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Nota introductoria |
Poetas van y poetas vienen. Algunos permanecen. Puede decirse que Líber Falco –uruguayo, 1906-1955– es de estos últimos. Su voz trascendente se impone al olvido por la hondura que le es esencial y por el acierto lingüístico con que trasmite su discurrir.
En la "edad de la ansiedad", como se ha dado en llamar a este siglo, los temas de la poesía de todos los tiempos se abordan con matices distintos que aluden con justeza a las inquietudes y afanes del hombre de hoy. En Líber Falco, poeta más allá de límites temporales, se constata esta pertenencia a su siglo: utilizando polimetrías, asonancias, algunas consonancias y un ritmo cuidadoso crea poemas doblemente incisivos. Soledad, muerte, amor, han sido siempre materia de poesía. Falco hace de la soledad su centro poético y de allí desprende muerte y amor. Permea todas estas vivencias con su singular sensibilidad y logra de su poesía un testimonio universal, propio y permanente. Para Falco, la soledad es la única presencia cierta. Irrevocable e irreversible, se vuelve insuperable. Sus poemas reflejan la angustia de soledad por dos ausencias fundamentales: de pareja y de Dios. La soledad ha terminado por imponérsele de tal modo que ha generado en él una paralizante incapacidad para la entrega. En cuanto al amor humano, los escasos poemas sobre el amor feliz trasmiten el recuerdo de lo que no floreció. "Ahora", "Decadencia", "Apunte (II)" y "El abismo" narran la historia de la impotencia. Los paliativos menores que se ofrecen a esa soledad, constituyente esencial de su yo, no alcanzan a completar la cuota afectiva, siempre insaciada. Por otra parte, la soledad inherente al ser de Líber Falco se ahonda porque es un hombre que no puede tener Dios, al que también Dios le está negando. Esta experiencia negativa de lo divino, esta ausencia tan irreductible como lo es la del amor humano, revela el distanciamiento que ocurre, por sobre todos los hombres, para el hombre contemporáneo. La ausencia de Dios es, en la poesía de Líber Falco, una cuestión desgarradora porque, hombre de este tiempo crucial, nació con Dios pero tuvo que perderlo al paso de la vida. En el poema "Extraña compañía", hay dos versos significativos: Oh triste, oh dulce tiempo cuando acaso La nostalgia de Dios, no sólo lo conduce a su ausencia sino que genera la certeza en el poeta de que la vida no tiene sentido. Dice, en "Evocación": Si pudiera, si pudiese Esta concepción orienta ineludiblemente al tema de la muerte. La muerte, para Líber Falco, es la cita segura y temida, más agresiva porque llegará a llevárselo en soledad. Su violencia se expresa en sarcasmo, según se lee en los primeros versos de "Extraña compañía": Porque estoy solo a veces Llegará cuando la juventud ha pasado, como dice en el poema "Despedida", pero sus efectos se han hecho sentir desde mucho antes: mata desde el seno mismo de la vida. El poema "La moneda" es esclarecedor en cuanto a lo que en ese sentido piensa: cuando el niño descubre la muerte, pierde la inocencia y la alegría y queda sujeto a la dimensión del tiempo... Esta sujeción al tiempo es la que impide todo goce y toda entrega, como se testimonia en los poemas "Última cita", "Lo inasible", "Para vivir", "(Decidme hermanos)". La certidumbre de la muerte produce desconcierto –manifestado en poemas como "Deseo" y "Lo inasible"– y, sobre todo, melancolía. Casi toda la poesía de Líber Falco rezuma, precisamente, melancolía: melancolía por lo que se perdió, por lo que nunca se pudo poseer, por lo que no se supo retener, por lo que la misma vida es. No hay apego, entonces, a nada ni a nadie. La naturaleza es inaccesible o helada, como se dice en muchos poemas. Inclinado sobre sus entrañas doloridas, el poeta canta. Allí está todo su material poético. Poesía sincera y profunda, fraguada en la esencia humana, es la de Líber Falco. Al decir de Arturo Sergio Visca, "como la vida misma, diáfana, misteriosa y desnuda".* |
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