Presentación
Jorge Mateo Cuesta Porte-Petit nació en Córdoba, Veracruz, el 21 de septiembre de 1904 y se dio muerte el 13 de agosto de 1942 en la ciudad de México, cuando contaba 38 años. Entre estas fechas corre la vida de uno de los escritores más inteligentes y decididos de su generación y con seguridad uno de los más influyentes en la literatura mexicana moderna. Poeta, crítico, editor, hombre poco dispuesto a depravar su gusto o a pervertir su interés, personaje discreto pero legendario, dueño de una amplia, viva cultura y de una leyenda escandalosa, Cuesta orienta y discute, dándole un perfil cada vez más preciso y congruente con nuestra realidad al problema de la literatura y la cultura nacionales. Su obra nos es accesible gracias a la tarea emprendida por Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider para la colección Poemas y Ensayos, editada por nuestra Universidad. El conjunto abarca cuatro volúmenes, de los cuales sólo el primero es de poemas. La obra poética completa de Jorge Cuesta comprende algo más de cuarenta poemas, de los cuales más de la mitad han sido trabajados como sonetos. Aun Canto a un dios mineral podría ser visto de algún modo como una suma de sonetos. Este poema es como la síntesis y el inventario —técnicos y de motivos— de su obra poética toda. A Cuesta, como a Valéry, le preocupaba la poesía como manifestación de la inteligencia y no de los afectos. Así, no son fortuitas las coincidencias, por lo menos formales, de este poema con El cementerio marino. Este Canto es uno de esos poemas llamados a rendir una visión del mundo, y se inscribe en la corriente de Muerte sin fin y Cada cosa es Babel. No sólo contiene un catálogo de obsesiones; mima, representa el proceso creativo según Cuesta. ¿Los temas?: la relación del hombre con la naturaleza y de la naturaleza con la naturaleza, el encuentro del hombre consigo mismo, el paso por una "noche oscura", el lenguaje como redención y pérdida, la muerte del autor ansiosa por ver aparecer al relevo-lector que la actualice y vuelva a "morir". Contra lo que muchos piensan, Cuesta poeta no sólo es su "Canto al dios mineral". Sus sonetos le dan nueva vida al género. Forma y contenido se deslizan y trenzan —la sintaxis es un expediente utilizado con fines estrictamente poéticos— unánimes. Lo musical es el primer recurso para "sus pender la incredulidad" y hacer del poema un estado autónomo. Como en la literatura del siglo de oro, las peripecias sintácticas, los enrevesamientos del pronombre relativo son el instrumento mismo de la precisión. La imposibilidad de vivir la vida, la "vida realmente vivida", es uno de los motivos constantes en la poesía de Cuesta. Para él la experiencia es tan intensa que resulta irrecuperable. Como la plenitud está en el goce, que es muerte (v. El cementerio marino: "Como la fruta se deshace en goce/ y su ausencia en delicia se convierte/ mientras muere su forma en una boca"), se refuerza la convicción de que la condición humana es condición dividida y de que estamos prometidos a la muerte. El poema —lo inaprehensible vuelto música— hace del goce su objeto en ambos sentidos y él mismo representa esa escisión. Más allá o más acá del ritmo, las imágenes, las metáforas y las ideas —el sentimiento está proscrito y su presencia es clandestina— dan cuenta de la misma imposibilidad de aprehender algo que no se resuelva en su contrario. Pues, apenas toma forma, la metáfora se diluye en su opuesto: el poeta, su experiencia, no quieren ser reductibles a ninguna de sus metáforas, sólo desean manifestarse en el juego que contrasta y varía. Es cierto que la poesía de Jorge Cuesta suscita en el lector un sentimiento de revelación inminente, pero no lo es menos que también lo decepciona y posterga. Y es que esa inminencia es la del vacío. La experiencia de este intensísimo poeta apenas precisaba de unos cuantos metros y formas de versificación y le bastaban para cifrarse algunos cientos de palabras. Luis Mario Schneider, en el agudo prólogo a la edición de los Poemas y ensayos completos, cuyo primer volumen sirvió para articular la presente selección, no dejó de insinuar que la constante recurrencia de ciertas palabras y de ciertos giros no es en modo alguno signo de pobreza —el hombre realiza y se realiza mejor cuando se mueve dentro de límites reconocidos. Sobre todo cuando se parece a uno mismo, el interlocutor es una presencia movediza. El de estos sonetos, que son monólogos, juegos, variaciones, es evasivo. El tipo de relación que tiende a establecer no es de orden confesional, ya que en una primera instancia la vida del poeta le es intransferible e incomunicable aun a él mismo. En el arduo ejercicio de matizar la ausencia, Cuesta logró conocer fragmentos de sí mismo, por eso puede reclamar con cierta justicia el título de poeta experimental. Sin embargo, que nadie se llame a engaño: ese avatar del lenguaje no es aventura del pensamiento, vehículo de la revelación terrenal o testimonio de los sentidos, aunque sí pueda ser, deriva de la inteligencia, como señaló Alí Chumacero, uno de sus intérpretes más fieles y uno de los poetas mexicanos en quien la obra de Cuesta encuentra como una continuación y un renacimiento. El riesgo de Cuesta es el de una perfección elíptica, que privilegia a la cohesión y lo rotundo de la frase en perjuicio de la experimentación. El gesto profético, la palabra como revelación y revolución, el poeta y el poema como campos de batalla de la Historia son ajenos a este proyecto literario. No será difícil apreciar que, si a algo, esta poesía aspira a ser indagación de y en la inteligencia, canto y música, reveladora y fluida constelación de nuestros ritmos interiores.
Adolfo Castañón
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