Jorge Cuesta Selección y presentación de Adolfo Castañón VERSIÓN PDF |
Presentación
Adolfo Castañón
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No aquel que goza, frágil y ligero No aquel que goza, frágil y ligero, ni el que contengo es acto que perdura, y es en vano el amor rosa futura que fascina a cultivo pasajero. La vida cambia lo que fue primero y lo que más tarde es no lo asegura, y la memoria, que el rigor madura, no defiende su fruto duradero. Más consiente el sabor áspero y grueso, el color que a la luz se desvanece, la materia que al tacto se destroza. Y en vano guarda su variable peso el árbol y su forma se endurece, y el mismo instante se revive y goza.
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Al gozo en que la fruta se convierte Al gozo en que la fruta se convierte sobrevive la sed que lo desea. Es avidez, no más, lo que se crea del estéril consumo de su suerte. Cava en ella la tumba en que se vierte, la vana forma que el amor rodea y ella misma se nutre y se recrea, voraz y sola, con su propia muerte. No del pasado azar que considera, la vida crece sólo dilatada, ni el objeto futuro la sustenta. Fluye de sí como si entonces fuera, y el amor, que la mira despojada, tampoco de su sueño la alimenta. |
Nada te apartará de mí, que paso Nada te apartará de mí, que paso, dicha frágil, tú misma pasajera. El rigor que te exige duradera es más fugaz que tus substancia acaso. No da abundacia la abstinencia al vaso, ni divide la sed como quisiera. Hora que, para ser, otra hora espera, no existe más cuando agotó su paso. De sí mismo el placer no se desprende. Si para conservarse, se translada al instante más hondo que provee, ya no es placer lo que el placer suspende. Qué vana cntonces la avidez pasada a su muerte futura desposee. |
Soñaba hallarme en el placer que aflora Soñaba hallarme en el placer que aflora; pero vive sin mí, pues pronto pasa. Soy el que ocultamente se retrasa y se substrae a lo que se devora. Dividido de mí quien se enamora y cuyo amor midió la vida escasa, soy el residuo estéril de su brasa y me gana la muerte desde ahora. Pasa por mí lo que no habré igualado después que pasa y que ya no aparece; su ausencia sólo soy, que permanece. Oh, muerte, ociosa para lo pasado, sólo es tu hueco la ocasión y el nido del defecto que soy de lo que ha sido. |
Anatomía de la mano La mano, al tocar el viento, el peso del cuerpo olvida y al extremo de su vida es su rastro último y lento. No da al sabor instrumento su lengua ciega y hendida, y sólo otra duda anida su duda de movimiento. Mas como una sed en llamas que incierta al azar disputa toda la atmósfera en vano, imita al árbol sus ramas en pos de una interna fruta la interrupción de la mano. |
Qué sombra, qué compañía Qué sombra, qué compañía impalpable, más cercana, al abismo de mañana el paso me contenía, si está la vista vacía, y una desierta ventana sólo es una presa vana de las cadenas del día. Del tiempo, estéril contacto con el arrepentimiento en que se parte y olvida la frágil ciencia del acto, es la posesión que siento, vacante, sobre mi vida. |
Este amor no te mira para hacerte durable Este amor no te mira para hacerte durable y desencadenarte de tu vida, que pasa. Los ojos que a tu imagen apartan de tu muerte no la impiden, sólo hacen más presente tu ruina. No hay sitio en mi memoria donde encuentre tu vida más que tus ya distantes huellas deshabitadas. Pues en mi sueño en vano tu rostro se refugia y huye tu voz del aire real que la devora. Dentro de mí te quema la sangre con más fuego, los instantes te absorben con más ansia, y tus voces, mientras más duran, se hunden más hondo en el abismo de las horas futuras que nunca te han mirado.
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Tu voz es un eco, no te pertenece Tu voz es un eco, no te pertenece, no se extingue con el soplo que la exhala. Tus pasos se desprenden de ti y hacen caminar un fantasma intangible y perpetuo que te expulsa del sitio donde vives tan pasajeramente y te suplanta. Tanto mi tacto extremas y prolongas que al fin no toco en ti sino humo, sombras, sueños, nada. Como si fueras diáfana o se desvaneciera tu cuerpo en el aire, miro a través de ti la pared o el punto fijo y virtual que suspende los ojos en el vacío y por encima de las cosas en movimiento.
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La mano explora en la frente La mano explora en la frente, del sueño el rastro perdido; mas no su forma, su ruido latir contra el tacto siente. Un muro tan transparente poco recluye el olvido, si renace su sentido y está a la mano presente. Si bien el sueño murmura que al fin su nada perdura sobre un tacto ciego y frío que su espesor no sondea y solamente rodea el rumor de su vacío.
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La flor su oculta exuberancia ignora La flor su oculta exuberancia ignora, y que es por una vigilante usura de un mismo azar, que evade su clausura la miel, y la embriaguez, que se evapora. Que no agota su pérdida de ahora, sino que otra mayor dicha futura la fruta embriagará cuando madura, no lo sabe la flor, y se devora. Extrema el polen como vivo grano, y ella misma se siembra y restituye a sí misma la vida que le huye. No mira que su gozo es hondo en vano y no lo niega al fin si lo disputa al más profundo al más abismo de la fruta.
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Paraíso perdido Si en el tiempo aún espero es que, sumiso, aunque también inconsolable, entiendo que el fruto fue, que a la niñez sorprendo, no don terreno, más celeste aviso. Pues, mirando que más tuvo que quiso, si al sueño sus imágenes suspendo, de la niñez, como de un arte, aprendo que sencillez le basta al paraíso. El sabor embriagado y misterioso, claro al oído (el mundo silencioso y encantados los ruidos de la vida) vivo el color en ojos reposados, el tacto cálido, aires perfumados y en la sangre una llama inextinguida. |
Paraíso encontrado Piedad no pide si la muerte habita y en las tinieblas insensibles yace la inteligencia lívida, que nace sólo en la carne estéril y marchita. En el otro orbe en que el placer gravita, dicha tenga la vida y que la enlace, y de ella enamorada que rehace el sueño en que la muerte azul medita. Sólo la sombra sueña, y su desierto, que los hielos recubren y protejan, es el edén que acoge al cuerpo muerto después de que las águilas lo dejan. Que ambos tienen la vida sustentada, el ser, en gozo, y el placer, en nada.
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Una palabra obscura*
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Una palabra obscura*
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El viaje soy sin sentido El viaje soy sin sentido —que de mí a mí me translada— de una pasión extraviada, mas a un fin no diferido. Lo que pierdo es lo que he sido para ser silencio y nada, y, por el alma delgada, que pase el azar su ruido. Entre la sombra y la sombra ¿qué imagen se ve y se nombra la misma que se aventura? Sólo azar es el abismo que se abre entre mí y yo mismo. El azar cambia y no dura. Coda: La presencia fue aquí y todo palpitó aliento de vida. Hasta el aire se hacía como tenaza a las cordiales brasas escondidas. La presencia fue aquí y en todas las sonrisas. La feliz circunstancia de un abrazo hizo el aire delgado como brisa. El mundo se reía penetrado de gracia y de fe pía. La Creación toda entera, vuelta luz, se recreó en las pupilas un instante, abrió luego los poros delirantes transformando las venas en luceros. El cuerpo se perdió en rayos de sol. El hombre, vuelto nada, lo fue todo. Y el crepúsculo vino. La luz se fue apagando. El cuerpo se hizo sombra; nuevamente ocupó el viejo lugar. Y al cabalgar las horas nuevos tedios lo agobian. La mirada se pierde en el recodo donde volteó el reflejo. El sol cayó a lo lejos en líneas fugitivas. La soledad se hizo lluvia en las pupilas. |
Signo fenecido Sufro de no gozar como debiera: tu lágrima fue el último recelo que me ascendió los ojos a tu cielo y me llevó de invierno a primavera. Junto a mi pecho te hace más ligera la enhiesta flama que alza tu desvelo. Tus plantas de aire se aman en mi suelo y te me vuelves casi compañera. Estás dentro de mí, cómoda y viva —linfa obediente que se ajusta al vaso—. Mas la angustia de ti se me derriba, se me aniquila el gesto del abrazo. Y te pido un amor que me cohiba porque sujeta más con menos lazo. |
De otro fue la palabra —antes que mía De otro fue la palabra —antes que mía— que es el espejo de esta sombra, y siente su ruido, a este silencio, transparente, su realidad, a esta fantasía. Es en mi boca su substancia, fría, dura, distante de la voz y ausente, habitada por otra diferente, la forma de una sensación vacía. Al fin es la que hoy, obscura y vaga, otra prolonga en mí, que no se apaga, sino igual a sí misma oye su sombra al hallarla en el ruido que la nombra y en el oído hace crecer su hueco más profundo cavándose en el eco. |
Cómo esquiva el amor la sed remota Cómo esquiva el amor la sed remota que al gozo que se da mira incompleto, y es por la sed por la que está sujeto el gozo, y no la sed la que se agota. La vida ignora, mas la muerte nota la ávida eternidad del esqueleto; así la forma en que creció el objeto dura más que él, de consumirlo brota. Del alma al árido desierto envuelve libre vegetación, que se disuelve, que nace sólo de su incertidumbre, y suele en el azar de su recreo ser la instantánea presa del deseo y el efímero pasto de su lumbre. |
Oh, vida —existe Oh, vida existe; después desgrana deseos, mana sed; ya no asiste—, lo que no fuiste tu muerte gana. La muerte es vana, profunda y triste. Fiel dicha y rara, nada te deja que te asemeja, la muerte avara. Apenas muere la hora, difiere.
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Su obra furtiva Su obra furtiva el sueño extiende, mas no la aprehende ni la cautiva. En vano activa la nada, enciende sombras y asciende libre, alta y viva. Aun más perdida que para el sueño de nada dueño, vaga en la vida del alma incierta que se despierta.
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Rema en un agua espesa y vaga el brazo Rema en un agua espesa y vaga el brazo, pero indeciso su ademán suspende, y aislado del impulso que lo tiende la mano ignora que lo dé al acaso. La suya inútil flota con retraso, pero ningún fugaz apoyo aprehende en el vacío, de que se desprende lo mismo que del yugo de su paso. Oscila sin esfuerzo, consumido el mundo en torno, y como del olvido una memoria mutilada emana que ya no habita el alma que la mira, aun muerto se desata y se retira del brazo inerte la presencia vana.
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Retrato de Gilberto Owen
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Canto a un dios mineral Capto la seña de una mano y veo que hay una libertad en mi deseo; ni dura ni reposa; las nubes de su objeto el tiempo altera como el agua la espuma prisionera de la masa ondulosa. Suspensa en el azul la seña, esclava de la más leve que socava el orbe de su vuelo, se suelta y abandona a que se ligue su ocio al de la mirada que persigue las corrientes del cielo. Una mirada en abandono y viva, si no una certidumbre pensativa, atesora una duda; su amor dilata en la pasión desierta sueña en la soledad, y está despierta en la conciencia muda. Sus ojos errabundos y sumisos, el hueco son, en que los fatuos rizos de nubes y de frondas se apoderan de un mármol de un instante y esculpen lafigura vacilante que complace a las ondas. La vista en el espacio difundida es el espacio mismo, y da cabida vasto y mismo al suceso que en las nubes se irisa y se desdora e intacto, como cuando se evapora, está en las ondas preso. Es la vida allí estar, tan fijamente, como la helada altura transparente lo finge a cuanto sube hasta el purpúreo límite que toca, como si fuera un sueño de la roca, la espuma de la nube. Como si fuera un sueño, pues sujeta, no escapa de la física que aprieta en la roca la entraña, la penetra con sangres minerales y la entrega en la piel de los cristales a la luz, que la daña. No hay solidez que a tal prisión no ceda aun la sombra más íntima que veda un receloso seno ¡en vano! pues al fuego no es inmune que hace entrar en las carnes que desune las lenguas del veneno. A las nubes también el color tiñe, túnicas tintas en el mal les ciñe, las roe, las horada, y a la crítica nuestra, si las mira, por qué al museo su ilusión retira la escultura humillada. Nada perdura, ¡oh, nubes!, ni descansa. Cuando en una agua adormecida y mansa un rostro se aventura, igual retorna a sí del hondo viaje y del lúcido abismo del paisaje recobra su figura. Íntegra la devuelve al limpio espejo, ni otra, ni descompuesta en el reflejo cuyas diáfanas redes suspenden a la imagen submarina, dentro del vidrio inmersa, que la ruina detiene en sus paredes. ¡Qué eternidad parece que le fragua, bajo esa tersa atmósfera de agua, de un encanto el conjuro en una isla a salvo de las horas, áurea y serena al pie de las auroras perennes del futuro! Pero hiende también la imagen, leve, del unido cristal en que se mueve los átomos compactos: se abren antes, se cierran detrás de ella y absorben el origen y la huella de sus nítidos actos. Ay, que del agua el imantado centro no fija al hielo que se cuaja adentro las flores de su nado; una onda se agita, y la estremece en una onda más desaparece su color congelado. La transparencia a sí misma regresa, y expulsa a la ficción, aunque no cesa; pues la memoria oprime de la opaca materia que, a la orilla, del agua en que la onda juega y brilla, se entenebrece y gime. La materia regresa a su costumbre. Que del agua un relámpago deslumbre o un sólido de humo tenga en un cielo ilimitado y tenso un instante a los ojos en suspenso, no aplaza su consumo. Obscuro parecer no la abandona si sigue hacia una fulgurante zona la imagen encantada. Por dentro la ilusión no se rehace; por dentro el ser sigue su ruina y yace como si fuera nada. Embriagarse en la magia y en el juego de la áurea llama, y consumirse luego, en la ficción conmueve el alma de la arcilla sin contorno: llora que pierde un venturero adorno y que no se renueve. Aun el llanto otras ondas arrebatan, y atónitos los ojos se desatan del plomo que acelera el descenso sin voz a la agonía y otra vez la mirada honda y vacía, flota errabunda fuera. Con más encanto si más pronto muere, el vivo engaño a la pasión se adhiere y apresura a los ojos náufragos en las ondas ellos mismos, al borde a detener de los abismos los flotantes despojos. Signos extraños hurta la memoria, para una muda y condenada historia, y acaricia las huellas como si oculta obsecación lograra, a fuerza de tallar la sombra avara recuperar estrellas. La mirada a los aires se transporta, pero es también vuelta hacia dentro, absorta, el ser a quien rechaza y en vano tras la onda tornadiza confronta la visión que se desliza con la visión que traza. Y abatido se esconde, se concentra, en sus recónditas cavernas entra y ya libre en los muros de la sombra interior de que es el dueño suelta al nocturno paladar el sueño sus sabores obscuros. Cuevas innúmeras y endurecidas, vastos depósitos de breves vidas, guardan impenetrable la materia sin luz y sin sonido que aún no recoge el alma en su sentido ni supone que hable. ¡Qué ruidos, qué rumores apagados allí activan, sepultos y estrechados, el hervor en el seno convulso y sofocado por un mudo! Y grava al rostro su rencor sañudo y al lenguaje sereno. Pero, ¡qué lejos de lo que es y vive en el fondo aterrado, y no recibe las ondas todavía que recogen, no más, la voz que aflora de un agua móvil al rielar que dora la vanidad del día! El sueño, en sombras desasido, amarra la nerviosa raíz, como una garra contráctil o bien floja; se hinca en el murmullo que la envuelve, o en el humor que sorbe y que disuelve un fijo extremo aloja. Cómo pasma a la lengua blanda y gruesa, y asciende un burbujear a la sorpresa del sensible oleaje: su espuma frágil las burbujas prende, y las pruebas, las une, las suspende la creación del lenguaje. El lenguaje es sabor que entrega al labio la entraña abierta a un gusto extraño y sabio: despierta en la garganta; su espíritu aún espeso al aire brota y en la líquida masa donde flota siente el espacio y canta. Multiplicada en los propicios ecos que afuera afrontan otros vivos huecos de semejantes bocas, en su entraña ya brilla, densa y plena cuando allí late aún, y honda resuena en las eternas rocas. Oh, eternidad, oh, hueco azul, vibrante en que la forma oculta y delirante su vibración no apaga, porque brilla en los muros permanentes que labra y edifica, transparentes, la onda tortuosa y vaga. Oh, eternidad, la muerte es la medida, compás y azar de cada frágil vida, la numera la Parca. Y alzan tus muros las dispersas horas, que distantes o próximas, sonoras allí graban su marca. Denso el silencio trague al negro, obscuro rumor, como el sabor futuro sólo la entraña guarde y forme en sus recónditas moradas, su sombra ceda formas alumbradas a la palabra que arde. No al oído que al antro se aproxima que el banal espacio, por encima del hondo laberinto las voces intrincadas en sus vetas originales vayan, más secretas de otra boca al recinto. A otra vida oye ser, y en un instante la lejana se une al titubeante latido de la entraña; al instinto un amor llama a su objeto; y afuera en vano un porvenir completo la considera extraña. El aire tenso y musical espera; y eleva y fija la creciente esfera, sonora, una mañana: la forman ondas que juntó un sonido, como en la flor y enjambre del oído misteriosa campana. Ése es el fruto que del tiempo es dueño; en él la entraña su pavor, su sueño y su labor termina. El sabio que destila la tiniebla es el propio sentid o que otros puebla y el futuro domina. |