Material de Lectura

Jorge Cuesta



Selección
y presentación
de Adolfo
Castañón



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Presentación


Jorge Mateo Cuesta Porte-Petit nació en Córdoba, Veracruz, el 21 de septiembre de 1904 y se dio muerte el 13 de agosto de 1942 en la ciudad de México, cuando contaba 38 años. Entre estas fechas corre la vida de uno de los escritores más inteligentes y decididos de su generación y con seguridad uno de los más influyentes en la literatura mexicana moderna. Poeta, crítico, editor, hombre poco dispuesto a depravar su gusto o a pervertir su interés, personaje discreto pero legendario, dueño de una amplia, viva cultura y de una leyenda escandalosa, Cuesta orienta y discute, dándole un perfil cada vez más preciso y congruente con nuestra realidad al problema de la literatura y la cultura nacionales. Su obra nos es accesible gracias a la tarea emprendida por Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider para la colección Poemas y Ensayos, editada por nuestra Universidad. El conjunto abarca cuatro volúmenes, de los cuales sólo el primero es de poemas. La obra poética completa de Jorge Cuesta comprende algo más de cuarenta poemas, de los cuales más de la mitad han sido trabajados como sonetos. Aun Canto a un dios mineral podría ser visto de algún modo como una suma de sonetos. Este poema es como la síntesis y el inventario —técnicos y de motivos— de su obra poética toda. A Cuesta, como a Valéry, le preocupaba la poesía como manifestación de la inteligencia y no de los afectos. Así, no son fortuitas las coincidencias, por lo menos formales, de este poema con El cementerio marino. Este Canto es uno de esos poemas llamados a rendir una visión del mundo, y se inscribe en la corriente de Muerte sin fin y Cada cosa es Babel. No sólo contiene un catálogo de obsesiones; mima, representa el proceso creativo según Cuesta. ¿Los temas?: la relación del hombre con la naturaleza y de la naturaleza con la naturaleza, el encuentro del hombre consigo mismo, el paso por una "noche oscura", el lenguaje como redención y pérdida, la muerte del autor ansiosa por ver aparecer al relevo-lector que la actualice y vuelva a "morir".

Contra lo que muchos piensan, Cuesta poeta no sólo es su "Canto al dios mineral". Sus sonetos le dan nueva vida al género. Forma y contenido se deslizan y trenzan —la sintaxis es un expediente utilizado con fines estrictamente poéticos— unánimes. Lo musical es el primer recurso para "sus pender la incredulidad" y hacer del poema un estado autónomo. Como en la literatura del siglo de oro, las peripecias sintácticas, los enrevesamientos del pronombre relativo son el instrumento mismo de la precisión.

La imposibilidad de vivir la vida, la "vida realmente vivida", es uno de los motivos constantes en la poesía de Cuesta. Para él la experiencia es tan intensa que resulta irrecuperable. Como la plenitud está en el goce, que es muerte (v. El cementerio marino: "Como la fruta se deshace en goce/ y su ausencia en delicia se convierte/ mientras muere su forma en una boca"), se refuerza la convicción de que la condición humana es condición dividida y de que estamos prometidos a la muerte. El poema —lo inaprehensible vuelto música— hace del goce su objeto en ambos sentidos y él mismo representa esa escisión. Más allá o más acá del ritmo, las imágenes, las metáforas y las ideas —el sentimiento está proscrito y su presencia es clandestina— dan cuenta de la misma imposibilidad de aprehender algo que no se resuelva en su contrario. Pues, apenas toma forma, la metáfora se diluye en su opuesto: el poeta, su experiencia, no quieren ser reductibles a ninguna de sus metáforas, sólo desean manifestarse en el juego que contrasta y varía.

Es cierto que la poesía de Jorge Cuesta suscita en el lector un sentimiento de revelación inminente, pero no lo es menos que también lo decepciona y posterga. Y es que esa inminencia es la del vacío. La experiencia de este intensísimo poeta apenas precisaba de unos cuantos metros y formas de versificación y le bastaban para cifrarse algunos cientos de palabras. Luis Mario Schneider, en el agudo prólogo a la edición de los Poemas y ensayos completos, cuyo primer volumen sirvió para articular la presente selección, no dejó de insinuar que la constante recurrencia de ciertas palabras y de ciertos giros no es en modo alguno signo de pobreza —el hombre realiza y se realiza mejor cuando se mueve dentro de límites reconocidos.

Sobre todo cuando se parece a uno mismo, el interlocutor es una presencia movediza. El de estos sonetos, que son monólogos, juegos, variaciones, es evasivo. El tipo de relación que tiende a establecer no es de orden confesional, ya que en una primera instancia la vida del poeta le es intransferible e incomunicable aun a él mismo. En el arduo ejercicio de matizar la ausencia, Cuesta logró conocer fragmentos de sí mismo, por eso puede reclamar con cierta justicia el título de poeta experimental. Sin embargo, que nadie se llame a engaño: ese avatar del lenguaje no es aventura del pensamiento, vehículo de la revelación terrenal o testimonio de los sentidos, aunque sí pueda ser, deriva de la inteligencia, como señaló Alí Chumacero, uno de sus intérpretes más fieles y uno de los poetas mexicanos en quien la obra de Cuesta encuentra como una continuación y un renacimiento. El riesgo de Cuesta es el de una perfección elíptica, que privilegia a la cohesión y lo rotundo de la frase en perjuicio de la experimentación. El gesto profético, la palabra como revelación y revolución, el poeta y el poema como campos de batalla de la Historia son ajenos a este proyecto literario. No será difícil apreciar que, si a algo, esta poesía aspira a ser indagación de y en la inteligencia, canto y música, reveladora y fluida constelación de nuestros ritmos interiores.

 

Adolfo Castañón

 


No aquel que goza, frágil y ligero


No aquel que goza, frágil y ligero,
ni el que contengo es acto que perdura,
y es en vano el amor rosa futura
que fascina a cultivo pasajero.

La vida cambia lo que fue primero
y lo que más tarde es no lo asegura,
y la memoria, que el rigor madura,
no defiende su fruto duradero.

Más consiente el sabor áspero y grueso,
el color que a la luz se desvanece,
la materia que al tacto se destroza.

Y en vano guarda su variable peso
el árbol y su forma se endurece,
y el mismo instante se revive y goza.

 


Al gozo en que la fruta se convierte


Al gozo en que la fruta se convierte
sobrevive la sed que lo desea.
Es avidez, no más, lo que se crea
del estéril consumo de su suerte.

Cava en ella la tumba en que se vierte,
la vana forma que el amor rodea
y ella misma se nutre y se recrea,
voraz y sola, con su propia muerte.

No del pasado azar que considera,
la vida crece sólo dilatada,
ni el objeto futuro la sustenta.

Fluye de sí como si entonces fuera,
y el amor, que la mira despojada,
tampoco de su sueño la alimenta.

Nada te apartará de mí, que paso


Nada te apartará de mí, que paso,
dicha frágil, tú misma pasajera.
El rigor que te exige duradera
es más fugaz que tus substancia acaso.

No da abundacia la abstinencia al vaso,
ni divide la sed como quisiera.
Hora que, para ser, otra hora espera,
no existe más cuando agotó su paso.

De sí mismo el placer no se desprende.
Si para conservarse, se translada
al instante más hondo que provee,

ya no es placer lo que el placer suspende.
Qué vana cntonces la avidez pasada
a su muerte futura desposee.

Soñaba hallarme en el placer que aflora


Soñaba hallarme en el placer que aflora;
pero vive sin mí, pues pronto pasa.
Soy el que ocultamente se retrasa
y se substrae a lo que se devora.

Dividido de mí quien se enamora
y cuyo amor midió la vida escasa,
soy el residuo estéril de su brasa
y me gana la muerte desde ahora.

Pasa por mí lo que no habré igualado
después que pasa y que ya no aparece;
su ausencia sólo soy, que permanece.

Oh, muerte, ociosa para lo pasado,
sólo es tu hueco la ocasión y el nido
del defecto que soy de lo que ha sido.

Anatomía de la mano


La mano, al tocar el viento,
el peso del cuerpo olvida
y al extremo de su vida
es su rastro último y lento.

No da al sabor instrumento
su lengua ciega y hendida,
y sólo otra duda anida
su duda de movimiento.

Mas como una sed en llamas
que incierta al azar disputa
toda la atmósfera en vano,

imita al árbol sus ramas
en pos de una interna fruta
la interrupción de la mano.

 

Qué sombra, qué compañía


Qué sombra, qué compañía
impalpable, más cercana,
al abismo de mañana
el paso me contenía,

si está la vista vacía,
y una desierta ventana
sólo es una presa vana
de las cadenas del día.

Del tiempo, estéril contacto
con el arrepentimiento
en que se parte y olvida

la frágil ciencia del acto,
es la posesión que siento,
vacante, sobre mi vida.

Este amor no te mira para hacerte durable


Este amor no te mira para hacerte durable
y desencadenarte de tu vida, que pasa.
Los ojos que a tu imagen apartan de tu muerte
no la impiden, sólo hacen más presente tu ruina.
No hay sitio en mi memoria donde encuentre tu vida
más que tus ya distantes huellas deshabitadas.
Pues en mi sueño en vano tu rostro se refugia
y huye tu voz del aire real que la devora.
Dentro de mí te quema la sangre con más fuego,
los instantes te absorben con más ansia, y tus voces,
mientras más duran, se hunden más hondo en el abismo
de las horas futuras que nunca te han mirado.

 


Tu voz es un eco, no te pertenece


Tu voz es un eco, no te pertenece,
no se extingue con el soplo que la exhala.
Tus pasos se desprenden de ti
y hacen caminar un fantasma intangible y perpetuo
que te expulsa del sitio donde vives
tan pasajeramente y te suplanta.
Tanto mi tacto extremas y prolongas
que al fin no toco en ti sino humo, sombras, sueños, nada.
Como si fueras diáfana
o se desvaneciera tu cuerpo en el aire,
miro a través de ti la pared
o el punto fijo y virtual
que suspende los ojos en el vacío
y por encima de las cosas en movimiento.

 


La mano explora en la frente


La mano explora en la frente,
del sueño el rastro perdido;
mas no su forma, su ruido
latir contra el tacto siente.

Un muro tan transparente
poco recluye el olvido,
si renace su sentido
y está a la mano presente.

Si bien el sueño murmura
que al fin su nada perdura
sobre un tacto ciego y frío

que su espesor no sondea
y solamente rodea
el rumor de su vacío.

 


La flor su oculta exuberancia ignora


La flor su oculta exuberancia ignora,
y que es por una vigilante usura
de un mismo azar, que evade su clausura
la miel, y la embriaguez, que se evapora.

Que no agota su pérdida de ahora,
sino que otra mayor dicha futura
la fruta embriagará cuando madura,
no lo sabe la flor, y se devora.

Extrema el polen como vivo grano,
y ella misma se siembra y restituye
a sí misma la vida que le huye.

No mira que su gozo es hondo en vano
y no lo niega al fin si lo disputa al más profundo
al más abismo de la fruta.

 


Paraíso perdido


Si en el tiempo aún espero es que, sumiso,
aunque también inconsolable, entiendo
que el fruto fue, que a la niñez sorprendo,
no don terreno, más celeste aviso.

Pues, mirando que más tuvo que quiso,
si al sueño sus imágenes suspendo,
de la niñez, como de un arte, aprendo
que sencillez le basta al paraíso.

El sabor embriagado y misterioso,
claro al oído (el mundo silencioso
y encantados los ruidos de la vida)

vivo el color en ojos reposados,
el tacto cálido, aires perfumados
y en la sangre una llama inextinguida.

Paraíso encontrado


Piedad no pide si la muerte habita
y en las tinieblas insensibles yace
la inteligencia lívida, que nace
sólo en la carne estéril y marchita.

En el otro orbe en que el placer gravita,
dicha tenga la vida y que la enlace,
y de ella enamorada que rehace
el sueño en que la muerte azul medita.

Sólo la sombra sueña, y su desierto,
que los hielos recubren y protejan,
es el edén que acoge al cuerpo muerto

después de que las águilas lo dejan.
Que ambos tienen la vida sustentada,
el ser, en gozo, y el placer, en nada.

 


Una palabra obscura*


En la palabra habitan otros ruidos,
como el mudo instrumento está sonoro
y a la avaricia congelada en oro
aún enciende el ardor de los sentidos.

De una palabra obscura desprendidos,
la clara funden al ausente coro
y pierden su conciencia en el azoro
preso en la libertad de los oídos.

Cada voz de ella misma se desprende
para escuchar la próxima y suspende
a unos labios que son de otros el hueco.

Y en el silencio en que zozobra, dura
como un sueño la voz, vaga y futura,
y perpetua y difunta como un eco.



* 1a. versión.


Una palabra obscura*


En la palabra habitan otros ruidos,
como el mudo instrumento está sonoro
y la templanza que encerró el tesoro
el enjambre sólo es de los sentidos.

De una palabra vaga desprendidos,
la cierta funden al ausente coro
y pierden su conciencia en el azoro
preso en la libertad de los oídos.

Cada voz de ella misma se desprende
para escuchar la próxima y suspende
a unos labios que son de otros hueco.

Y en el silencio en que se dobla y dura
como un sueño la voz está futura
y ya exhausta y difunta como un eco.



* 3a. versión.

 


El viaje soy sin sentido


El viaje soy sin sentido
—que de mí a mí me translada—
de una pasión extraviada,
mas a un fin no diferido.

Lo que pierdo es lo que he sido
para ser silencio y nada,
y, por el alma delgada,
que pase el azar su ruido.

Entre la sombra y la sombra
¿qué imagen se ve y se nombra
la misma que se aventura?

Sólo azar es el abismo
que se abre entre mí y yo mismo.
El azar cambia y no dura.

Coda:

La presencia fue aquí
y todo palpitó aliento de vida.
Hasta el aire se hacía como tenaza
a las cordiales brasas escondidas.
La presencia fue aquí
y en todas las sonrisas.
La feliz circunstancia de un abrazo
hizo el aire delgado como brisa.
El mundo se reía
penetrado de gracia y de fe pía.
La Creación toda entera,
vuelta luz,
se recreó en las pupilas un instante,
abrió luego los poros delirantes
transformando las venas en luceros.
El cuerpo se perdió en rayos de sol.

El hombre, vuelto nada,
lo fue todo.

Y el crepúsculo vino.

La luz se fue apagando.

El cuerpo se hizo sombra;
nuevamente ocupó el viejo lugar.
Y al cabalgar las horas
nuevos tedios lo agobian.
La mirada se pierde en el recodo
donde volteó el reflejo.
El sol cayó a lo lejos
en líneas fugitivas.
La soledad se hizo lluvia
en las pupilas.

Signo fenecido


Sufro de no gozar como debiera:
tu lágrima fue el último recelo
que me ascendió los ojos a tu cielo
y me llevó de invierno a primavera.

Junto a mi pecho te hace más ligera
la enhiesta flama que alza tu desvelo.
Tus plantas de aire se aman en mi suelo
y te me vuelves casi compañera.

Estás dentro de mí, cómoda y viva
—linfa obediente que se ajusta al vaso—.
Mas la angustia de ti se me derriba,

se me aniquila el gesto del abrazo.
Y te pido un amor que me cohiba
porque sujeta más con menos lazo.

De otro fue la palabra —antes que mía


De otro fue la palabra —antes que mía—
que es el espejo de esta sombra, y siente
su ruido, a este silencio, transparente,
su realidad, a esta fantasía.

Es en mi boca su substancia, fría,
dura, distante de la voz y ausente,
habitada por otra diferente,
la forma de una sensación vacía.

Al fin es la que hoy, obscura y vaga,
otra prolonga en mí, que no se apaga,
sino igual a sí misma oye su sombra

al hallarla en el ruido que la nombra
y en el oído hace crecer su hueco
más profundo cavándose en el eco.

Cómo esquiva el amor la sed remota


Cómo esquiva el amor la sed remota
que al gozo que se da mira incompleto,
y es por la sed por la que está sujeto
el gozo, y no la sed la que se agota.

La vida ignora, mas la muerte nota
la ávida eternidad del esqueleto;
así la forma en que creció el objeto
dura más que él, de consumirlo brota.

Del alma al árido desierto envuelve
libre vegetación, que se disuelve,
que nace sólo de su incertidumbre,

y suele en el azar de su recreo
ser la instantánea presa del deseo
y el efímero pasto de su lumbre.

Oh, vida —existe


Oh, vida existe;
después desgrana
deseos, mana
sed; ya no asiste—,

lo que no fuiste
tu muerte gana.
La muerte es vana,
profunda y triste.

Fiel dicha y rara,
nada te deja
que te asemeja,

la muerte avara.
Apenas muere
la hora, difiere.

 


Su obra furtiva


Su obra furtiva
el sueño extiende,
mas no la aprehende
ni la cautiva.

En vano activa
la nada, enciende
sombras y asciende
libre, alta y viva.

Aun más perdida
que para el sueño
de nada dueño,

vaga en la vida
del alma incierta
que se despierta.

 


Rema en un agua espesa y vaga el brazo


Rema en un agua espesa y vaga el brazo,
pero indeciso su ademán suspende,
y aislado del impulso que lo tiende
la mano ignora que lo dé al acaso.

La suya inútil flota con retraso,
pero ningún fugaz apoyo aprehende
en el vacío, de que se desprende
lo mismo que del yugo de su paso.

Oscila sin esfuerzo, consumido
el mundo en torno, y como del olvido
una memoria mutilada emana

que ya no habita el alma que la mira,
aun muerto se desata y se retira
del brazo inerte la presencia vana.

 


Retrato de Gilberto Owen


Enviaba a la guerra su imagen indócil
para que volviera sobria y mutilada
pero volvía intacta y se ponía a llorar
porque no era bastante equilibrista
para ser un modelo de Cézanne.

Y envidiando el estable equilibrio
de las frutas que posan sobre el mantel,
ya más no iba a buscar por los paisajes
mudables fondos que hicieran juego con él;
sino pensando en la geometría de sus líneas
divagaba por otoñales huertos escondidos,
donde las musas tenues se ríen entre las ramas
y amarrándose al pie lastres de manzanas
se arrojan sobre los labios distraídos.

Entonces descubrió la Ley de Owen
—como guarda secreto el estudio
ninguno la menciona con su nombre—:

"Cuando el aire es homogéneo y casi rígido
y las cosas que envuelve no están entremezcladas
el paisaje no es un estado de alma
sino un sistema de coordenadas."

Y para defender los dulces números pitagóricos
que dentro de sus nuevas proporciones cantaban,
dibujaba a su lado muchachas apacibles
cuya sola presencia confortaba.

Pero la constancia enseñándole pronto
que el amor verdadero es menos breve
que los gratos objetos que lo mueven
las apartó luego de sí, para quedarse solo.

Y sembró en su soledad el gesto puro
que amoroso cuidado nutre y guarda,
para mostrarlo inalterable al día
que traicionen su fondo las ventanas.

Pero con pensamiento que atraviesa
la densa niebla de la posteridad,
para tener en paz y en regla su postura
le roba al tiempo su madura edad.


1926


* Este poema, señala Nigel Grant Sylvester, pasó desapercibido, en su versión completa, para Luis Mario Schneider y Miguel Capistrán en su recopilación Poemas y Ensayos. Bajo el título "La Ley de Owen" lo presentaron fragmentariamente. En 1975 Grant Sylvester lo publica y analiza en la Revista de la Universidad (Vol. XXIX. Núms. 6-7). Creo que es esta la primera ocasión que se recoge en una antología de Jorge Cuesta.

 


Canto a un dios mineral


Capto la seña de una mano y veo
que hay una libertad en mi deseo;
ni dura ni reposa;
las nubes de su objeto el tiempo altera
como el agua la espuma prisionera
de la masa ondulosa.

Suspensa en el azul la seña, esclava
de la más leve que socava
el orbe de su vuelo,
se suelta y abandona a que se ligue
su ocio al de la mirada que persigue
las corrientes del cielo.

Una mirada en abandono y viva,
si no una certidumbre pensativa,
atesora una duda;
su amor dilata en la pasión desierta
sueña en la soledad, y está despierta
en la conciencia muda.

Sus ojos errabundos y sumisos,
el hueco son, en que los fatuos rizos
de nubes y de frondas
se apoderan de un mármol de un instante
y esculpen lafigura vacilante
que complace a las ondas.

La vista en el espacio difundida
es el espacio mismo, y da cabida
vasto y mismo al suceso
que en las nubes se irisa y se desdora
e intacto, como cuando se evapora,
está en las ondas preso.

Es la vida allí estar, tan fijamente,
como la helada altura transparente
lo finge a cuanto sube
hasta el purpúreo límite que toca,
como si fuera un sueño de la roca,
la espuma de la nube.

Como si fuera un sueño, pues sujeta,
no escapa de la física que aprieta
en la roca la entraña,
la penetra con sangres minerales
y la entrega en la piel de los cristales
a la luz, que la daña.

No hay solidez que a tal prisión no ceda
aun la sombra más íntima que veda
un receloso seno
¡en vano! pues al fuego no es inmune
que hace entrar en las carnes que desune
las lenguas del veneno.

A las nubes también el color tiñe,
túnicas tintas en el mal les ciñe,
las roe, las horada,
y a la crítica nuestra, si las mira,
por qué al museo su ilusión retira
la escultura humillada.

Nada perdura, ¡oh, nubes!, ni descansa.
Cuando en una agua adormecida y mansa
un rostro se aventura,
igual retorna a sí del hondo viaje
y del lúcido abismo del paisaje
recobra su figura.

Íntegra la devuelve al limpio espejo,
ni otra, ni descompuesta en el reflejo
cuyas diáfanas redes
suspenden a la imagen submarina,
dentro del vidrio inmersa, que la ruina
detiene en sus paredes.

¡Qué eternidad parece que le fragua,
bajo esa tersa atmósfera de agua,
de un encanto el conjuro
en una isla a salvo de las horas,
áurea y serena al pie de las auroras
perennes del futuro!

Pero hiende también la imagen, leve,
del unido cristal en que se mueve
los átomos compactos:
se abren antes, se cierran detrás de ella
y absorben el origen y la huella
de sus nítidos actos.

Ay, que del agua el imantado centro
no fija al hielo que se cuaja adentro
las flores de su nado;
una onda se agita, y la estremece
en una onda más desaparece
su color congelado.

La transparencia a sí misma regresa,
y expulsa a la ficción, aunque no cesa;
pues la memoria oprime
de la opaca materia que, a la orilla,
del agua en que la onda juega y brilla,
se entenebrece y gime.

La materia regresa a su costumbre.
Que del agua un relámpago deslumbre
o un sólido de humo
tenga en un cielo ilimitado y tenso
un instante a los ojos en suspenso,
no aplaza su consumo.

Obscuro parecer no la abandona
si sigue hacia una fulgurante zona
la imagen encantada.
Por dentro la ilusión no se rehace;
por dentro el ser sigue su ruina y yace
como si fuera nada.

Embriagarse en la magia y en el juego
de la áurea llama, y consumirse luego,
en la ficción conmueve
el alma de la arcilla sin contorno:
llora que pierde un venturero adorno
y que no se renueve.

Aun el llanto otras ondas arrebatan,
y atónitos los ojos se desatan
del plomo que acelera
el descenso sin voz a la agonía
y otra vez la mirada honda y vacía,
flota errabunda fuera.

Con más encanto si más pronto muere,
el vivo engaño a la pasión se adhiere
y apresura a los ojos
náufragos en las ondas ellos mismos,
al borde a detener de los abismos
los flotantes despojos.

Signos extraños hurta la memoria,
para una muda y condenada historia,
y acaricia las huellas
como si oculta obsecación lograra,
a fuerza de tallar la sombra avara
recuperar estrellas.

La mirada a los aires se transporta,
pero es también vuelta hacia dentro, absorta,
el ser a quien rechaza
y en vano tras la onda tornadiza
confronta la visión que se desliza
con la visión que traza.

Y abatido se esconde, se concentra,
en sus recónditas cavernas entra
y ya libre en los muros
de la sombra interior de que es el dueño
suelta al nocturno paladar el sueño
sus sabores obscuros.

Cuevas innúmeras y endurecidas,
vastos depósitos de breves vidas,
guardan impenetrable
la materia sin luz y sin sonido
que aún no recoge el alma en su sentido
ni supone que hable.

¡Qué ruidos, qué rumores apagados
allí activan, sepultos y estrechados,
el hervor en el seno
convulso y sofocado por un mudo!
Y grava al rostro su rencor sañudo
y al lenguaje sereno.

Pero, ¡qué lejos de lo que es y vive
en el fondo aterrado, y no recibe
las ondas todavía
que recogen, no más, la voz que aflora
de un agua móvil al rielar que dora
la vanidad del día!

El sueño, en sombras desasido, amarra
la nerviosa raíz, como una garra
contráctil o bien floja;
se hinca en el murmullo que la envuelve,
o en el humor que sorbe y que disuelve
un fijo extremo aloja.

Cómo pasma a la lengua blanda y gruesa,
y asciende un burbujear a la sorpresa
del sensible oleaje:
su espuma frágil las burbujas prende,
y las pruebas, las une, las suspende
la creación del lenguaje.

El lenguaje es sabor que entrega al labio
la entraña abierta a un gusto extraño y sabio:
despierta en la garganta;
su espíritu aún espeso al aire brota
y en la líquida masa donde flota
siente el espacio y canta.

Multiplicada en los propicios ecos
que afuera afrontan otros vivos huecos
de semejantes bocas,
en su entraña ya brilla, densa y plena
cuando allí late aún, y honda resuena
en las eternas rocas.

Oh, eternidad, oh, hueco azul, vibrante
en que la forma oculta y delirante
su vibración no apaga,
porque brilla en los muros permanentes
que labra y edifica, transparentes,
la onda tortuosa y vaga.

Oh, eternidad, la muerte es la medida,
compás y azar de cada frágil vida,
la numera la Parca.
Y alzan tus muros las dispersas horas,
que distantes o próximas, sonoras
allí graban su marca.

Denso el silencio trague al negro, obscuro
rumor, como el sabor futuro
sólo la entraña guarde
y forme en sus recónditas moradas,
su sombra ceda formas alumbradas
a la palabra que arde.

No al oído que al antro se aproxima
que el banal espacio, por encima
del hondo laberinto
las voces intrincadas en sus vetas
originales vayan, más secretas
de otra boca al recinto.

A otra vida oye ser, y en un instante
la lejana se une al titubeante
latido de la entraña;
al instinto un amor llama a su objeto;
y afuera en vano un porvenir completo
la considera extraña.

El aire tenso y musical espera;
y eleva y fija la creciente esfera,
sonora, una mañana:
la forman ondas que juntó un sonido,
como en la flor y enjambre del oído
misteriosa campana.

Ése es el fruto que del tiempo es dueño;
en él la entraña su pavor, su sueño
y su labor termina.
El sabio que destila la tiniebla
es el propio sentid o que otros puebla
y el futuro domina.