las trenzadas tablas que lo acunan lo salvan "Líbrame Señor de lo salvable del hombre bueno líbrame del malo del colérico líbrame del niño y líbrame de mí Señor de lo insalvable" Era la guerra de Salim el repetido ciclo lo negro deshilado el faro lo opaco y gris el grito y el mar le iba legando escamas en el torso algas vidrios corales.
No se hable más —susurro—. Que alienten sorprendidos —palomas enclaustradas— los besos en la boca. Sean ahora —agrego— tiempo y contorno inoperantes. Gocémonos mujer arteramente. Con pausas y señales. Entre luces y sombras. A gritos, en silencio. Digámonos adiós después altivamente.
Si hubiéramos sabido recoger las palabras meterlas en un frasco y tirarlas al mar y recogérselas luego cubiertas las edades las máscaras marchitas Nuestra voz en el agua al peso de las olas.
1 Tu cuerpo, el mío alientan; escalan sabios, solos la luz de la fatiga. Y a veces nos da igual —tan sólo nos miramos tan lejos de uno mismo. En cambio tiene el tacto en cada yema un pulpo, un lince en cada mano. En las cuatro paredes podadas del recinto semejan nuestras voces el bisturí, la daga, y solamente a gritos nos adviene el espasmo, oh luz alborozada. Quizá la puerta al cabo del calabozo se abra y por salir primero, por muéveme esa paja, nos matemos por fin, por fin a dentelladas. 2 "Soy tu fuego" —dijiste—. Acaso entonces. Cuando el puente desnudo, cuando la brasa, y cómo la cuidamos, cuando el portón abierto... 3 Sólo los dos —la suma del miedo y la fatiga— Era a veces la cama de Procusto la tierra acompañado el goce de gritos de macacos los mugidos de vaca sin becerro ni ordeña el ruido desolado desnudo de las ramas Oscura apoteosis de quien quedó en el sitio aunque no supe cómo ni por qué ni por cuánto Y comprendí —qué pronto— que diciéndote "¿Quieres?" se aprestaban las fauces alternas de tu carne Cómo saber si éramos pira crisol acaso pudiera sacerdotes perpetuos de algún rito Cómo negar que tuvo la inesperada punta aquél mellado romo tálamo de puñales donde hoy resumo solo la cuesta de los días.
No pretendas saber cómo perdura Tampoco indagues sobre el sucio fardo que arrastra torpe boba neciamente Mejor déjalo estar Que no te asuste Acaso pueda llenar de hollín tus ocios de negro el claro remate de tu día Déjalo solo Que muerda —dura— la hogaza de su tiempo Que se recobre y parta No permitas que te acaricie el rostro que te apriete la mano que te diga Pues no es hombre de bien Himno de ausencia No respires su aire No lo acojas Nada le debes Nadie Es —cómo decirlo— una oración fallida la leche que se corta el paso que se pasma Déjalo ir Su palabra desdora Que no te diga se acerque se insinúe Témele así Recela Te pedirá el ovillo con el que busca salir de su meandro Déjalo en él Quiere tu fruta Tu voz y tu silencio Te llama Margarita cuando tampoco el diablo se atreve en su camino Desdéñalo Arrójale tu frío sus años la mortaja Hazle decir que te confunde Te llamas otra Que en todo caso no son las margaritas para el hocico sucio de los cerdos Que se vaya mejor pues su rostro revela la impudicia que nunca lo abandona el rechazo que lo presume siempre Déjalo ya No intentes torpe redimirlo Fruta caída Punto vacío horro La firma que no avala Casa sin techo Que tome su zurrón ubique sus mendrugos Que su presencia deje de inquietarte No es nadie Nada El peso de una gota
Entre las voces, una. Inesperada, inexcusablemente. Era el reclamo, la luz. Era la esencia. La voz. Tu voz. Eras, por fin. Y yo la escucho ahora desuncido, deshuesado, desecho. Harto de mí. Torpe. Colérico El plomo derretido. El atado de leña. La cesta de cisco. Yo, ahora, oigo mi cuerpo, temo por él, lo aliño. Y tú, la voz. Y yo diciéndome ésa es mi voz, renunciar es morir. Y yo, luego, ahíto de paredes, aullando por la calle. Y sin embargo, tú, siempre, la voz.
Dolor amargo, oh la carga dolorosa que destroza y angustia y crucifica. ¿Pero sin ti cómo sería? ¿Cuál la posible unión, el lazo estrecho con lo ausente, el ahora, lo ignorado? ¿Cómo atarme de manos a la vida sin la conciencia exacta de tu peso —dolor— en mí, por mí, justo conmigo? Y si obseso discuto tu presencia vivo contigo mi plenitud apenas la sustancia de ti se sustantiva en el camino azul de las arterias.
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